El torneo más argentino
de Neuquén intenta mantener ese impulso. Con repercusión mínima, el torneo entró en etapa de playoffs ante la indiferencia generalizada.
Una fiesta olvidada. “El más argentino de los campeonatos”, la frase que le quedó asociada por siempre como marca registrada de su competencia, nunca persiguió el perfil de un eslogan publicitario. La definición, más bien, reflejó con exactitud el rescate de la argentinidad que persiguió desde 1928 un torneo que hoy muchos ni saben que continúa jugándose.
La ocurrencia fue, en realidad, obra de un ingenioso hombre de fútbol: Agustín Selza Lozano, reconocido periodista de la primera mitad del siglo pasado, que bautizó así a un certamen que lo asombró por su alto contenido nacional. De hecho, fue la única disciplina que logró reunir en una misma competencia y en una única sede a la totalidad de las provincias argentinas (en Corrientes ’71 y La Rioja ’74).
Problemas de calendario y clubes remisos a prestar los jugadores fueron los principales motivos por los cuales el certamen comenzó una vertiginosa decadencia. Tras haber desbordado el mítico Luna Park (1972) e improvisar coliseos de fútbol en gigantescas canchas de básquetbol (las de Belgrano en 1954, Juniors en 1977 y Rosario Central en 1980), llegaron ediciones “lights”, donde sólo la federación local asumió el esfuerzo económico de comprometer a sus mejores valores. La tendencia se revirtió sobre el filo del nuevo siglo por el aporte de la cadena ESPN, pero tras un período de gracia que frenó la pendiente, los argentinos siguen su derrotero añorando aquellas fiestas de argentinidad al palo.