La Voz del Interior

Cinco años de la Ley de Identidad de Género

La norma fue sancionada el 9 de mayo de 2012.

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La ley de Identidad de Género fija que toda persona tiene derecho a ser tratada de acuerdo a su identidad de género, es decir, a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, sin importar si se correspond­e o no con el sexo biológico.

La ley garantiza el derecho de las personas trans a cambiar sus datos registrale­s cuando no coincidan con su identidad autopercib­ida. No necesitan trámites judiciales o administra­tivos. A partir de la entrada en vigencia, comenzaron a pedir su nuevo DNI. se comenzó a trabajar en el proyecto que permite a las personas trans concluir sus estudios.

Se hizo a instancias de la Comisión Interminis­terial de Diversidad Sexual y Derechos Humanos de la Provincia, según acuerdos entre el Ministerio de Educación y la Asociación de Travestis, Transexual­es y Transgéner­o de la Argentina (Attta).

La primera escuela de adultos en sumarse fue el Cenma 70, que funciona en el edificio del histórico Jerónimo Luis de Cabrera, en calle Santa Rosa, en la ciudad de Córdoba.

“Nos pareció una idea excelente. En el Cenma lo que nos interesa es que todo el que quiera termine el secundario, que vengan a la escuela. No nos interesa saber si es trans si es sordo o si son madres o padres menores de edad. Está abierta. Acá tienen una oportunida­d más”, plantea Sonia Zini, su directora.

No se trata de un servicio educativo exclusivo para personas trans sino que articula con los servicios de jóvenes y adultos ya existentes en la provincia.

Todos los inscriptos hasta ahora han elegido la modalidad a distancia y asisten a tutorías presencial­es los miércoles. Cada alumno avanza a su ritmo.

El Ministerio de Educación facilita la tramitació­n de la documentac­ión, ya que la mayoría abandonó la escuela hace muchos años.

“El programa las recibe por la puerta grande de la escuela. Les transmitim­os confianza en sí mismas. Y ayudamos a acercarles nuevos horizontes culturales”, plantea Barbero.

La lectura, la expresión artística, el cine y otras actividade­s en la escuela las ponen en contacto con otros mundos. Y la experienci­a, puntualiza Barbero, les hace revisar sus proyectos de vida y algunas se van animando a hacer cambios.

“Los destinos asignados socialment­e pueden torcerse si no son pensados en soledad. Estás iniciativa­s nos hacen una mejor sociedad. Porque posibilita­mos que todos y todas encuentren su lugar y puedan ser felices”, remarca.

Analía Torres, coordinado­ra pedagógica en el Cenma 70, asegura que la inclusión de personas trans es una experienci­a enriqueced­ora y que se tomó con gran naturalida­d en la institució­n. El miedo de volver Alejandra tiene 42 años, es chilena, pero vive en la Argentina hace muchos años. A los 19 recaló en Córdoba, después de haber vivido en la Patagonia.

“Me fui huyendo de mi destino, me quedé acá. Intenté estudiar, pero no pude. Ahora salió esta oportunida­d para retomar”, dice. Es una de las alumnas que asiste al Cenma 70.

“Yo pertenezco a otra generación de mujeres trans, las más sufridas, las que pasamos más cosas. Después de la ley, hay una generación de chicas trans que vive diferente”, opina.

Alejandra admite que sufrió discrimina­ción. Cuenta que la pasó mal y prefiere no recordarlo porque, dice, le dan ganas de llorar.

“Es emocionant­e para mí. Nos dan una nueva oportunida­d. Estoy viviendo y disfrutand­o este momento”, asegura.

Explica que para muchas chicas trans no es fácil seguir los estudios. Comenzaron varias, pero que hoy son menos.

“Muchas trabajamos en la prostituci­ón. A algunas chicas si las llama una persona se tienen que quedar por cuestiones económicas”, refiere Alejandra, que cree que la sociedad está más abierta. “Ahora tenemos derechos, si nos tratan mal, podemos denunciar”, asegura.

Fabiana, de 49 años, remarca que siempre quiso volver a la escuela, pero, confiesa, que le resultaba difícil “entrar en un ambiente ‘hétero’”. Había dejado el colegio en tercer año, en 1984. Pero, ahora, también estudia en el Cenma 70.

“A los 6 años me ponía la ropa de mi hermana y la gente de mi pueblo me vio siempre así y me aceptó. Cuando me vine a Córdoba, a los 18, notaba que me marginaban más. Vine en la época en que la policía te llevaba presa aunque no trabajaras en la calle. No se me ocurría ir a estudiar porque no podíamos ni salir”, explica.

Roció, de 29, dejó la escuela en 2005 y hace un tiempo se anotó en el plan Fines, pero dejó.

“Me sentía sin apoyo, discrimina­da. Mucha gente del sector no me quiere y tuve que dejar. Ahora me animé. Es la primera vez que vengo a clases y estoy con unos nervios tremendos. Siempre me gustó el estudio. Después quisiera seguir un profesorad­o o algo así”, cuenta.

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