El silencio de los institucionalistas

Pocas veces la política interna norteamericana estuvo tan agitada en la historia reciente. Cuando murió asesinado John Kennedy; cuando tuvo que renunciar Richard Nixon por el Watergate. Posiblemente, no mucho más.

Quizás ni durante un acontecimiento tan disruptivo como la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos haya exhibido el estándar de divergencia que hoy parece imperar: la adhesión a la intervención bélica no fue aprobada apenas por el Capitolio, sino por buena parte de aquella sociedad que al grito de “patria” apoyó la moción de Franklin Roosevelt tras Pearl Harbor.

Patria, justamente, fue el fundamento de la campaña de Trump. Por la seguridad de su “América Primero”, apenas llegado decretó una medida para limitar el ingreso a inmigrantes de varios países con mayoría musulmana. La oposición demócrata y la sociedad civil salieron a manifestarse por todas las vías legales posibles. Una de ellas, la vía judicial.

Jueces en primera instancia y las cámaras de apelaciones bloquearon el veto migratorio. Vino otro decreto maquillado para insistir. Vino otro bloqueo judicial.

Cuando un nuevo miembro (afín a Trump) fue designado, el caso llegó a la Corte Suprema. Y ayer, horas antes de la feria judicial de verano, el máximo tribunal admitió el expediente y ordenó que se acate el veto.

El presidente salió a refregar su media victoria. Pero la oposición política no opinó sobre la decisión judicial ni sobre el honor de los jueces. El Partido Demócrata se llamó al silencio: a Trump se lo enfrenta; a la Corte Suprema se la respeta. Aunque el líder de turno sea populista y bravucón, el sistema político norteamericano entiende algo. Los hombres pasan.