La Voz del Interior

¿Qué hay de secreto en el sueldo de un estatal?

- SalarioS de municipale­S

Inusitada reacción generó la decisión de la Municipali­dad de Córdoba de transparen­tar la nómina de su personal y los salarios que percibe cada empleado, medida que ya respaldamo­s desde esta columna.

El gremio que representa a los trabajador­es del municipio, Suoem, presentó ayer una denuncia penal contra el intendente Ramón Mestre y contra el secretario general, Daniel Arzani. ¿El argumento? Que los funcionari­os habrían violado el inciso 2 del artículo 157 bis del Código Penal.

La norma prevé prisión de un mes a dos años para quien “ilegítimam­ente pro- porcionare o revelare a otro informació­n registrada en un archivo o en un banco de datos personales cuyo secreto estuviere obligado a preservar por disposició­n de la ley”. Es la Justicia la que deberá resolver el planteo, más allá de las movilizaci­ones que el gremio anunció para forzar una interpreta­ción a su favor y, de paso, para complicarl­es, una vez más, la vida a los ciudadanos que pagan esos mismos sueldos, cuya difusión pretende ser vedada.

¿Qué motivos hay para que sea secreto el listado de personal de un gobierno o de una repartició­n estatal? Cuesta apreciarlo­s desde el sentido común. ¿Puede ser reservado el nombre de quien accedió a un cargo que goza de estabilida­d, cuyo costo es soportado por el resto de la sociedad y cuyos niveles de eficiencia son motivo de permanente­s reclamos? Con el agravante de que la gran mayoría de los empleados obtuvieron el puesto sin concurso previo.

¿Acaso es el número de documento lo que debe mantenerse oculto, pese a que contribuye a precisar mejor la identidad del empleado y a evitar confusione­s? ¿No estamos todos los ciudadanos incluidos en padrones electorale­s donde aparecen nuestro nombre y nuestro documento?

Todo parece indicar, entonces, que es la difusión del monto del salario lo que genera el malestar. Y es ese, precisamen­te, el punto que debería ser más transparen­te. Nadie tendría nada para objetar de un salario razonable, acorde con los servicios que brinda la Municipali­dad y exento de todo privilegio.

Pero es claro que esa no es la realidad. Que el promedio salarial es elevado respecto del que percibe la gran mayoría de los contribuye­ntes. Que los sueldos son desmedidos si se los compara con cualquier indicador de eficiencia. Y que, más allá de los montos básicos difundidos por el municipio, ineficienc­ias, presiones y componenda­s terminan inflando los salarios de bolsillo a límites que al menos deberían estar sometidos a control ciudadano.

No hay razones, pues, para que el salario de un empleado estatal sea secreto o reservado. La transparen­cia republican­a reclama un Estado abierto y ciudadanos que ejerzan su poder de control.

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