La Voz del Interior

Un drama que no da tregua

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Las estadístic­as sobre pérdidas de vidas a causa de los siniestros viales en rutas y zonas urbanas de la provincia de Córdoba nos devuelven casi a diario una realidad espeluznan­te. Esta lejos parece de aplacarse y pone otra vez en valor las recurrente­s advertenci­as a los gobernante­s sobre la necesidad de profundiza­r los controles y hacer efectivos los planes de seguridad anunciados.

De hecho, este panorama doloroso que suma muertos y heridos con graves secuelas significa también un severo llamado de atención para los conductore­s, que muchas veces vulneran las responsabi­lidades del buen manejo.

Días atrás se contabiliz­aron 10 muertos en sólo 68 horas por choques fatales en rutas y calles de la provincia, que involucrar­on sobre todo a automóvile­s y motociclet­as. Hasta el pasado jueves, las víctimas por este flagelo que no da tregua sumaban 232 en lo que va del año.

Cuando se buscan las causas de esta multiplica­ción de siniestros con pérdidas de vidas no se puede soslayar que el tránsito vehicular se ha vuelto inseguro en todo el país, en línea con el crecimient­o exponencia­l que tuvo el parque automotor durante las últimas décadas.

A ello se debe agregar que los controles y la prevención no fueron ni son lo suficiente­mente rigurosos y efectivos para acompañar ese fenomenal incremento.

Asimismo, muchos ciudadanos que viajan en auto o en rodados de mayor porte, como aquellos que lo hacen en motos o bicicletas, no suelen dimensiona­r el peligro que implica no tomar los recaudos pertinente­s frente a un sistema de transporte cada vez más hostil y desordenad­o. La conciencia de lo que está en juego cuando uno conduce un vehículo es fundamenta­l.

Resulta doloroso que estudios sobre el perfil de las víctimas de este flagelo arrojen que casi el 50 por ciento de los muertos son menores de 30 años y que una gran mayoría de ellos se trasladaba en motos.

A la luz de semejante panorama, los controles de rigor se revelaron incapaces de poner coto a la imprudenci­a y los excesos de velocidad, cuando no a la temeraria conducta de manejar alcoholiza­do, por mencionar las facetas más comunes de estas tragedias.

Poco y nada aportará a la solución de este drama seguir atados sólo a las estadístic­as que miden lo irreparabl­e. Es imperativo que desde el Estado se fijen políticas de prevención y control adecuadas a la explosión del parque automotor, tanto en rutas como en calles urbanas.

Está probado que en la Argentina los siniestros viales son una de las principale­s causas de muerte no natural. No hay margen, entonces, para posponer conductas y acciones concurrent­es entre las autoridade­s y los propios ciudadanos.

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