La Voz del Interior

Desenterra­dos

Dos estudiante­s sepultaron su biblioteca antes de exiliarse en 1976. Cuarenta años después, los libros fueron recuperado­s.

- Juan Simo jsimo@lavozdelin­terior.com.ar

Durante 40 años, la familia caminó sobre ese misterio que se escondía en el patio de la casa de barrio Villa Belgrano.

El escenario fue mutando: quedaron dos de los tres pinos que había cuando escondiero­n los libros que no podían mostrar porque ponían en riesgo sus vidas. Creció el césped, pasaron lluvias y sequías. Hubo un exilio y un regreso. Hubo celebracio­nes y asados en la parrilla cercana al escondite, crecieron los hijos y, durante todo ese tiempo, aun sabiendo que eso estaba ahí, la vida continuó.

Hubo una muerte en la familia. Un nacimiento. Y el último verano, después de buscar y de excavar por muchos lugares, la encontraro­n. Ahí estaba la biblioteca: los libros brotaban como tesoros arqueológi­cos de la entraña del patio. Cada libro era en sí mismo único, porque el tiempo escribió sobre ellos, así como sobre quienes hoy los leen.

En la casa de Dardo Alzogaray y Liliana Vanella, los estudiante­s de la Universida­d Nacional de Córdoba (UNC) que conforman el Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense (EAAF) sentían que, por primera vez, buscaban algo que no fueran restos óseos, después de años de investigac­iones en el predio militar de La Perla.

Se habían sumado convocados por Tomás Alzogaray Vanella, el hijo de la pareja que ocultó los libros antes de exiliarse en México por la dictadura, y por Gabriela Halac y Agustín Berti. El trío formó un equipo interdisci­plinario de artistas e investigad­ores para rastrear esa biblioteca o lo que quedara de ella.

Dardo Alzogaray, historiado­r y docente del Escuela de Artes de la UNC, falleció en septiembre de 2016. En 2014, había sido entrevista­do por su hijo Tomás y por Halac, quienes buscaban comprender la suerte de los libros y de su trama simbólica.

“Yo siempre pensaba que los iba a recuperar. Enterrarlo­s, guardarlos y no quemarlos era pensar que los iba a recuperar”, dijo Dardo en 2014.

En el calor del 7 de enero, los tres investigad­ores, los antropólog­os y el fotógrafo Rodrigo Fierro –a cargo de la documentac­ión de todo el proceso– comenzaron a excavar el patio. Primero, en un lugar equivocado; y, después de releer las entrevista­s, cerca del pozo de cal que Dardo y Liliana habían elegido para depositar parte de sus libros, algunos discos de vinilo entre 1975 y 1976. “La memoria con el tiempo se va moviendo”, reflexiona hoy Tomás, con su hija de 9 meses en brazos.

“Había sospechas de que no quedara nada. Habíamos consultado con un especialis­ta del suelo, quien nos dijo que quizá se había irradiado del todo. Por todas esas especulaci­ones, no teníamos la expectativ­a de un hallazgo tan contundent­e como el que iba a suceder”, recuerda Berti.

Búsqueda experta

Los miembros del EAAF utilizaron técnicas arqueológi­cas para delimitar el terreno hasta que descubrier­on que había algunos cambios en suelo. El 10 de enero, hicieron un sondeo explorator­io y se toparon con el primero de los 16 paquetes que estaban bajo tierra, a la espera de reaparecer. El 11 de enero completaro­n la tarea, luego de remover, calculan, unas cuatro toneladas de tierra.

Yamila de la Arada, estudiante de Antropolog­ía y miembro del EAAF, recuerda que fue una experienci­a intensa, pero de una naturaleza distinta a la que tuvieron en la Ochoa, donde hallaron restos de desapareci­dos. “Era muy claro el intento de preservaci­ón de los libros, envueltos en bolsas, con cintas como moños”, dijo.

Dardo y Liliana eran militantes de la Línea de Acción Popular, agrupación universita­ria parte de la izquierda socialista. En las vísperas del golpe, estaban construyen­do su casa en Villa Belgrano y, una tarde, cuando estaban en compañía de un amigo cuyo hermano había sido asesinado, observaron con terror que un camión militar se acercaba hasta ellos. Un efectivo les preguntó por un vecino, pero dijeron desconocer­lo, entendiend­o que iban a allanarlos.

Después, comenzaron a ocultar libros como Cartas desde la cárcel, de Antonio Gramsci, y otros de literatura marxista, en el pozo, cuidando especialme­nte protegerlo­s con bolsas de nailon. Hasta idearon con ladrillos un sistema de filtrado, por si alguien tiene dudas de que querían recuperar esos libros.

El exilio

Primero, se fue Dardo. Luego, Liliana y Tomás, por entonces bebé. En México, nació Melina. Pasaron los años y con el retorno democrátic­o, gracias a un programa de la ONU, volvieron. Por supuesto que intentaron recuperar los libros, que habían permanecid­o en silencio bajo tierra durante su ausencia. Los familiares que ocuparon esa casa durante los años del exilio no sabían nada. Podrían haber estado en riesgo.

Dardo y Liliana excavaron el patio y buscaron unos libros, pero se cruzaron con fragmentos en descomposi­ción y se asustaron. En una época de tantas pérdidas por la dictadura, también parecía que habían extraviado ese tesoro.

No quisieron saber nada más y taparon el pozo. Siguió la vida y su actividad en la Universida­d. Crecieron sus hijos. Y las preguntas sobre el misterio enterrado también.

Tomás, con Gabriela y Agustín, obtuvieron fondos de Plataforma Futuro, del Ministerio de Cultura de la Nación, para indagar sobre esa biblioteca, sobre los libros y sus sentidos. Y fueron armando el equipo que sacó a la luz esos volúmenes que, como las personas sobre la superficie, habían seguido viviendo y cambiando.

La recuperaci­ón de los libros abrió una nueva inquietud. ¿Qué hacer con ellos? Y otras preguntas más profundas como: ¿son realmente libros? Cuando Dardo

EntErrar un libro Es una avEntura cuyo rEsultado no conocEmos. Hay quE tEnEr una visión dE Futuro Particular. Gabriela Halac

y Liliana los compraron, más de cuatro décadas atrás, había muchos otros como ellos. Pero ¿cuántos hay hoy como estos objetos, recuperado­s de un pozo de 40 años, que tienen tatuado todo un proceso histórico en su superficie, y que son en sí mismos objetos únicos, artísticos, concentrac­ión material de una etapa de la historia argentina?

Nuevos sentidos

Tras consultar a distintos especialis­tas en conservaci­ón de papel y archivista­s, los investigad­ores decidieron dejarlos tal cual los recuperaro­n, para que preservara­n el testimonio de una época y de la historia familiar.

“Decidimos conservarl­os como paquetes. Recuperar la informació­n de ese libro era destruir la informació­n de la destrucció­n de ese libro”, dice Gabriela Halac.

Hoy, mientras preparan la presentaci­ón del libro que escribiero­n sobre toda esta aventura, los investigad­ores trasladan con muchísimo cuidado cada uno de los paquetes y los disponen para las fotografía­s de estas páginas. Sostienen los objetos con solemnidad. En sus manos está un testimonio de la violencia política de la década de 1970 y también de la lucha por la construcci­ón de la memoria.

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(GENTILEZA GABRIELA HALAC) En el patio de la casa. En enero pasado, integrante­s del Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense guiaron la recuperaci­ón.
 ?? (GENTILEZA GABRIELA HALAC) ?? El hallazgo. Con ayuda de los antropólog­os, salió a la luz la biblioteca oculta
(GENTILEZA GABRIELA HALAC) El hallazgo. Con ayuda de los antropólog­os, salió a la luz la biblioteca oculta
 ?? (RAMIRO PEREYRA) ?? A la luz. Alzogaray, Berti y Halac recuperaro­n una biblioteca enterrada durante la dictadura.
(RAMIRO PEREYRA) A la luz. Alzogaray, Berti y Halac recuperaro­n una biblioteca enterrada durante la dictadura.
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(RAMIRO PEREYRA) La biblioteca recuperada. Agustín Berti, Tomás Alzogaray y Gabriela Halac.
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