Peor de lo mismo
El gobierno de Juan Schiaretti acaba de agregar esta semana un nuevo boleto gratuito a la saga del transporte cordobés. Esta vez, no es para estudiantes, ni para adultos mayores, ni para empleados en blanco. Es para personas en situación de pobreza. Los objetivos son varios: bajar la pobreza del 40,5 por ciento que detectó el Indec en el Gran Córdoba, con una medición propia que incluirá este tipo de ingresos que la gente no acostumbra a considerar como tales cuando responde las encuestas; ayudar a un sector de la población y, de paso, tener otra cosa para repartir en la campaña electoral. El 20 de julio ya se podrá usar el nuevo boleto. El 13 de agosto se vota en las Paso.
Nada nuevo bajo el sol. Excepto que, con estos nuevos 70 mil “boletos sociales”, que así se llaman, los cordobeses que viajan gratis en colectivos urbanos, interurbanos y de media distancia ya son uno cada cinco habitantes (uno cada 4,88).
Pero cuando uno descuenta a los cordobeses de 6 meses de edad o a los cordobeses que viven en pueblos donde el único colectivo que se conoce es el amarillo de las películas sobre estudiantes estadounidenses, la incidencia es mucho mayor.
Por ejemplo: en la docena de ciudades cordobesas con transporte público viven sólo 2,1 millones de los 3,6 millones de cordobeses; en Córdoba capital, viven 1,43 millones de personas, pero apenas unas 350 mil usan los colectivos.
Los 746 mil cordobeses que tienen algún tipo de boleto gratuito, entonces, son una proporción desconocida pero altísima de los usuarios del sistema. Los cada vez menos que pagan su boleto, de todos modos y al menos en los servicios urbanos, pagan un boleto subsidiado por diversas vías.
En efecto, la Provincia transforma en gratis algo que la Nación de por sí subsidia. Y agrega un subsidio más a una maraña de jubilaciones, pensiones, asignaciones, boletos, suplementos, tarifas sociales, ayudas alimentarias, becas y puestos estatales que revolean, superponen y duplican intendentes, gobernadores y ministros sin ton ni son.
Es apenas un ejemplo de que las políticas públicas están yendo exactamente en sentido contrario al que deberían tener.
¿Schiaretti es el único? De ninguna manera. Allí está Mauricio Macri, iniciando, ahora sí, el famoso soterramiento del ferrocarril Sarmiento, que lleva y trae gente de la Capital Federal al partido bonaerense de Moreno. La obra fue anunciada numerosas veces por el kirchnerismo. Nunca se cavó un metro, pese a lo cual florecieron las coimas, según declaran arrepentidos de la corrupción brasileña.
Lo insólito es que la obra, valuada en 3.000 millones de dólares, se paga con impuestos cobrados en todo el país, pero sólo será disfrutada por los conur- banistas y porteños de siempre, que pagan apenas seis pesos por viajar los 40 kilómetros de punta a punta, gracias a que siguen siendo los máximos privilegiados de los subsidios en el país.
En realidad, ni siquiera pagan eso: se calcula que apenas la mitad de los pasajeros de trenes del Gran Buenos Aires se toma la molestia de abonar esa tarifa miserable. Otro empoderamiento que el kirchnerismo alimentó con su prolongada demagogia y que el macrismo no puede desactivar.
En mayo, el déficit primario de la Nación fue 127 por ciento mayor que el de hace un año. Y el déficit financiero fue 83 por ciento mayor. En los primeros cinco meses del año, el déficit primario creció 26,8 por ciento; el financiero, 55 por ciento.
Una ola roja imparable inunda la administración. No hay bono a 100 años que alcance para cubrir eso. Lo más grave, sin embargo, es que todo ese combo, lejos de reducir la pobreza, la sostiene en lo alto. Hace más de una década que el zafarrancho enmarañado de subsidios no para de crecer. Y la pobreza ahí, arriba del 30 por ciento. Lo más campante.