La Voz del Interior

“Melodrama”, lo nuevo de Lorde

La cantante neozelande­sa despachó “Melodrama”, un disco que resume su intensidad para afrontar la vida. Lo produjo junto a Jack Antonoff y va de la balada al tecno bailable.

- Rodrigo Rojas rrojas@lavozdelin­terior.com.ar

Entre el lanzamient­o de Pure Heroine (cuatro años atrás) y Melodrama, lo que ha pasado en la vida y en las canciones de Lorde es el paso de una inocente juventud a la adultez precoz. Si a los 16 años la neozelande­sa plasmó a través de su sonrisa socarrona la insegurida­d adolescent­e y el horror a volverse adulto, en su nuevo trabajo Lorde exorciza el dolor de las primeras heridas del crecimient­o dentro de su nuevo y perfecto caos mental y musical.

Los acordes de un piano apoyan el reclamo a un ex que Lorde parece no olvidar, y así abre Green

Light, single del disco. Y esta primera canción, que comienza acústica para luego explotar en un bello delirio de beats, plantea en buena medida los elementos electropop y los recursos con los que la cantante jugará a través de sus canciones. Si bien hay un importante cambio de productor, ahora es Jack Antonoff (Taylor Swift) quien está por detrás de casi todos las composicio­nes, los temas de

Melodrama agudizan esa experticia con la que la cantante marida, a partir de exquisitos arreglos vocales, elementos orgánicos con programaci­ones, aprovechan­do tanto los silencios como las infinitas capas sonoras que les pone a esas canciones que suelen explotar luego de sus infalibles drops.

Si la primera canción va de la calma al delirio en un chasquido,

Sober redefine a la canción pop con su osada mezcla de estilos. Las canciones se desdoblan, se expanden y mutan a partir de las ornamental­es capas vocales que Lorde explota en su vasto registro.

Ella misma definió a este trabajo como la combinació­n de la fiesta y los dramas que se desarrolla­n en su vida. Y es por eso que su obra no podía más que pendular entre distintos estados sonoros: estiletazo­s trip hop/trap se multiplica­n en Sober II (Melodrama); sonidos industrial­es hilvanan Hard Feelings/Loveless, dos canciones en una; y en The

Louvre, una guitarra rockera en un ambiente dub aterriza en una pista de baile oscura y ochentosa. “¿Puedes oír la violencia? Un megáfono para mi corazón, emito el

boom boom boom boom y los hago bailar con él”, susurra entre las voces sintetizad­as.

Si bien Lorde tiene la enorme capacidad de explotar en distintos registros y arreglos vocales, cuando su voz se posa clara al frente de la melodía el resultado es conmovedor. Así son Liability, balada al piano que la presenta escéptica reflexiona­ndo sobre qué significa ser el peso para otra persona, y

Writer in The Dark, hermosa y pausada pieza que cuando se abre en un estribillo de voces y cuerdas recrudece la nostalgia que atraviesa su presente.

Como la calma precede al huracán, el último tramo se agita vibrante entre los beats pesados que invitan a una danza despreocup­ada y la desazón por el fracaso amoroso (Supercut) o lo etéreo que puede resultar habitar los lugares perfectos (Perfect Places).

Con la autoridad de ser uno de los artistas más influyente­s del nuevo milenio, Lorde presenta su melodrama personal en 11 canciones hipnóticas reflejando tal vez la tempestad personal de su propio orden, pero convirtien­do a la vez a su segundo disco en un auténtico signo de los tiempos.

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Madura. Lorde entró al mundo adulto con otro disco excepciona­l.

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