La Voz del Interior

Tras el fin del paro, se juega ahora el futuro del servicio

Después de 9 días sin colectivos, la forma en la que se termine de resolver el conflicto sentará un precedente histórico para el sistema de transporte en Córdoba. Será crucial si se despide o no a 80 choferes, si se aprueban las normas sobre el derecho a

- Rubén Curto rcurto@lavozdelin­terior.com.ar

¿Qué pasará con los 80 choferes despedidos? ¿Se aprobará la ley para prohibir los paros sorpresivo­s en servicios esenciales? ¿Hasta dónde llegarán las sanciones a los huelguista­s? ¿Qué hará la UTA? ¿Trazó este conflicto un antes y un después en la historia de las protestas que paralizan todo?

Tras el fin de la huelga de nueve días y la normalizac­ión del sistema, las respuestas a esas preguntas comienzan ahora a determinar el futuro –a corto y a largo plazo– del servicio del transporte urbano en la ciudad de Córdoba.

Desde el primer minuto de hoy, y luego de 10 días de paro, el sistema de transporte urbano de Córdoba volvió a funcionar al 100 por ciento de su capacidad, en horarios habituales y con cobro de boleto. Queda atrás así el esquema de contingenc­ia que el municipio articuló lunes y martes, y que ayer llegó a poner en circulació­n unos 500 coches, sobre un total de 800.

Esta “normalizac­ión” del servicio es un bálsamo para los sufridos usuarios, pero quedan pendientes de resolución los efectos colaterale­s del paro: 80 despidos y el descuento de horas no trabajadas.

El intendente Ramón Mestre y las empresas Aucor y Coniferal fueron tajantes al afirmar ayer que no habrá reincorpor­ación de despedidos. Destacan que esas medidas se tomaron en línea con la legislació­n laboral y una vez que el paro fue declarado ilegal.

Incluso, el titular de UTA nacional, Roberto Fernández, deslizó que hará gestiones para que los despidos sean los menos posibles, pero no aseguró reincorpor­ación total.

Ese escenario quedó trazado ayer luego de una fallida convocator­ia del Ministerio de Trabajo a conciliar. Municipio y empresas ratificaro­n su vocación de sentarse a hablar, pero parecen haber acordado el criterio de que no negociarán los despidos.

Anoche, la autoridad laboral informó que las empresas le pidieron audiencia para la semana que viene. Otras fuentes indicaron, por el contrario, que la citación sigue siendo la misma de siempre, pero como las prestatari­as estaban abocadas a restituir el servicio, postergaro­n su concurrenc­ia para otro día.

La mencionada reacción política de Mestre era esperable, sobre todo después de la fuerte señal social que hubo en pos de mostrar firmeza.

El lunes a la noche, cuando los delegados de los choferes vociferaba­n un acuerdo que no fue tal y la revisión total de los despidos, el rechazo de los usuarios fue muy elocuente.

La situación le dio plafón al intendente para tratar de recuperar autoridad, luego de haber pagado costos políticos durante los 10 días de paro. Sin comparació­n

La historia de esta medida de fuerza quedará en los anales como una de las más prolongada­s e irracional­es de todas las que hubo en el transporte, que no han sido pocas. Sólo en los últimos seis años, el actual intendente lleva contabiliz­ados más de 40 paros.

Si bien esta vez la huelga se terminó de desgranar ayer a la mañana, cuando en las puntas de líneas de las empresas se multiplica­ba la presencia de choferes que abandonaba­n la protesta, el quiebre real del paro se dio mucho antes.

Fue el lunes al mediodía, tras el acto de choferes frente a la sede de UTA. Esa convocator­ia, en la que, supuestame­nte, los gremios más fuertes de Córdoba le iban a hacer el aguante al delegado Marcelo Marín (Aucor), fue vaciada por los caciques sindicales.

Pegaron el faltazo Rubén Daniele (Suoem), Gabriel Suárez (Luz y Fuerza) y José Pihen (SEP). Desde allí, el acto –y también el paro, claro está– quedaron en manos de Mauricio Saillén, líder del Surrbac (recolector­es de residuos).

Saillén asumió el protagónic­o, aglutinó a sectores K y de izquierda, y hasta desafió con promover la revocatori­a de mandato a Mestre. Previament­e, había fracasado en su intento por forzar el llamado a un paro general en la provincia.

Un dato: en el acto, había más recolector­es que choferes. Esa inflación de apoyo externo se devaluó al final de la reunión.

Cuando se apagaron los micrófonos en el palco, las cámaras dejaron ver a un Marín desencajad­o, tratando de convencer a sus pares de no abandonar la protesta. “Esto no es para cagones”, decía. Pero recogía sólo miradas incrédulas.

Esa primera señal cobró cuerpo en la noche del mismo lunes. Con el esquema de contingenc­ia ideado por el municipio –que funcionó medianamen­te bien–, Marín y compañía empezaron a recular.

Fueron a Trabajo a tratar de revivir el mismo acuerdo que habían desestimad­o el viernes y que implicaba aceptar la conciliaci­ón, y volver el conflicto a foja cero.

Pero a esa altura, la taba ya se había dado vuelta. Con más aire, el tándem Mestre-empresas plantó bandera y se endureció: ratificaro­n los despidos y el descuento

No habrá marcha atrás coN los despidos y las horas No trabajadas. Ramón Mestre, intendente de Córdoba es la seguNda vez que teNemos bueNa oNda. No va a quedar NiNgúN trabajador eN la calle. Marcelo Marín, delegado

de horas, y avisaron que no asistirían a la audiencia en Trabajo.

Lo que viene

Ya fue dicho: lo inédito de este paro fue su larga duración, pero también cómo se alinearon los protagonis­tas. Casi siempre, la pelea era delegados-UTA, contra municipio-empresas. Ahora no. Esta vez quedaron los delegados y choferes, de un lado, y, en frente, el municipio, UTA local y nacional, empresas, Provincia y Nación.

La inorganici­dad de los huelguista­s fue total, incluso respecto de su propio gremio. Eso marcó la tónica del paro e incidirá mucho también en la salida que se logre, hacia adelante. ¿Por qué?

Hasta la semana pasada, las protestas de UTA eran (si se permite la comparació­n) como una afección virósica: con o sin remedios, se “curaban” en un ciclo de cinco días. Esta vez no fue así.

Los delegados desafiaron a la intervenci­ón de UTA, se envalenton­aron con apoyos políticos y de otros gremios, y –sobre todo– no tenían techo alguno en materia de responsabi­lidad.

En su máximo esplendor mediático, el delegado Marín se vio a sí mismo como una suerte de Atilio López, a las puertas de otro Cordobazo. Con ese convencimi­ento, salteó los límites legales y redobló siempre la apuesta, hasta poner a sus propios compañeros en un escenario de despidos masivos, que nadie sabe cómo se saldará.

Esa cuestión es la que envalenton­a también a Mestre y a las empresas a hacer un clic y marcar un punto de inflexión.

Si el hecho de mantener paralizada 10 días la segunda ciudad del país les sale gratis (en términos legales y económicos) a sus protagonis­tas, ¿cuánto tiempo pasará para que se cocine desde abajo otro paro salvaje como este?

¿Cuántos nuevos Marín se están incubando en un gremio intervenid­o, donde para llegar a ser delegado hay que gritar más fuerte, prometer más disparates, y autoprocla­marse por fuera de cualquier legalidad?

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(RAIMUNDO VIÑUELAS) Sombrío. El delegado Marcelo Marín, a las 11 de la mañana. Aún no se había levantado el paro, pero ya era un hecho porque cada vez más choferes retomaban el trabajo.
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(ANTONIO CARRIZO) En retirada. Frente a la sede de la UTA, en el Centro cordobés, quedaban ayer los restos de nueve días de tensión en Córdoba.

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