El señor de los pájaros
Jorge Warde expone en la Galería de Arte del Colegio de Escribanos la muestra “Aves de América”. En sus pinturas, los animales ostentan su riqueza visual y el lugar que habitan. Un repaso por su vida y cómo llego a ser un ilustrador científico.
Se lo llama con justa razón el pintor amante de las aves, aunque su pincel también ha delineado las 34 especies de anfibios de Córdoba y cualquier otro “bicho” que le pidan, su gran aporte al servicio de la ciencia. Docente en la Facultad de Artes e ilustrador en el Centro de Zoología Aplicada de la Facultad de Ciencias Exactas, Jorge Warde cumplirá en septiembre 45 años trabajando en la Universidad Nacional de Córdoba.
En la Galería de Arte del Colegio de Escribanos (Obispo Trejo esquina 27 de Abril), expone Aves
de América, una muestra de 22 pinturas de producción reciente, en la que los pájaros son los protagonistas.
A los 10 años empezó a dibujar con pluma, cuenta Warde, hijo de árabes. Su padre tenía una fábrica textil donde su padre lo llevaba para que aprendiera el funcionamiento de las máquinas. Sin embargo, su mente iba por otro lado: “Hacía desastres, echaba a perder los hilos, y cuando llegaba a casa me ponía a dibujar esas máquinas. Hacia cosas imaginarias, gigantescas, todo a pluma, minucioso”.
“Empecé con plumilla y después apareció la famosa lapicera Rotring, que fue una salvación”, relata. Lo que siguió fue trabajo incesante y rigurosidad. La destreza que adquirió fue tan sutil que desaparecía la línea.
¿Cómo llegó a las aves? Una profesora de Zoología le pidió una guía para sus alumnos: “Empecé a hacer la cabeza y ya me gustó, ahí dejé las máquinas y me largué”, recuerda. En un momento apareció en sus obras la tinta de color. Su trabajo comienza con un dibujo en negro. Usa la Rotring sólo para calcar. Después con pinceles, detalla, levanta el color con blanco, de oscuro a claro, hasta que la figura adquiere el volumen que desea.
Plumita por plumita
Apasionado por las delicias de la técnica, comparte cómo trabaja con el pincel: “Cargo con acrílico el pincel número 0, redondo, bien finito, lo seco, y cuando la línea sale del grosor de un pelo, ahí empiezo a trabajar el original, hago plumita por plumita”.
Antes de finalizar, confirma que el ave sea exacta en un ciento por ciento. Plumas, coloración, etcétera. Si algo no está bien, recurre al ave embalsamada. La representación debe ser exacta, fiel a la especie. En sus cuadros, también el entorno es documental, si es selva, habrá helechos, por ejemplo. La representación conlleva un valor estético. A sus admiradores les gusta la resolución, cómo lo hace: “El detalle llama la atención, la gente no conoce este tipo de trabajo, que si ves con lupa impacta”.
Trabaja cinco horas diarias, pero si se entusiasma se van a 20: “Hasta que viene mi mujer y me pide algo, yo me olvido del mundo”. Para Jorge, pintar las aves es dotarlas de vida. “Esto es para toda la vida”, concluye.