Perdidos en malas juntas
causar la muerte de otro o incluso la propia.
“Nos destruyeron la familia. Pero ¿sabe qué? También se destruyeron ellos. Tan jóvenes y con un crimen a cuestas... ¿A qué edad van a salir libres?”, expresó a este diario, días atrás, Mónica de Daer, mientras se restregaba los ojos al hablar del brutal asesinato de su esposo.
Mario Daer, 50 años, fue emboscado por una patota de adolescentes una noche del pasado julio, frente a su casa del barrio Ciudad Obispo Angelelli, al sur de la Capital. Fue una emboscada a sólo 200 metros de una comisaría.
Daer había osado reclamarles a los pandilleros por unas cosas robadas en un violento asalto. “No sean atrevidos”, les gritó, harto de que la pandilla se hubiera adueñado del barrio.
La respuesta no tardó y fue brutal. Primero, juraron matarlo vía mensajes de Facebook. Luego, lo emboscaron en motos frente a su casa y abrieron fuego con pistolas. Sí, armas automáticas en manos de adolescentes.
“Misión cumplida”, escribió uno de los cabecillas del grupo horas después en la red social.
El asesinato de Mario fue un despiadado y dramático capítulo más de esta espiral de violencia que, conjugada con las drogas (tengan forma de líneas blancas, pastillas o porros), sigue fagocitando vidas en Córdoba.