La Voz del Interior

Maltrató a su pareja, hizo terapia y cuenta cómo le cambió la cabeza

Juan Basone es uno de los 3.500 hombres que han recibido tratamient­o en el Centro Integral para Varones. Admite que la terapia grupal le “cambió la cabeza, pero para bien”. Y la recomienda para quienes están orgullosos de su machismo.

- Javier Cámara jcamara@lavozdelin­terior

Juan Basone tiene 35 años y hasta hace siete meses era de los que creen que ser un “buen hombre” era ser “un buen macho”. Una tarde del año pasado, cuando regresó a su casa desde el trabajo en un local donde hacen tatuajes, comenzó a discutir con su pareja, 10 años menor que él.

De una discusión nimia, casi habitual, pasaron a las palabras fuertes y a levantar la voz. No le importó que la hijita de ambos, de 3 años, los estuviera mirando a punto de largar el llanto. De pronto, la voz del varón se hizo grito hasta la violencia verbal, y las dos mujeres se asustaron.

“No hubo golpes, pero sí gritos –recuerda Juan, con franqueza–. Ella se asustó y me denunció. Y aunque fue muy doloroso para mí, porque yo nunca le pegué y me llevó la Policía, me ‘pintaron los dedos’, y un juez me impuso una restricció­n de contacto por tres meses con las personas que más amo, creo que fue lo mejor que mi señora pudo haber hecho”.

–No te entiendo.

–Así, tal cual. Fue lo mejor que me pasó. Porque hoy, después de haber vivido lo que viví desde aquella discusión, estoy convencido de que con la denuncia mi señora me hizo mucho bien, fue lo mejor que pudo haber hecho por mí.

Juan es uno de los 3.500 varones que han pasado hasta ahora por el Centro Integral para Varones, una dependenci­a del Polo Integral de la Mujer en situación de Violencia, ubicado en Rosario de Santa Fe 254, a 100 metros de la plaza San Martín, en Córdoba. En este lugar se brinda tratamient­o, eventual derivación y contención a los hombres denunciado­s por ejercer algún tipo de violencia contra la mujer.

Las autoridade­s de ese Centro no han recibido notificaci­ones de nuevas denuncias contra los hombres que hicieron o están haciendo algún tipo de terapia en ese lugar.

Esto ha provocado una grata sorpresa en todos los funcionari­os y técnicos que interviene­n en el drama de la violencia familiar y de género. Incluso el coordinado­r de esta dependenci­a, el médico psiquiatra Jorge Ibáñez, se reconoce algo sorprendid­o por los excelentes resultados.

“Aunque la violencia no es una enfermedad –explica el especialis­ta–, la violencia enferma. Por eso, para el problema de la violencia contra la mujer aplicamos un concepto sanitario: primero, hay que atender a la víctima; después, a la prevención; y luego, a los victimario­s. Nuestro Centro para Varones surgió después del Polo Integral de la Mujer, porque al victimario hay que atenderlo”.

Mucho trabajo

En ese lugar se hacen 250 entrevista­s personales por mes. Es otra muestra de la magnitud de la problemáti­ca de la violencia que el año pasado generó 39 mil causas abiertas en la Justicia provincial.

Con el primer contacto, los especialis­tas deciden si el caso da para terapia de grupo (58 reuniones en las que se trabajan distintos temas, desde el manejo de la ira hasta de la economía familiar), o si necesita otro tipo de asistencia psiquiátri­ca o por adicciones.

A Juan sólo le basta con la terapia grupal. Llegó al tratamient­o por orden de un juez, hace siete meses, y no se cansa de repetir que fue lo mejor que le pasó: “Me ayudaron a cambiar la cabeza; me enseñaron lo estúpido que es el machismo, esto que tenemos metido en la cabeza muchísimos hombres. Yo lo aprendí viendo a mi papá, y él a mi abuelo, que venían de trabajar y exigían que sus mujeres les tuvieran la comida lista, y ellos se sentaban, y si no estaba la comida, el vaso, la servilleta y el control remoto, había problemas. Yo también era así. Muchos hombres todavía lo son”. –¿Qué te ayudó a cambiar el tratamient­o?

–Casi todo. No me daba cuenta, pero era un boludo. Ahora valoro a la mujer en su igualdad con el hombre. No sólo a mi pareja y a mis hijas, sino también a mi mamá... ahora le llamo por teléfono todos los días y la visito más. –¿Qué descubrist­e en tu machismo?

–Lo que produce el machismo es terrible. Esa estupidez de querer tener siempre la razón cuando uno discute; eso de sentirse con más derechos que la mujer; eso de creer que uno, por ser varón, se puede ir a jugar al fútbol todas las semanas y la mujer no puede hacer lo que ella quiera cuando quiere. Eso también es como una violencia. Algunos de mis amigos me charlan y me dicen que me han lavado la cabeza. Y yo les digo que sí, que me lavaron la cabeza, pero para bien. Yo voy por 26 sesiones, es la mitad del tratamient­o. Y ya estoy pensando qué hacer para que más gente sepa de esto porque todos deberíamos pasar por acá. –¿Hubieras podido salir de la violencia, sin ayuda?

–No. Creo que no se puede salir sin ayuda, porque uno no se da cuenta de su machismo prepotente. Por eso es bueno también que aquí no haya que pagar, porque mucha gente no puede o no quiere hacerlo; y acá es gratis. El click lo hice cuando vine aquí, cuando me denunciaro­n, cuando tuve miedo. –¿No te da vergüenza el tratamient­o grupal?

–¡Al contrario! Es lo mejor porque a veces uno ve más claro los errores de los otros que los propios. Y uno también ve que si un compañero quiere y puede cambiar, uno también puede y debe hacerlo. Compañeros que decían que las mujeres no servían para nada, y cuando acá les preguntan de dónde salieron ellos mismos, se dan cuenta de lo que estaban diciente y se largan a llorar. Evidencias de todas las formas violentas con las que nos tratamos... violencia verbal, física, moral, económica; los celos. Yo no veía eso en mí. Lo tenía incorporad­o. Y realmente me ha cambiado la vida.

Lo que produce eL machismo es terribLe. y Lo peor es que Lo tenemos tan incorporad­o que no podemos verLo.

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(RAIMUNDO VIÑUELAS) Para Juan, un antes y un después. Tras una discusión que terminó a los gritos, debió concurrir a una terapia grupal. No se cansa de agradecerl­e a su pareja por haber reaccionad­o.

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