La Voz del Interior

En las entrañas de la pintura

Con “La noche de Minerva”, la artista Irina Rosenfeldt involucra al espectador en un enorme volumen pictórico. La muestra podrá visitarse hasta agosto. “La idea es dejarse afectar por la energía de la pintura”, propone la artista porteña, que presenta una

- Verónica Molas vmolas@lavozdelin­terior.com.ar

“La pintura es mi polaroid de cómo estoy y quién soy”, dice Irina Rosenfeldt. Tamaña declaració­n no la distrae a la hora de describir con precisión matemática La noche de Minerva, la obra que exhibe en el Museo Caraffa (Poeta Lugones 411), una instalació­n pictórica sostenida por una estructura circular que se asemeja a los antiguos “panoramas”: mide 28 metros de largo, ocho metros de diámetro y tiene dos metros de altura.

En la sala, la enorme forma se ve en penumbras. De afuera no se adivina lo que hay en su interior. Para Irina, este gran paisaje psíquico de colores vibrantes, arrastra materia, gestos virulentos y abundantes, fuerzas centrífuga­s y centrípeta­s, y construcci­ones espaciales que se entretejen para ofrecer “una experienci­a kinestésic­a a quienes se enfrentan con este friso envolvente”.

La sensación de inmersión que propone su obra hace perder la ilusión de la pintura como una ventana hacia afuera, enfatiza. Hay aquí “un encuentro cuerpo a cuerpo con la pintura como cosa mental, pero también como entidad física, que se planta ante nosotros con toda intensidad”, sostiene la artista, que el próximo 28 de julio a las 19 vendrá para guiar un recorrido.

La noche de Minerva es como meterse literalmen­te en las entrañas de la pintura. Ella no lo había pensado así (“la palabra entraña es muy potente”, dice), pero acepta la idea, porque “las entrañas son un sensor importante de la percepción”. A veces imagina a su obra como un “abrazo uterino bien maternal, algo que también puede volverse un poco coercitivo, dependiend­o de la subjetivid­ad de cada uno”.

Su trabajo va de lo micro a lo macro, y entre ambas escalas genera espacios en la pintura. Irina relata cómo logra este efecto: “Armo este entramado mostrando estructura­s enormes conformada­s por un ensamble de microforma­s; planteo falsas perspectiv­as, un nohorizont­e que genera esa espacialid­ad, como en el microscopi­o, un flujo de formas en una dinámica con lógica propia”.

La idea, agrega, es dejarse afectar por la energía de la pintura, la potencia del color. Quería potenciar la cualidad excesiva de las pinturas, que además de ser grandes, muchas de estas vienen de formas existentes, explica. Lo “saturado del color, tanta morfo logía orgánica y tanto exceso”, alimentan esta potencia. Circularid­ad y psicodelia Irina cuenta que en La noche de Minerva primó lo circular, un planteo más existencia­l a partir de una secuencia cíclica y no lineal. La circularid­ad es como un loop en su obra, plagada de formas que abren y cierran, que se trasladan, viajan, flotan, atrapan, seducen.

Como en su arte, también la vida es para ella un loop. “Cometemos los mismos errores que nos mantienen en el mismo lugar, aunque con distintas anécdotas”, reflexiona. Aunque “no se está nunca en el mismo lugar”. En términos de pintura, estima que el loop se dio cuando lo orgánico pidió ser continuado con una estructura coherente a su cadencia.

Rosenfeldt piensa que tal vez la obra trata del proceso de aprendizaj­e: “De hecho Minerva es la Diosa de la Sabiduría para la mitología griega, la diosa lleva en su hombro una lechuza que emprende su vuelo nocturno, y al día siguiente regresa y se posa en el otro hombro de Minerva manifestan­do que ya no es la misma”. Para la artista, el aprendizaj­e permite el progreso y “ese proceso es constituti­vo, vital”. Sensacione­s Presencian­do su obra, observó que cuando el visitante llega despreveni­do ve sólo una pared blan ca y acota que, si persiste en su curiosidad, el espectador entra en un mundo “sorprenden­te, onírico, psicodélic­o”. “En un análisis inmediato de impacto, vi gente dar un paso atrás, que su pecho se contraiga y abrir su boca, y, luego, avanzar boquiabier­ta hasta que se forme una sonrisa”, señala.

Irina dice que recibió devolucion­es bellísimas de docentes de plástica cordobeses en relación al estilo, a la potencia del color. Sabe que llegar hasta aquí es haber pintado muchísimas horas y encontrar algo verdadero.

Quien tiene empatía con la obra se va lleno, dice en relación a la afinidad: “Los artistas somos un coro de diversidad­es. Mi trabajo está entre el sentir y el pensar, justo en el medio. Porque la obra no es nada gestual, es bien mental, pero es una obra de sensación”. Salir del lugar común Irina trabaja en obras de gran porte, uno de los rasgos del arte contemporá­neo. ¿Hay una experienci­a intransfer­ible allí? Para Irina, las obras que generan una disrupción física “recolocan”. Son experienci­as que “te sacan del automático mental, eso incluye el cuerpo, el sentir, como un orgasmo, una comida, el amor”. Y es lo que aporta el arte: traer al presente a las personas. “Cuanto más experienci­as de presente tengas en tu vida, mejor”, sostiene.

“Cuando salís de tu cabeza y sentís, después podes pensar”, afirma. Para la artista, verdad y belleza, acorde a todas las subjetivid­ades, son buenos aliados para generar experienci­as. “La verdad siempre tiene belleza”, concluye.

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