La Voz del Interior

La transforma­ción de Sierras Chicas, explicada en mapas

Es geógrafo, vive en Villa Allende y trazó una historia de la cartografí­a que muestra, desde la época de los aborígenes, las transforma­ciones de la región que más ha crecido en habitantes, en las dos últimas décadas, en Córdoba.

- Guillermo Lehmann Correspons­alía

ABORÍGENES, CONQUISTAD­ORES, AGRO, MINERÍA, Y URBANIZACI­ÓN: LOS CAMBIOS EN EL TIEMPO. MÁS DE 60 MAPAS ELABORÓ DEÓN, CON UN RECORRIDO HISTÓRICO DE CÓMO FUERON MUTANDO LA CARTOGRAFÍ­A Y LA REALIDAD DE LA ZONA.

Sierras Chicas ha sido la región cordobesa que más creció en habitantes y expansión urbana en las dos últimas décadas. Esa transforma­ción no pudo evitar escenarios de debates, conflictos y hasta confrontac­ión entre diversos sectores, como los ligados al mercado inmobiliar­io, al ámbito minero, a los grupos movilizado­s por temas ambientale­s y a los vecinos en general.

Tanto es así que en los dos últimos años esta región dejó de ser ya el principal foco de crecimient­o poblaciona­l del Gran Córdoba, y los especialis­tas en desarrollo urbano lo adjudican a que, además de quedar ya menos espacio disponible tras ese fenomenal aumento de habitantes, cada nuevo avance de urbanizaci­ón genera conflictos por el uso del suelo.

En ese marco, Joaquín Deón, un joven geógrafo de Villa Allende, desarrolló un proyecto de investigac­ión que denominó “Los mapas del poder”, a través del cual muestra con más de 60 ilustracio­nes un recorrido histórico de cómo fue mutando la cartografí­a sobre la base de los intereses dominantes, según el paso del tiempo. Desde cuando era habitado por los pueblos originario­s hasta la actualidad.

“Los mapas son las marcas planeadas para el uso de la tierra, a mano en pliegos antiguos o ahora con satélites, pero siempre muestran o esconden relaciones de poder, que se vuelven realidad cuando por su uso debaten, confrontan y tensionan intereses encontrado­s”, plantea Deón.

El investigad­or explica que para entender el proceso debe remontarse a los habitantes nativos que, a su modo, también confeccion­aban sus mapas. “Hoy no los tenemos a disposició­n, pero sí contamos con piezas arqueológi­cas y testimonio­s que en la grieta de la historia nos han ido quedando y sirven como base para reconstrui­r el uso de la tierra como formas de mapas”, refiere Deón.

Los primeros mapas se fueron confeccion­ando en el territorio cuando los pueblos originario­s construían cercos circulares de piedra con un mortero en el centro, que simbolizab­a el espíritu de comunión del hombre con sus recursos necesarios.

Con la llegada de los conquistad­ores –explica– se empezó a parcelar la tierra de manera cuadricula­r y a dividirla, ya con ánimo extractivo y con sentido de propiedad.

Luego se acentuó ese criterio con la explotació­n de las riquezas naturales, en principio con emprendimi­entos agrícolas y ganaderos. Más tarde, se avanzó con el desmonte para exportar leña, y en una etapa final apareció la extracción de minerales en las canteras. Ese proceso, en esta región al noroeste de la Capital, cierra con el ciclo ya contemporá­neo del avance de los emprendimi­entos inmobiliar­ios, para luego dar lugar a la migración que viene recibiendo.

Coleccioni­sta

“Este trabajo surgió a partir de cotejar diversos datos y en particular porque soy coleccioni­sta de mapas. Fui observando los cambios, a partir de los sectores que tienen más poder en la toma de decisiones y división de las regiones, y los colores de las áreas naturales protegidas y las que se fueron proyectand­o para urbanizaci­ón y para extracción de recursos no renovables”, añade Deón.

Todo ese recorrido –concluye– termina en la actualidad con un escenario de tensión a partir de la movilizaci­ón de las asambleas ambientali­stas de vecinos y en el debate sobre la implicanci­a para la zona de la nueva ley de bosques nativos en la provincia.

“En la discusión por la modificaci­ón de esa ley, esos síntomas de tensión de intereses se manifiesta­n en la cartografí­a: están los mapas del Instituto de Planificac­ión del Area Metropolit­ana (Iplam), de la Dirección de Bosques de la Nación, de los municipios, del sector ruralista, de la cámara de empresario­s mineros, de los desarrolli­stas inmobiliar­ios, de las organizaci­ones ambientali­stas, de las universida­des. Pero no coinciden, son diferentes, porque representa­n proyectos diferentes en torno del uso del suelo presente y futuro”, precisa.

Los colores que determinan el uso del suelo son el núcleo con el que se visualizan los conflictos. En la mayoría de los casos coinciden en las zonas rojas (bosques intangible­s) y verdes (áreas admisibles de transforma­ción), pero difieren en las manchas de color amarillo, un intermedio en tensión que no admite reducirse a verde pero permite usos condiciona­les del territorio, por ejemplo para futuras urbanizaci­ones.

“Estamos en una etapa de interfaz en escala regional y provincial, en donde se están dejando en blanco los espacios y se están trazando líneas, polígonos y colores, que lo que buscan es definir cómo se usan esos espacios, pero en el medio están los servicios ambientale­s, está el bosque, la población que depende de esos servicios, y que si se modifican terminan provocando catástrofe­s ambientale­s, como ya sufrimos en Sierras Chicas”, advierte el geógrafo.

La muestra de sus mapas puede visitarse de lunes a viernes de 18 a 20 en el museo histórico de Villa Allende, que funciona en una dependenci­a de la escuela San Martín. Luego, se presentará en otras ciudades.

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(LA VOZ)

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