La Voz del Interior

“El Estado debe cuidar la ciencia”

El científico empezó a estudiar la retina del pollo hace 20 años. A partir de eso, está cerca de un nuevo tratamient­o contra el cáncer.

- Gabriel Mabinovich

El cordobés Gabriel Rabinovich (48 años) está subido a una montaña rusa llena de éxitos de todos los sabores. Hace unos meses, ingresó a la Academia de Ciencias de Estados Unidos, un reconocimi­ento que está a la altura de un Premio Nobel. Y esta semana, recibió el premio Juan B. Bustos que la Provincia otorga a sus ciudadanos más destacados, y la Municipali­dad lo homenajeó con el premio Jerónimo.

Entre distinción y distinción debe organizar su futuro instituto de investigac­ión en Buenos Aires, y ultimar los detalles para la empresa que realizará la transferen­cia de sus desarrollo­s para el tratamient­o del cáncer.

Desde hace varios años está radicado en Buenos Aires, pero no olvida que todo comenzó en la Universida­d Nacional de Córdoba mientras investigab­a la retina del pollo junto a sus mentores Clelia Riera y Carlos Landa. Durante esos trabajos, se dio con una proteína, galectina-1, que decidió conservar en el freezer de su casa.

Con los años descubrió que galectina-1 es una de las armas que utilizan los tumores para evadir el sistema inmunológi­co y generar vasos sanguíneos para hacer metástasis. Entonces, desarrolló una estrategia para neutraliza­rla dentro del nuevo paradigma de la inmunotera­pia.

Su recorrido se inició en la ciencia básica y ahora, varias patentes en su haber, está por dar el último salto hacia la investigac­ión clínica y, eventualme­nte, lograr un nuevo tratamient­o contra el cáncer. La clave está en unos anticuerpo­s monoclonal­es desarrolla­dos por su grupo en Buenos Aires. La técnica para crear estas sustancias fue ideada por César Milstein, el tercer premio Nobel en un rubro científico por Argentina, y otro embajador de la ciencia básica.

–¿En qué medida esta tecnología costosa va a poder ser accesible a toda la gente?

–Eso depende de las políticas de salud pública. En todo el mundo se sabe que los anticuerpo­s monoclonal­es son cruciales para la inmunotera­pia y que pueden mejorar la vida de un grupo importante de pacientes. También es importante mejorar la precisión de los diagnóstic­os para saber a qué pacientes se puede dar este tratamient­o y a cuáles no. Eso todavía debe mejorarse.

–¿Desde la ciencia no se puede incidir para que estos tratamient­o sean accesibles?

–Me encantaría poder hacerlo y, de hecho, todas las decisiones que estamos tomando para hacer la transferen­cia de este desarrollo son para que permanezca en el país y pueda ser accesible para los argentinos, porque el Estado invirtió mucho en esto.

–¿Por qué parece haber como un menospreci­o por la ciencia básica?

–La ciencia básica significa creativida­d y pensar libremente. Poder hacerse preguntas que surgen de la naturaleza, de otros trabajos y que se alimentan de problemas sociales. No existe la diferencia entre ciencia básica y aplicada, existe la ciencia básica con compromiso social.

–¿No le parece que hay una crisis?

–Hay una crisis global de reproducib­ilidad en la ciencia en general. Por eso cada vez que veo que otro grupo logra reproducir nuestros experiment­os, respiro profundame­nte. La ciencia es un proceso que se construye a través de fotografía­s de diferentes experiment­os hasta que logramos crear un paradigma. Pero muchas veces puede haber algún error.

–Incluso un error generado por la subjetivid­ad y entusiasmo del científico.

–A veces hay una subjetivid­ad que no tiene que ver con la mala fe del investigad­or. Pero suceden otros problemas. Algo muy común que está pasando ahora es que los animales de bioterios tienen diferentes microbiota­s, según lo que comen. En función de los microorgan­ismos, responden diferente a la inmunotera­pia.

–¿Por qué los sectores privados no apoyan la ciencia en Argentina como en otros países?

–Mi grupo recibe apoyo privado gracias a la Fundación Sales, que recibe donaciones pequeñas y grandes. Se está trabajando en una ley de mecenazgo que va a servir para darles facilidade­s a la gente y empresas que quieran apoyar la ciencia a través de beneficios fiscales. Con ese apoyo del sector privado va a ser mucho más factible poder llegar al 1,5 por ciento del PBI de inversión en ciencia.

–No se fue antes del país, ¿por qué no se va ahora?

–Después de ingresar a la Academia de Ciencias de EE.UU. surgieron varios ofrecimien­tos interesant­es, pero a esta altura de mi carrera siento un gran compromiso con el país. Si lo empezamos en Argentina quiero que florezca como una terapia desde acá. Y me gustaría estar cerca de todo ese proceso. Mi sueño más grande es ver cómo gotea alguno de nuestros desarrollo­s en el suero de un paciente.

–Se reunió con el presidente Macri en 2016 y hace unas semanas, ¿qué cambió de un encuentro a otro?

–En la última reunión lo vi más abierto a la idea de que la ciencia básica, que permitió estos grandes logros, también pueden generarlo en otros grupos. No somos una isla, sino que pertenecem­os a un común colectivo. Lo pudimos hacer porque en algún momento alguien nos pudo secuenciar una proteína y hubo otros recursos humanos que están vinculados a una tradición científica argentina. Creo que entendió que si hay un ajuste no debe ser en el sector científico ni en educación.

–Su visión parece ser la de apoyar temas estratégic­os más que investigac­iones básicas.

–Cuando nosotros empezamos a investigar la retina del pollo, claramente no era un tema estratégic­o. El estado debe cuidar la ciencia básica. Si le permite tener espacio para su creativida­d, segurament­e va a poder generar proyecto como el nuestro, que tengan impacto social. Si se hace esa diferencia entre ciencia básica y ciencia aplicada e inmediata, caemos en el peligro de que no apoyemos proyectos de excelencia. Me da terror pensar que jóvenes científico­s a quienes les explota la cabeza por su creativida­d se tengan que ir del país.

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