Campazzo y el carácter argentino
Juan Carlos Sánchez, director del básquet del Real Madrid, dio en la tecla a la hora de definir a Facundo Campazzo. “Tiene lo que yo llamo carácter argentino”, aseguró el directivo, haciendo referencia a una característica que el mundo del baloncesto le reconoce a todo jugador albiceleste: el corazón para defender la camiseta, la actitud ante la adversidad y las ansias de superación.
El gen del basquetbolista nacional tiene su sello distintivo en esas tres virtudes que todo entrenador sabe valorar. Si a ello además se le puede agregar talento, el combo viene completito. Pero lo que no puede faltar es alguna de esas tres patas que lo hacen diferente a cualquier otro.
Los seleccionados argentinos de las últimas dos o tres décadas han sido un claro ejemplo de ello. Y el básquet cordobés puede presumir de haber aportado una generosa cuota de jugadores que representaron fielmente estos valores.
El efecto multiplicador que la Liga Nacional le dio a la actividad se tradujo en la explosiva aparición de jugadores. Atenas proyectó la mayor parte de ellos: Marcelo Milanesio, Héctor Campana, Diego Osella, Carlos Cerutti, Fabricio Oberto, Leandro Palladino, Andrés Pelussi... Algunos talentosos en extremo, otros con muchas cosas por pulir. Pero todos con el carácter que el directivo madrileño reconoció muy bien en Campazzo.
La rompieron. Oberto, por caso, se enfocó decididamente en ser NBA. Manejó el inglés desde niño con el fin de cumplir su meta dorada y tuvo un porrazo importante cuando en 1999 un agente (David Bauman) lo ilusionó con un inminente desembarco en New York Knicks. Tras el impacto, el varillense parecía encaminarse a dejar el básquet. Recibió una sanción del Olympiakos griego –su club– por no presentarse a la pretemporada, pero, tras asumir el golpe, Fabricio no sólo rehízo su carrera, sino que cumplió su objetivo en 2005, cuando San Antonio Spurs lo incorporó a su franquicia, con la que obtuvo un anillo en 2007.
Marcelo Milanesio pertenece a una etapa anterior. “El Cabezón” apareció en Atenas en 1982, cuando el básquetbol todavía se jugaba sobre mosaicos y con tableros de madera, pero supo amoldarse a tiempo a las exigencias de un básquetbol profesional que lo llevaron a escenarios más importantes. Hoy su camiseta número “9” de Argentina se exhibe en el salón de la fama en Springfield.
“El Pichi”, contemporáneo de Marcelo, fue otro ejemplo de superación y vocación por llegar. Su punto de partida fue Redes Cordobesas, el club al que asistía en el verano a nadar. Pero cuando le agarró el gustito al básquet, fue imparable. “A usted le falta flexibilidad y saltabilidad”, le decía el preparador físico Ochi González, en referencia a sus precarias condiciones físicas. Pocos meses más tarde, el periodista Guillermo “Pomelo” Ferragut lo definió como “un chico que corre en el aire”. Lo que vino después fue meteórico y llegó a interesar a la NBA en una época en que la meca del básquet rara vez miraba fronteras afuera.
Pelussi llegó a Atenas desde su Suardi natal con el entusiasmo como única virtud. Su físico era un monumento a la debilidad y sus condiciones de basquetbolista, elementales. Pero “el Gringo” estaba hecho de la mejor madera para pulir. El gimnasio le dio una potencia tremenda y sus ganas de llegar hicieron el resto. Fue ovacionado por el público de Australia en una visita de la selección argentina y luego fue ídolo en el Bologna de Italia. Él, como los otros, tuvo el premio a eso que no abunda en el mundo del básquet: el carácter
argentino.
corazóN, actitud y aNsias de superacióN, comBo iNfaLtaBLe de Los BasquetBoListas aLBiceLestes.