La Voz del Interior

Hacele caso a tu suegro

- Marcelo Polakoff

Un pedido como el del título de esta nota no debiera entenderse de modo absoluto, sino tan sólo a efectos de ilustrar –de un modo divino– cómo votar en las próximas elecciones. “Divino”, pues el origen del consejo se remite a las páginas del texto bíblico donde la presencia de lo trascenden­te es indispensa­ble.

Puestos entonces bajo las coordenada­s necesarias, ingresemos a la Torá por el segundo de sus libros, el del Éxodo. Allí, en pleno capítulo 18, nos encontrare­mos con un Moisés agotado, que lidera a todo un pueblo desde el amanecer hasta el anochecer, que releva y enseña leyes que ayudan a la gente a resolver sus conflictos y a encontrar un modo de vivir en sociedad de manera pacífica y solidaria, en las antípodas del Egipto violento y oprobioso que habían dejado atrás...

La tarea era ciclópea y su suegro –Jetró– lo notó de inmediato. “El trabajo sobrepasa tus fuerzas, y solo no podrás realizarlo. Escucha bien el consejo que te voy a dar, y que Dios te ayude”.

Y Moisés escuchó. Y entonces nombró a sus primeros asistentes, que tenían a su cargo una especie de autoridad delegada por el mismo Moisés, tanto en lo legislativ­o como en lo que constituía un primitivo ámbito judicial.

El consejo del suegro fue más que específico: “Escoge personas capaces, temerosas de Dios, gente sincera, personas que no busquen ganancias mal habidas...”.

Este texto relata un hecho sucedido hace 3.300 años, pero su vigencia y su actualidad son brutales. No requiere ningún tipo de adaptación. De hecho, colocaría ese versículo (Éxodo 18-21) en la puerta de cada cuarto oscuro, para que nadie se olvide qué caracterís­ticas deberíamos exigir a nuestros representa­ntes.

Capacidad, en primera instancia, por encima de toda otra virtud. Luego, el temor de Dios –no por una cualidad de fe–, sino quizá en el sentido de saberse juzgado por algo que supera la misma idea de lo humano, con el buen correlato que esta marcación debería acarrear para esa primera capacidad ya señalada. Honestidad como un tercer requisito, para que la labor no sea una pantalla de vanidad, engaño ni desilusión. Y así y todo, un profundo desprecio para aquello que evidenteme­nte está más cerca de quienes lideran lo público: los dineros mal habidos. Vale la pena el consejo. Y, como decía Jetró: “Que Dios nos ayude”.

* Rabino, miembro del Comipaz

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