Un clásico con la misma dulzura
El musical “Sugar” se afianza en la cartelera porteña en la cima de las preferencias. Griselda Siciliani recrea un protagónico con brillo propio, en una producción deslumbrante.
El día del estreno de Sugar, Griselda Siciliani recibió un amoroso mensajito de su ex, Adrián Suar: “Subí al escenario y mostrá de qué estás hecha”.
De talento, oficio y hermosa desfachatez, podría ser la respuesta luego ver su protagónico en el musical de Peter Stone que, 45 años después del estreno en Broadway, tiene varias razones para ser la producción más taquillera de la cartelera porteña, con seis funciones semanales en el mítico teatro Lola Membrives.
No se equivocaron Arturo Puig y Susana Giménez (director y productora junto con Gustavo Yankilevich) cuando pensaron en ella para recrear esta historia ambientada en Chicago y en Miami en 1929, sobre una chica simple que toca el ukelele en una orquesta de señoritas y sueña con enamorarse de un millonario que la saque del cabaré, objetivo en el que tendrá de cómplices a dos músicos callejeros que huyen de los gángsteres y se suman a la banda disfrazados de mujeres (sólidos en sus roles Nicolás Cabré y Federico D’Elía). Bastante a contramano de estos tiempos el argumento de este clásico musical que una superproducción de 18 millones de pesos indulta con altas dosis de frescura e ingenuidad, y haciendo honor a su propia huella en Argentina.
Sugar fue en 1986 el éxito de Susana, Ricardo Darín y Puig. Es la misma historia de Marilyn Monroe en Una Eva y dos Adanes. Siciliani hace un “shock” a modo de guiño y tiene el pelo platinado y los labios rojos, pero se mira en su propio espejo cuando canta, baila y pisa el escenario.
Están a la vista sus años de danza y de teatro, aunque ella es claramente una comediante y no una bailarina que canta; una actriz que disfruta con libertad de un personaje consagratorio. Siciliani se permite todos los mohínes para hacer de Sugar Kane, una chica irresistible para los dos músicos y adorable para la platea.
Cada peso invertido tiene correlato en la puesta. Son más de 15 los cambios de escenarios y dispositivos donde transcurre la historia: el teatro, el tren, la estación, el galpón, el yate, la playa, el hotel, el andén, los sueños... Parte del juego del espectador será adivinar con qué lo deslumbrarán en el próximo acto, y la imaginación puede resultar corta. Aplausos para Alberto Negrín. Y también para Renata Shussheim, que ideó unos 150 trajes para vestir de lujo y de ilusión cada momento.