Los renacimientos de David Lebón
El artista presenta “Encuentro supremo”, su nuevo disco.
Tener a David Lebón al frente es una invitación a una charla con múltiples pliegues. En ella puede entrar cualquier referencia a contribuciones mayúsculas al rock nacional como, por citar algo de modo caprichoso, una opinión sobre cómo reaccionaría
José Mercado (tema de Serú Girán incluido en Peperina, 1981) ante la apertura de importaciones en detrimento de la industria nacional.
Pero hay que respetar el presente de un artista de esta talla; más si está amparado por Encuentro
supremo, un disco que versa sobre una plenitud post-abismo. “Estoy muy feliz y muy claro. Y todo me sale bien. Pero no es fácil estar así. Para llegar a esto, tenés que trabajar, bancarte unos cachetazos y esquivar las cáscaras de banana que te tiran para que te caigas”, diagnostica David Lebón frente a una gaseosa light.
“Tengo la posibilidad de subir a cantar y decirle a la gente ‘mirá, hay una posibilidad de sentir amor’ y de experimentarlo en tiempo real. Me encontré a mí mismo. Nos pasamos la vida buscando algo que nunca perdimos. Está tan cerca todo… Estoy en paz con mis siete nietos, mis cinco hijos, mi compañera y mánager y el recuerdo siempre presente de Luis (Spinetta). Todo me mantiene flotando en el agua”, completa el músico, quien elige pensar que “nos morimos todas las noches y renacemos todos los días”.
“Salvo que tengas sueños inducidos por bebidas u otras cosas. Sé de qué te hablo, tomé tanto que todavía sigo medio en pedo”.
Por su nuevo disco, Lebón está nominado a los premios Gardel, distinciones que Spinetta solía considerar como “viejas medallas”. De hecho, al concepto lo traía de Kamikaze, una delicia acústica en la que Lebón participó en cuanto astro cercano.
–¿Cómo te parás ante una distinción industrial generada por un disco nacido de un sentimiento tan puro?
–Todo es gracias a Sony. Si vas a un banco a los 64 y pedís un crédito, es probable que no te lo den. Sony me dio más, me trata como un rey. Cuando me nominaron, en la ceremonia todos los pares me
aplaudieron. Hubo una tremenda demostración de cariño. Mi señora me dice que soy yo el que genera eso. ¿Qué mejor manera para transmitir el sentido del disco?
–En esta etapa volviste a contar con una banda con mística, que tiene a Dani Ferrón, Daniel Colombres, Leandro Bulacio. ¿Cómo llegaste a ella?
–Simplemente me llegó. Hago un paralelismo con el tenis: cuando jugás con el profesor, la rompés; pero cuando jugás con tus amigos, lo hacés horrible. Entonces, si toco con músicos mejores que yo, estoy obligado a tocar mejor. Aparte, los músicos de ahora son muy rápidos. Yo tardo cinco años en sacar tres acordes. –¿Te gustó el disco de Charly?
–Mucho. Participé del momento cuando lo empezó a grabar en plena internación, con la pata levantada, tomates en el piso, puchos apagados, tomándose un whiskycito, manipulando iPads. Lo terminó, lo mezcló él, puso la voz. Después firmó con Sony y chau.
–Sorprendió porque lo concibió en un estado difícil de asociar a la calidad del disco.
–Es que de la cabeza está muy bien. Debe ser un tipo que tiene mucha resistencia a las adicciones. Yo también soy un poco así: me tomaba tres botellas de vodka por día y no me pasaba nada; bueno, seguro que algún perjuicio tenía, pero no veía doble ni me tumbaba por ahí. Tres botellas de vodka no se las toma cualquiera. A mí me lo daban de probar mis abuelos desde chiquito. Me daban vino en las comidas… Me refregaban alcohol fino sobre la piel en invierno para poder ir a la escuela. ¡Cómo no voy a ser alcohólico! Charly, además, recuperó la voz. Estoy orgulloso porque lo amo. Con todo mi corazón. Y no espero nada de él. –¿Por qué habrías de esperar algo?
–Quiero decir: no espero a que se ponga bien para que hagamos un disco y ganemos plata.