Conductas juveniles distorsionadas, una mixtura entre genética, familia y sociedad
“Las personas no se vuelven adictas porque quieran, sino porque tienen una mayor vulnerabilidad genética a serlo”, afirma el presidente de la Fundación Patología Dual, Néstor Szerman. Agregaría, como sostén de esa idea, que lo que técnicamente va a decidir la conducta adolescente es una combinación distorsionada entre genética, familia y sociedad.
La familia constituye el espacio de socialización primaria de sus miembros; es el lugar donde se desarrolla la transmisión de los sistemas de normas y valores que rigen a los individuos y a la sociedad como un todo. Los padres son los constructores primarios de sus hijos. ¿Pero qué ocurre cuando esto no es así?
Si hay genética susceptible y si la familia es potenciada por padres problemáticos, nos encontramos con dos partícipes necesarios para que en los hijos surjan trastornos de conducta, adicciones, violencia, abusos, delincuencia, psicopatías o trastornos psiquiátricos.
Los padres con “primitivismo mental” (según la definición de Andrés Rascovsky) son quienes no transmiten a sus hijos el apoyo y el cariño necesarios para su autoestima. Esa ausencia de un modelo saludable de persona, con el consecuente desconocimiento de los deseos de los hijos, marca en ellos una “orfandad afectiva” que se manifiesta en el pasaje a la adolescencia, pues comienzan las presiones socioculturales que provocan sufrimiento y tristeza por las pérdidas, tanto de su pubertad y de su niñez como su nuevo rol social: el pasaje a la madurez.
Pseudofelicidad
Y aquí ya entra la sociedad. Con una maniobra totalmente aceptada –la “distracción poderosa”, al decir de Rascovsky–, a través del juego, nuevas modas, redes sociales, TV, deportes, las adicciones, se desplazan los momentos de sufrimiento del vivir, como son las pérdidas, los fracasos en las competencias o el desamparo adolescente.
Así, el adolescente intenta vivir en esa pseudofelicidad como única sublimación posible. La droga me lleva a pensar en Shakespeare, en el “ser o no ser”, que significaba: o te adaptás a la vida como es o desaparecés, te suicidás.
La sociedad fuerza a través de los medios de comunicación y de las redes sociales a potenciar esa distracción. ¡Qué combinación! Vulnerabilidad genética más primitivismo mental parental, más distracción forzosa social. Ustedes saquen las conclusiones acerca de lo que esa combinación produce.
Los tres momentos son necesarios e imprescindibles para comprender los trastornos juveniles. Y sólo se aborda el último.
Reflexiono: todo lo que se realiza sobre lo ya establecido –llámese asistencia o pseudoprevención, tanto pública como privada– lleva a la frustración de quienes se ocupan del tema convencidos de que ese es el camino.
Pero resulta que en el mundo todo lo actuado ha resultado ineficaz. Las adicciones siguen aumentando. Para comprender lo que propongo, me remito a una explicación política de Jaime Durán Barba acerca de los comportamientos grupales, ya que la familia es un grupo.
Alude al experimento del “gorila invisible”, de Christopher Chabris y Daniel Simons, dos psicólogos de Harvard (aquí “el gorila” serían los padres). Ellos seleccionaron voluntarios para que viesen un juego de básquet en un video. Les pidieron que contaran con precisión los pases de unos a otros, en cada equipo. Y filtraron con disimulo en el video a una persona disfrazada de gorila. Concentrados en el recuento, la mayoría de los voluntarios no se percataron del gorila. Lección: cada vez hay menos percepción de riesgo; concentrados en lo establecido en la sociedad, los especialistas no perciben a los padres como los verdaderos iniciadores de las distorsiones adolescentes.
La familia y el Estado
Para comenzar a resolver el problema, planteo el papel fundamental de la familia como estructura accesible. De ahí que proponga que se planifique una intervención pública obligatoria en el ámbito privado familiar, para buscar diferentes indicadores de su funcionamiento y cómo puede afectar la conducta social futura de sus hijos.
Sería una necesidad obligatoria por parte de la administración pública de la salud involucrarse e intervenir en la experiencia privada del ámbito familiar, situación privilegiada e insustituible para el aprendizaje de los valores.
Si no hay información y conocimiento previo de la dinámica familiar privada –para que sea posible abordarla en caso de que existan graves distorsiones–, el hijo, que en principio compartió esa privacidad familiar, cuando emerge en la sociedad se vuelve un problema público al interactuar con los otros. ¿Cómo justificamos su comportamiento social inadecuado? Esto es promoción de la salud, aunque parezca violar la privacidad.