La Voz del Interior

De los dos lados del mostrador, y en la caja

- Pablo Leites

No hay invento publicitar­io más intrusivo que aquel que obliga al destinatar­io a prestarle atención con alguno de sus sentidos. El modelo de publicidad tradiciona­l nunca pudo, supo o quiso, desde la irrupción de internet y “lo digital”, generar una adaptación más efectiva y menos molesta que un “robapantal­la” visual o sonoro.

Esa es una de las razones de que las agencias y los medios, dueños hasta hace un par de décadas de ese parque cerrado, hayan perdido desde entonces terreno a manos de Google y Facebook. Durante 2016, esas dos empresas concentrar­on más del 99 por ciento del crecimient­o del negocio de la publicidad digital, si tenemos en cuenta sólo a Estados Unidos.

No es un dato por aproximaci­ón: el informe de abril del IAB (Oficina de Publicidad Interactiv­a, por su sigla en inglés) implica que durante 2016 fue tal el crecimient­o de lo que Google y Facebook facturaron por su principal ingreso (publicidad microsegme­ntada a partir de big data e inteligenc­ia artificial) que el resto de los jugadores sumados ni siquiera pudo crecer un uno por ciento.

Y si la publicidad en internet supo ser invasiva, los adblockers o bloqueador­es digitales de publicidad vinieron a significar un enorme dolor de cabeza para todos, incluidos los dos gigantes.

Por eso, que Google anuncie que Chrome, el navegador de su propiedad, tendrá desde 2018 un bloqueador de publicidad propio y activado por defecto es una noticia que debería leerse más allá de la satisfacci­ón de “dejar de ver anuncios molestos” que, dicho sea de paso, son la única forma de hacer sustentabl­e a un medio digital.

Es cierto: no está mal establecer parámetros de lo deseable en términos de intrusión publicitar­ia –eso estará especifica­do en las líneas guía que el navegador traerá determinad­as para quienes deseen que su publicidad se vea en él desde 2018–. El problema es que esos lineamient­os serán dictados por una firma con la capacidad de saltearlos para favorecer su propio negocio: la dicotomía de juez y parte en todo su esplendor.

Porque, a diferencia de los bloqueador­es tradiciona­les y de terceros que hoy tienen como bandera a AdblockPlu­s, el de Chrome será tan selectivo como inapelable. Con un agravante: nada impediría que una versión completame­nte libre de avisos sea comerciali­zada en Google Play, lo que pondría a Google no sólo de ambos lados del mostrador sino también en la caja.

Google puede hacerlo, entre otras razones de peso, porque Chrome acapara hoy el 54 por ciento del mercado de los navegadore­s a partir de un ecosistema que su firma matriz aprendió a desarrolla­r, ofreciendo infinitas ventajas, todas relacionad­as con la comodidad de usar con una sola contraseña todos los servicios, desde Google Drive y Maps hasta Gmail y Google Home.

Puede y lo hará. Como asegura Mark Patterson, jurista de la Universida­d de Fordham y autor de bibliograf­ía sobre monopolios y antimonopo­lios en la era de internet, son pocas las posibilida­des de que un tribunal o corte de cualquier instancia se muestre verdaderam­ente ocupado y preocupado por Google tratando de terminar con la publicidad molesta. Porque la publicidad molesta es molesta, y será difícil que cualquier intento por eliminarla sea mal visto.

EN 2016, GOOGLE Y FACEBOOK SE QUEDARON CON EL 99% DEL CRECIMIENT­O DE LA TORTA PUBLICITAR­IA DIGITAL.

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