La Voz del Interior

“El teatro me atrapó rápido y me atravesó por todas partes”

Iba a ser astrónoma, pero a los 25 se enamoró del teatro en los talleres de Ernesto Heredia y Mario Mezzacapo. Estudió en la UNC y participó de infinitas puestas. Enseñó a adultos mayores en hogares municipale­s y hoy es funcionari­a.

- Héctor Brondo hbrondo@lavozdelin­terior.com.ar

“A muchos teAtristAs independie­ntes los siento como compAñeros entrAñAble­s, hijos”.

La endeblez de la autoestima, que le dificultab­a apoyar con firmeza los pies sobre la tierra para avanzar por la vida sin tantas vacilacion­es; y el apenas regular rendimient­o académico en el Instituto de Matemática, Astronomía y Física (predecesor de la Famaf), motivaron su decisión de probar suerte con el teatro.

“De chica quería ser astrónoma, pero al final cambié la materialid­ad de las estrellas por el universo de los sueños”, resume y explica Nora Carrara la resolución de aquella disyuntiva que le dio sentido a lo que le esperaba.

“Siempre le he dado mucha bolilla a las razones del corazón”, alega la actriz y gestora cultural, para explicar su especial atención a las vibracione­s de las entrañas, a la hora de orientar el rumbo de sus pasos.

“El teatro me atrapó rápidament­e, me atravesó por todas partes y creo que voy a seguir relacionad­a con él para siempre”, agradece y avizora.

Nora Lina Carrara nació en Río Gallegos, Santa Cruz.

Vino a Córdoba a los 4 años, cuando a su padre Atilio Luis Simón, un apasionado aviador militar, lo trasladaro­n desde la base patagónica en la que prestaba servicios, a la escuela de formación de pilotos que la Fuerza Aérea Argentina tiene a la vera del camino a Villa Carlos Paz.

Se recibió de maestra en la Escuela Normal Superior Alejandro Carbó e ingresó al Imaf con la ilusión de ser astrónoma.

Con veintipico de años –y por los motivos ya expuestos– se bajó de esa carrera y se subió a las tablas.

La revelación del amor

“Descubrí tarde mi vocación por el teatro”, cuenta y atribuye el hallazgo revelador al aporte magistral de Ernesto Heredia y Mario Mezzacapo, formadores de actores con destino de leyenda.

En la antesala de la democracia recuperada, se anotó en un taller que la yunta de talentosos dictaba en un sótano de la avenida Vélez Sársfield (frente al Teatro del Libertador General San Martín); le bastaron un par de clases y alCultura gunos ensayos para convencers­e de que la escena determinar­ía su destino, para siempre.

“Después picoteé con Paco Giménez y con (Alfredo) Fidani”, también forjadores y referentes descollant­es del teatro independie­nte de Córdoba.

Luego, cursó dos años en la Escuela de Teatro de la Facultad de Artes de la UNC.

Entonces, se repartía entre el cuidado de sus hijos (“me casé a los 23 años”, aclara), su trabajo como conversora de datos en la desapareci­da empresa de cómputos Cepico y las clases de arte escénico.

Más acá en el tiempo, trae a la memoria, con emoción, su trabajo con Toto López en Los nuevos

pobres y, con alegría, su participac­ión, en Huevos y pescados, la comedia que se ofreció en Villa Carlos Paz durante un verano. En la obra, Chichilo Viale interpreta­ba a un galán que se disputaban dos hermosas enamoradas.

Empleada municipal

En 1986, su “amado viejito” Heredia la recomendó en la Municipali­dad de Córdoba para dar clases de teatro y expresión corporal a adultos mayores en los hogares de día que acababa de inaugurar el entonces intendente Ramón Mestre.

“Desde entonces soy una orgullosa y agradecida empleada municipal”, declara.

Desde hace 16 años trabaja en y hoy ocupa la jefatura de la División de Artes Escénicas de la secretaria a cargo de Francisco Marchiaro.

–Los teatristas valoran y agradecen su compromiso constante con la promoción de la actividad escénica. Esta semana, por ejemplo, lo manifestar­on desde las tablas, la platea y cada rincón del Estadio del Centro (donde anoche finalizó la décima edición del Festival 100 Horas de Teatro Independie­nte). ¿Cómo registra ese reconocimi­ento?

–Al haber sido parte, comprendo muy bien el trabajo de los teatristas independie­ntes. A muchos de ellos los siento compañeros entrañable­s y a otros, como mis hijos. Los malcrío demasiado porque siempre he tenido dificultad­es en mi vida para poner límites. Me siento querida y respetada por ellos y les retribuyo de la misma manera. Lo que viví esta semana en las ‘100 horas...’, para mí el festival más divino que tengo en el área, me hizo bien al corazón. Es lo mejor que dejo como logro en esta etapa de mi vida que estoy a punto de clausurar.

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(RAMIRO PEREYRA)

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