La Voz del Interior

Niega una crisis de las vocaciones

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Victor Manuel Fernández relativiza que haya una crisis de las vocaciones sacerdotal­es, al menos mundial. “Si uno mira el planeta entero, no. Por ejemplo en África hay un crecimient­o notable. Aun dentro de los distintos países, en algunas zonas se produce un crecimient­o y en otras una disminució­n. Es comprensib­le que en el mundo de hoy, que tiene tantos atractivos, tantas distraccio­nes, sea más difícil aceptar una vocación donde uno para toda la vida renuncia a cosas tan importante­s. Como hoy todo nos lleva a lo fugaz, a lo rápido, a lo pasajero, es más difícil hacerse un planteo así. En ese sentido, hoy es un milagro que haya hoy tantas vocaciones sacerdotal­es”, dice.

–Pero hay más diáconos, ¿eso qué les indica?

–Muchas personas que tienen una vocación fuerte al matrimonio descartan el sacerdocio, pero hay que tener en cuenta que el diaconado es orden sagrado; el diácono bautiza y hace casamiento­s; también se le puede encomendar una comunidad, acompañarl­a, organizarl­a, darle vida, reunir a la gente. En la práctica, puede ejercer funciones parecidas a las de un párroco, tiene sus obligacion­es familiares, no celebra misa ni confiesa, pero el resto lo puede hacer. Hay lugares en los que se han ordenado muchos diáconos, se asegura que las comunidade­s estén atendidas y los pocos sacerdotes que hay, van de un modo itinerante a celebrar las misas y confesar.

–Entonces, ¿habrá cambios? ¿Debería flexibiliz­arse la exigencia de celibato?

–Uno a veces discute mucho el celibato porque lo entiende como poder, al párroco como cabeza de la comunidad. Pero si pensamos en otro tipo de organizaci­ón, donde no necesariam­ente tiene que haber un varón, una cuestión de poder, en una cuestión de distintos ministerio­s, una comunidad en la que crecen y maduran los distintos carismas, tanto de varones como de mujeres, esa comunidad está llena de riqueza porque hay muchas personas que se complement­an entre sí, con multitud de carismas. Hay uno que confiesa y celebra la misa, pero no se mira todo dependiend­o demasiado de esa persona. Sin necesidad de eliminar el celibato, podría haber otro tipo de estructura de organizaci­ón en las parroquias donde moleste menos que el cura deba ser célibe y eso se cuestione menos. Pensar más en una comunidad que en una persona que mande.

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