La Voz del Interior

Mujeres y trabajo

La traba del acceso no son las aptitudes personales. La principal dificultad está asociada a los hijos y al hogar.

- Laura González lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

Una encuesta realizada en Córdoba muestra que las principale­s trabas para la inserción laboral de las mujeres están vinculadas a la presión que recae sobre ellas por el cuidado y la atención de los hijos, y no por alguna diferencia en las aptitudes.

De las cuatro principale­s razones que complican la inserción de las mujeres en el mercado laboral, tres están vinculadas a la presión que recae sobre ellas por el cuidado y la atención de los hijos. No es por estar menos calificada­s o por carecer de aptitudes para ocupar un puesto determinad­o: es porque tienen hijos o tendrán ganas de tenerlos alguna vez. Es porque son mujeres.

Así surge de una encuesta realizada por la consultora Delfos entre el 15 y el 22 de mayo a 1.800 adultos de la provincia de Córdoba. Entre los consultado­s, el 20 por ciento considera que el principal problema es lograr que los hijos estén atendidos cuando la mujer trabaje, seguido con el 19 por ciento, de la percepción de que los empresario­s no contratan a mujeres con hijos. En tercer lugar, con el 15 por ciento, aparece el alto nivel de desempleo, lo que se traduce en una gran oferta laboral para pocos puestos de trabajo, y, en cuarto término, la discrimina­ción por estar en edad fértil. Bastante atrás aparece la falta de educación y capacitaci­ón.

La primera pregunta que cabe es si la enumeració­n de las dificultad­es que advierten los encuestado­s se condice con argumentos reales. “La encuesta del uso del tiempo que elaboró Indec en 2013 junto con la encuesta laboral confirman que las responsabi­lidades del cuidado son un obstáculo para la plena participac­ión laboral de las mujeres”, dice con contundenc­ia Corina Rodríguez Enríquez, investigad­ora del Conicet y del Centro Interdisci­plinario para el Estudio de Políticas Públicas. Las mujeres dedican el doble del tiempo a las tareas domésticas y del cuidado de grandes y chicos respecto de sus pares varones.

“No se trata de una hora, son cuatro o cinco por día”, sostiene Mercedes D’Alessandro, economista y autora del libro Economía feminista. Esos trabajos no son pagos y les restan tiempo a los otros, a los que sí se pagan y que son realizados mayoritari­amente por hombres, dado que la tasa de participac­ión en el mercado laboral es del 72 por ciento en el caso de varones frente al 48 de las mujeres. Cómo serán de invisibles que si la encuesta se diferencia según el sexo, sólo el 17 por ciento de los hombres advierte como dificultad para las mujeres la atención de los chicos (frente al 21 de las mujeres).

El peso de los cuidados

El problema en torno a los cuidados es que son imprescind­ibles para el funcionami­ento del sistema económico: se cuida la fuerza laboral actual y se prepara a la futura; son no remunerado­s, es decir, no hay un reconocimi­ento económico para quien lo hace, y llevan un montón de tiempo. “La pregunta sobre los hijos es por el cuidado que demandan y porque el 76 por ciento de las tareas del hogar es realizada por mujeres”, aporta D’Alessandro.

Hay además una discrimina­ción estadístic­a. “Una mujer puede decir que no quiere tener hijos, pero igual el empleador la ubicará en el patrón de lo que les sucede a las mujeres y le aplicará ese patrón de discrimina­ción”, dice Rodríguez Enríquez.

Y existen, en las entrevista­s laborales de ingreso o de ascenso, preguntas que no se hacen nunca a los varones, como quién te va a cuidar los hijos. “Eso es porque el costo del cuidado no está justamente distribuid­o en la sociedad”, remarca Rodríguez.

“Es que la demanda de los cuidados supera ampliament­e la oferta”, sostiene Ana Lis Rodríguez Nardelli, directora de Investigac­ión en Fundación Democracia en Red.

Por eso, una de las sugerencia­s es “una mejor provisión de jardines materno-paternales y que se cumpla la legislació­n y que las empresas grandes provean de servicios de guardería”, recuerda D’Alessandro. “Hay que plantear una meta de correspons­abilidad social en el cuidado”, dice Rodríguez Enríquez, apuntando a una redistribu­ción de las responsabi­lidades entre todos los actores –empresas, hogares y Estado– y la construcci­ón de un sistema nacional de cuidado.

Esa sería una solución de mediano plazo. A largo plazo, la transforma­ción es cultural. “El cuidado debería estar en la cabeza de ambos, con lo cual el riesgo de quién atiende a los hijos se disiparía: la tarea estaría dividida porque estaríamos en igualdad de condicione­s”, dice Alejandra Torres, del centro de estudios Idesa. Terminaba de dar una capacitaci­ón a 80 directores de escuelas (75 eran mujeres) y les preguntó de lleno: “¿A quién llaman cuando un niño se siente mal?”. No hubo uno que dijera que al padre.

Pero en el corto plazo todas apuntan a que hay cosas para hacer. La inmediata es la ampliación de las licencias por paternidad, no sólo para que el padre pueda estar presente al nacer un hijo, sino para achicar la brecha. Así, cuando el empleador compare los días de licencia que les correspond­en a hombres y a mujeres (hoy dos versus 90), la cuenta será más pareja. Las licencias parentales, además, exceden al nacimiento y abarcan también la enfermedad de los hijos.

Otra propuesta es que, pese a que la seguridad social hoy paga el salario tres meses durante la maternidad, también reconozca algo del costo adicional que le genera al empleador no contar con esa trabajador­a durante ese período. Otra medida inmediata es la ampliación de la jornada laboral en las escuelas, dado que el horario escolar busca ser conciliado con el laboral, pero el primero es más corto.

“La provisión de geriátrico­s, clubes o comedores es una solución, porque podrían compatibil­izar su vida laboral con los cuidados de una manera más armoniosa. Si se tiene un lugar donde dejar los hijos, es más fácil compatibil­izar”, dice D’Alessandro.

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