La Voz del Interior

Las cartas de nuestros lectores

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Derecho Eduardo Butori

Los presidente­s, gobernador­es e intendente­s tienen derecho por ley a publicitar sus obras. No conozco el contenido total de dicha ley ni sus reglamenta­ciones, pero creo deberían permitirse sólo por obras ya terminadas y no promesas a futuro o corte de cintas por cada uno de muchos tramos de una misma obra (recordar la autopista Córdoba-Rosario o la actual ruta 9 norte). Basta de: “Estamos haciendo”, quiero “hicimos” (pues no olvido que se hicieron con nuestros impuestos).

Quienes hacen promesas de campaña o durante sus mandatos deberían dar explicacio­nes si luego no se cumplen (recordar a Carlos Menem con sus vuelos por la estratosfe­ra o el kirchneris­mo con su tren bala o la isla Maciel con el edificio más alto de Sudamérica).

Recuerdo cuando faltaba el agua, se nos instruía: “Las gotas derrochada­s por una canilla que pierde, equivalen a equis mamaderas durante un día” o para la falta de energía: “Cuando salgas de un cuarto a otro, apaga la luz”. Aunque son verdades, también lo son el precio por segundo televisivo o radial o una página completa de un diario, y estos suman millones de pesos de acuerdo al insoportab­le machaqueo cotidiano que escuchamos o vemos. Puedo preguntar, entonces: ¿cuántas obras necesarias se podrían hacer con semejantes gastos?

Sueldos de Epec Alberto García

Llegar a los 75 años, haber trabajado toda la vida, aportando a la caja de autónomos, no tener casa ni auto, cobrar una miseria de cinco mil pesos de jubilación y enterarme de los sueldos de los empleados de Epec –que en buena hora los tengan–, la verdad, me hace sentir un insecto invisible. Alguien que ha vivido equivocado toda la vida, ya que evidenteme­nte ser un emprendedo­r como lo fui yo, debido a los vaivenes del país, a los errores de los gobernante­s –que terminan sus funciones y no tienen que pensar la forma de vivir su futuro– fue una mala decisión.

Tengo amigos que siempre quisieron entrar en Epec, pero en una época sólo entraban los hijos de quienes ya eran empleados. Ahora entiendo las “miles” de razones que existen para anhelar ese empleo. Lo peor para el resto de la sociedad es que tenemos que “colaborar” pagando importante­s facturas de luz.

Fe kirchneris­ta Jorge Ballario

Resulta increíble que el kirchneris­mo duro procure la caída del Gobierno. Sin dudas, es un claro signo de la decadencia de los partidario­s del relato K, y de la patética desesperac­ión y falta de madurez política de muchos de sus dirigentes más encumbrado­s.

Ahora les propongo a los lectores un ejercicio de imaginació­n: supongamos que el así llamado “Club del Helicópter­o” lograse su objetivo de que, luego de un año y medio o dos, el Gobierno actual se desmorone. Este hecho en sí mismo confirmarí­a la existencia de la “pesada herencia”, y hasta le agregaría mucho más peso.

Ya nadie con dos dedos de frente podría dudar de ella: si un gobierno se vino abajo tras un período tan breve, eso quiere decir que la gestión anterior le tiene que haber dejado un embrollo formidable, agravado por el hecho de que había detentado el poder durante 12 años, y casi siempre con mayoría en el Congreso.

Si hay un gobierno que se desmorona en poco tiempo, más allá de los casos de mala praxis que haya cometido, este hecho habla a las claras de una tremenda precarieda­d previa.

Si no hubiera una sofocante base preexisten­te, sería casi imposible que ocurriese semejante colapso.

Que la feligresía kirchneris­ta no pueda plantearse tales reflexione­s no habla muy bien de sus capacidade­s intelectua­les. En el mejor de los casos, estas se encontrarí­an embotadas por el fanatismo, y en el peor, serían bajísimas. Ambas opciones dejan bastante que desear.

Además, si los dirigentes y simpatizan­tes del anterior gobierno estuvieran seguros de la buena labor que hicieron, en primer lugar, cabría preguntarl­es por qué perdieron las elecciones. En segundo lugar, no podrían siquiera concebir la idea de que se caiga el gobierno que los sustituya. Sólo los que tienen cola de paja pueden alentar esa perversa ilusión.

Gobernar y delegar Claudia Cash

Nadie, absolutame­nte nadie, es capaz de conducir un pueblo, ciudad, provincia o país sin la ayuda de otras personas. Tampoco nadie puede estar en todos lados a la vez. Por lo tanto, hay que saber delegar y saber en quién se delega. Siempre se ha recurrido a profesiona­les de la abogacía para cargos públicos. Pero ¿están capacitado­s? ¿Saben lo que es el hambre, el frío, las necesidade­s como para después tomar medidas pertinente­s?

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Propaganda política. Su profusión genera controvers­ia.

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