Un comedor que se amplía en Villa Ávalos
Quienes comparten a diario una copa de leche como merienda y un plato de comida a la noche en el comedor comunitario La Esperanza, en Villa Ávalos, viven hoy sensaciones contrapuestas.
Por un lado, están contentos porque Carlos Ortega y su mujer Edith Vaca, fundadores del espacio solidario en el “lejano oeste” de la ciudad, consiguieron materiales para levantar un salón de unos 90 metros cubiertos.
La obra, en plena construcción (ayer la techaron) reemplazará al precario refugio de madera, cartones y chapas donde 80 chicos, 20 madres y varios padres se guarecen para calmar las urgencias de las tripas, desde hace poco más de un año.
Pero por otro costado, los aflige ver cómo se les complica cada vez más la vida, a medida que la pobreza, que les signa la existencia a todos, se torna más funesta.
“En nuestro comedor, el número de chicos que vienen a comer se mantiene en 80, más o menos, no porque las necesidades de la gente de esta zona sean las mismas de siempre sino porque se han abierto comedores y merenderos por todas partes: en Las Violetas, Los Filtros, Villa Martínez, La Tela...”, describe Edith.
“La cosa se está poniendo cada vez más difícil porque las donaciones han mermado mucho y la ayuda que recibíamos de Desarrollo Social ya no la tenemos”, agrega Carlos. Ambos agradecen la colaboración de la Fundación Ventana de Luz, que desde hace un año les tiende una mano para seguir dando pelea.
Adriana De Bigo, voluntaria de esa organización solidaria, destaca el compromiso y la entrega del matrimonio y cuestiona a la vez la actitud de la clase política frente a la problemática social.
Parado junto a una máquina mezcladora, Carlos ruega que mejore el tiempo para que fragüe la loza. “Queremos abrir lo más rápido posible porque acá el hambre no espera”, razona. Y se ilusiona con que alguien los ayude con sillas y mesas “para dejar más lindo el lugar”.
José (37) quema hojas y los restos combustibles de la basura reciclable que recibe la chacarita. Allí cambia por monedas la cosecha de papeles, cartones, vidrios y metales que junta en un carrito en las recorridas diarias de a pie.
Para parar la olla, además hace changas.
Convive con Lourdes (36) desde hace 10 años; tienen siete hijos, de entre 9 y 1 año, y cursan un embarazo de cinco meses.
Es un hogar bien constituido castigado por la pobreza extrema. La familia habita una casa de chapas a siete cuadras del comedor Esperanza, donde van a comer todos los días.
“La cosa cada vez está más difícil porque todo aumenta y lo que me pagan por lo que junto es lo mismo siempre”, dice el hombre. Y repasa: “1,60 pesos el kilo de papel blanco, 50 centavos el vidrio y 90 centavos la lata”.
“Me parece que ha empeorado todo, la plata cada vez alcanza menos y se hace más difícil vivir”, aporta la mujer.
“Gracias a Dios, los chicos son sanitos, se portan bien y no me dan trabajo en la escuela”, celebra la mamá.
“La vida está cada vez más difícil”