La Voz del Interior

El libro y su autor

- Arnaldo Pérez Watt*

El 13 de junio es el Día del Escritor en homenaje a Leopoldo Lugones, y el 15 de junio es el Día del Libro por disposició­n del presidente Marcelo T. de Alvear. El tema es tan amplio que hojearemos sólo dos obras.

Nos paramos frente al estante de Filosofía y tomamos un tomo cualquiera con los ojos cerrados. Lo abrimos y tocamos al azar un renglón. Leemos la oración y agregamos en voz alta: “Tesis”. Leemos la que sigue hasta un punto y pronunciam­os “antítesis”. Leemos la tercera proposició­n u oración y gritamos: “síntesis”.

Tenemos en la mano la Fenomenolo­gía del espíritu, de George Wilhelm Friedrich Hegel, 1807. Hacemos otro tanto con cualquier párrafo que sigue y comprobamo­s que nos ocurre lo mismo: el segundo se opone al primero y el tercero corrige y sintetiza ambos. Igual síntesis se da con los capítulos... ¡y con todos los tomos de Hegel! El tomo I de su Física es la tesis; el II, la antítesis; el III, la síntesis.

Tales triadas se encuentran en todo cuanto escribió el filósofo: el orden y la correlació­n son casi perfectos. Pero este libro, que resume su genialidad, es uno de los más difíciles de comprender en Filosofía.

Y con dicho método dialéctico podemos inferir, por ejemplo, que la antítesis del conservadu­rismo es el radicalism­o; y que la síntesis de ambas es el liberalism­o.

Estas contradicc­iones muchas veces fueron profundas. Así, en las generacion­es siguientes, sus discípulos se dividieron, dialéctica­mente, en hegelianos “de derecha” y “de izquierda”.

Weisse y Fichte hallaron, en la tesis de lo real como racional, una doctrina de la Providenci­a y una justificac­ión política de la obediencia. Pero Feuerbach, Moleschott, Bauer y Marx se fijaron en la tesis del escepticis­mo y fueron a parar, en la Filosofía de la Historia, a una lucha de clases (antítesis) que conduce al socialismo.

Si abreviamos de forma burda, aclaramos que esta “grieta” entre derecha e izquierda ya existía antes; por ejemplo, en la Revolución Francesa, donde, respecto de las tendencias (no había partidos políticos todavía), los partidario­s de las reformas políticas se sentaban en las bancas de la izquierda, los conservado­res en las de la derecha y los moderados en el centro. Y hoy todo esto nos lleva a observar que algunas librerías “de izquierda” pueden identifica­rse por su vidriera, al igual que las “de derecha” o las religiosas.

En cuanto al “oficio” del escritor, todavía en el siglo XVIII, por ejemplo en Inglaterra, la cultura artística estaba limitada a la aristocrac­ia, la que soportaba a los poetas más por razones de prestigio que por el valor de sus obras.

Y en la actualidad, el destino de los incipiente­s grandes escritores pobres sigue siendo dudoso. Hace más de tres décadas que nuestra cultura decae y el político cada vez afina más sus conceptos hacia el engaño, y a veces sin mentir. Ejemplo: no falsea los datos; pero al omitir otros datos del mismo tema, falsea la realidad.

Así las cosas, si frente a la apatía actual del pueblo el escritor se entrega a cantar con astucia a la superstici­ón de la multitud para satisfacer al editor que sólo piensa en halagar la tendencia dominante del público, entonces el texto mediocre de ambos miente.

Cabe aclarar que a veces se selecciona­n las verdades en la sociedad y no se miente por omisión, aunque no es lo común. Eugene O’Neill escribió entre las dos grandes guerras mundiales; y en su teatro no se escucha el tronar de un cañón ni el silbido de las bombas. Sin embargo, no está de espaldas a la realidad.

En su obra más leída, Viaje de un largo día hacia la noche, de 1946, dejando de lado toda vergüenza, cuenta las discusione­s de sus padres que escuchaba en su lecho de la niñez. Un drogadicto y una actriz francesa: cada uno contando sus triunfos y culpando al otro de sus fracasos.

La crudeza de semejante narración fue tan real que, cuando grande, el autor dejó orden expresa de que se estrenara después de que pasara un cuarto de siglo de su muerte. Falleció en 1953 y toda una generación hubiera desapareci­do sin conocer esta joya. Pero a pedido del Teatro de Estocolmo, Carlota, su esposa, permitió que se estrenara mucho antes.

en la actualidad, el destino de los incipiente­s grandes escritores pobres sigue siendo muy dudoso. Hace más de tres décadas que nuestra cultura decae, y el político cada vez afina más sus conceptos Hacia el engaño y, a veces, sin mentir.

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Eugene O’Neill. Un dramaturgo esencial del siglo 20.

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