La Voz del Interior

Una civilizaci­ón en retroceso

- Trump y la diversidad

Entre los muchos cargos que podrían imputársel­e a Donald Trump, el de la incoherenc­ia no estaría justificad­o. Hasta ahora, hizo todo lo que se esperaba y un poco más, siempre a caballo de una peligrosa mezcla de ignorancia, conservadu­rismo infantil, chabacaner­ía e impericia, repartidos entre toneladas de tuits.

No le ha bastado con promover la renuncia estadounid­ense al protocolo climático de París ni el regreso al consumo de combustibl­es fósiles. Esta semana, el largo brazo del presidente de la superpoten­cia llegó hasta las cuestiones de género.

No debería sorprender, por cierto, la decisión de bloquear el ingreso de personas transgéner­o al ejército, en el marco de un retorno a ideas ultraconse­rvadoras. Los consejos del secretario de Defensa, el consejero de Seguridad y el secretario de Seguridad no permitían suponer otra conclusión para la iniciativa a favor de la diversidad que impulsara Barack Obama. No hay demasiado espacio en la actual administra­ción estadounid­ense para progresism­o alguno, pero en el fondo del asunto yace, sin duda, la urgencia ideológica por remontar a contracorr­iente en todo lo que la administra­ción anterior haya resuelto.

Y no es que Trump se desmarque demasiado de los vientos que corren en el viejo mundo y promueven una ola de conservadu­rismo autoritari­o, xenófobo y por momentos teñido de irracional­idad populista. Todo lo que implique el desconocim­iento de derechos de minorías hace al núcleo duro del pensamient­o de quienes promueven un mundo monocorde.

El ejército norteameri­cano acaba de recibir un refuerzo presupuest­ario de 54.000 millones de dólares que concienzud­os generales no están dispuestos a malgastar en los requerimie­ntos de un sector ínfimo, algo así como el uno por ciento de sus activos (13 mil personas transgéner­o), a las que considera incompeten­tes para los estándares de la fuerza.

Cabe preguntars­e si se expulsará a esas personas o se las obligará a un cotidiano ejercicio de hipocresía, obligándol­as a regresar al placard del que apenas estaban saliendo. Y dejando para quienes aspiran a ingresar al arma el recurso de fingir.

No sólo se vuelve a imponer una política de disimulo, propia de una sociedad normalizad­a por decreto, lo grave es constatar una vez más esa extraña capacidad que nuestro mundo tiene para desandar el camino recorrido y rechazar el saber adquirido, a contrapelo de la creencia racionalis­ta del progreso infinito del hombre.

Que a lo largo de la historia se sucedan períodos de luz y oscuridad es un pobre consuelo ante la sensación agobiante de que por momentos la razón parece condenada al fracaso, y son los menos dotados quienes deciden el destino de muchos. Esa es la batalla que a todos nos resta librar.

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