Di Fulvio pone de pie su guitarra y sus palabras
El guitarrista, cantor y compositor se presenta esta noche en el teatro San Martín. Recorrerá parte de su vasta obra, que incluye motivos entrañables como “Campo afuera”.
Carlos Di Fulvio conoce el misterio del silencio; tiene el don para convocarlo con la sola compañía de su exquisita guitarra y de su voz de profundidades dichas, ya sea bajo el cielo de los festivales o al amparo de los auditorios. Es uno de los grandes creadores del folklore argentino, autor de motivos entrañables, y esta noche volverá a llamar a silencio en la penumbra del teatro San Martín. Será a las 21.
Llegará al gran escenario para volver a convidar un repaso de su vasta obra, luego de que lo vimos cosechar su música en los días celebratorios de la santidad del cura. Su Cantata brocheriana, sembrada hace tantos años, reverdeció entonces.
“De la mano de Brochero volví no sólo a reencontrar la fe, sino que me dio las fuerzas necesarias para seguir el camino... tal como llegaron a mí la vida y obra de las abuelas del monte, así llegó don Gabriel del Rosario, montado en su mula como un líder de fe con sombrero negro y cigarrito’i chala olvidado en la orilla de la boca…”.
Su inconfundible modo de narrar les da tibieza a los recuerdos. “Brochero se hizo pasar por el cura César Ferreyra y así, campechanamente, me invitó a recorrer parte de su curato. Me dejé llevar con la confianza del ciego en su lazarillo y así, sin más recaudo que el que Dios nos diera, salimos al tranco manso por las faldas de las sierras... un paso aquí, un tranco allá, por la cuesta’ e San Pedro Brochero va... volví a encontrarme con personajes queridos como fueron doña Dominga; Maclovia; María; por nombrar algunos. Y al darme cuenta que lo vivido no fue un cuento de historia sino la vivencia repetida, le pedí permiso por un rato para retrotraer mi camino”.
Entonces, dice que escuchó que Brochero le dijo: “Vaya y que Dios lo bendiga”. Por eso su retorno al Teatro del Libertador: “Para poner de pie mis palabras como otrora lo hice”, sostiene, a los 78 años.
Estará acompañado por Pablo Alessia: “Un fino guitarrista citadino, quien me ayuda con sus mañas a disimular mi artrosis”.
El peso de la palabra
Su obra, que no deja de acudir a la sed de nuevas generaciones (cuántos se siguen acercando a la chacarera por su Campo afuera, o Doña Dominga), se ha sostenido en la música y en el peso de la palabra.
“En el ansia de decir cosas, a veces se logran frases que el pueblo no olvida y que se hacen parte de su historia cantada. Después, cuando a través del tiempo uno se ve reflejado, siente que el esfuerzo no ha sido en vano”.
Y si mira a través del catalejo del tiempo, dice: “Veo mi obra como cualquiera que en la vida se para frente a las adversidades para allanar de alguna manera las dificultades de sus seguidores. He transitado caminos complicados como siempre lo fue la historia y lo seguirá siendo el que bordea el territorio de lo político-social, mientras lo que se haga sea una mera satisfacción personal y no una necesidad humana”.
Tuvo objetivos claros en su andar. “Me decidí a discutir poética y musicalmente con el ‘falso federalismo’; y de varias otras maneras, hacer notar la diferencia enorme que existe entre pobreza y miseria; Canto monumento, en primer término, y luego La
conquista del desierto fueron mis tesis al respecto. Con ellas, intentaba dar una mano de alivio pedagógico en la currícula –como les dicen ahora a los asuntos educativos–, y se reflejó en el agradecimiento de una generación de docentes anónimos”.
Y a la vuelta de los años, su razón y su pasión siguen claras. “¡He caminado mucho! (como también lo supo decir don Atahualpa), pero no siento estar cansado. Más: aún me dan ganas y fuerzas para decir a voz alzada que cada uno será orfebre de su propio destino; pero, eso sí, partiendo de aquella tan olvidada premisa: primero hay que aprender a leer; luego, a escribir; y más tarde, hacer lo que se debe y no lo que se quiere”.