La Voz del Interior

La ciudad de Rosendo Ruiz.

Director de cine, pero ciclista. Enamorado del Cine Club Municipal, pero amante del Mercado Norte. Sanjuanino, pero cordobés. No lo verán caminar por la Costanera.

- Sergio Carreras scarreras@lavozdelin­terior.com.ar

El cineasta habla de Córdoba, de lo que más quiere de la ciudad y de sus itinerario­s. (FACUNDO LUQUE)

Si un día decidiera suicidarse, Rosendo Ruiz (49) pondrá cara de último adiós, se encerrará en una habitación en penumbras con afiches de películas coreanas engrampado­s en las paredes, y luego de un gesto teatral de remordimie­nto se zampará un frasco entero de pastillas. Y se matará. Morirá ofreciendo un buen ángulo para el cámara.

Eso hará gracias a lo aprendido en la tracalada de películas que lleva ingeridas en su larga vida de cinéfilo y –para colmo– reconocido director de cine.

Rosendo Ruiz, sanjuanino por naturaleza, cordobés por mudanza familiar, reconoce que el cine le enseñó casi todo lo que sabe sobre la vida.

Cómo avanzar a una mujer, cómo manejar a lo Eric Rohmer una situación dramática entre las paredes comprimida­s de un departamen­to y, también, cómo acabar con su vida sin dejar de brindar una buena toma.

Ciudad en pantalla

También es, Rosendo Ruiz, uno de los fundadores de la ciudad de Córdoba. Así como Rossellini y Fellini volvieron a crear Roma.

En cada una de sus películas tiene la oportunida­d de volver a moldear y reformar una ciudad en la que viven casi 1,4 millones de cordobeses y en la que él es un caminante más.

Como figurita más conocida de la actual camada de directores mediterrán­eos, sus elecciones de escenarios, su ojo fotográfic­o, moldean una ciudad que no está dibujada sobre mapas, sino proyectada sobre las pantallas.

Hay miles de personas distribuid­as en los lugares del mundo por donde pasearon sus filmes que creen que Córdoba es así como se la ve ahí: un lugar con peluquería­s colorinche­s, bailes sudorosos y villas miseria desangelad­as como en De caravana (2010), o con chicas que se mudan a pensiones en barrios llenos de vendedores callejeros para darse buenos revolcones como en Maturitá (2016). Ahora, en la real realidad, ¿cómo es la Córdoba que habita Rosendo Ruiz?

En las grandes urbes todos armamos una ciudad particular, vivimos en una ciudad personal que construimo­s según nuestros itinerario­s, gustos, costumbres, trabajos. Nadie vive en la misma Córdoba y hay tantas Córdoba como habitantes.

“Hace 20 años tenía una platita y me pregunté cuál sería el lugar ideal para vivir. Empecé a recorrer toda la ciudad y al final me enamoré de dos lugares: la zona de quintas del Camino a San Carlos, donde tuvieron casa mis padres, a dos kilómetros de la Circunvala­ción, y después descubrí Saldán. Encontré un terreno detrás de la disco Bongó que daba al río, pero las viejitas que eran las dueñas no me lo quisieron vender y acabé comprando un terreno cerca del Portón de Piedra, porque vi chicos jugando en las calles. Era un sitio de gente laburadora que me hacía acordar a mi niñez sanjuanina”, cuenta.

No es linda

Luego se mudó al departamen­to de su pareja cerca del Nuevocentr­o Shopping hasta que se hartaron, dijeron basta, y partieron hacia otro departamen­to en la zona del Mercado Norte debajo de

la galería de arte La Cúpula.

“El Mercado me encanta. Tomo café, como en puestitos bolivianos, hay un señor que hace locro todos los días del año. Hoy es mi lugar, como antes fui muy feliz en Saldán, que es un pueblo con sierras, a 30 minutos y sin turismo: perfecto. Cuando sea viejo quizá me dé ganas de instalarme en una casita serrana, para el lado de La Bolsa o de La Granja, no sé. Siento que Córdoba es mi lugar, pero sé que el lugar lo hace uno, viéndole lo lindo y lo feo”, dice.

“Con Córdoba –se anima Rosendo– me pasa que sinceramen­te la quiero, Córdoba es mi lugar. Me resistí a irme a Buenos Aires hace años cuando salió el tema del cine. Me dije ¿por qué me debo ir de donde tengo mis vínculos, mi gente? Me siento cordobés y por suerte pude empezar acá a vivir de lo mío. Pero Córdoba, claramente, no es una ciudad linda. Arquitectó­nicamente no es linda”.

Se explica más: “Viajás por España, por Europa y hasta por otras provincias y ahí te das cuenta de lo que es una ciudad linda, tanto estética como organizati­vamente. Córdoba es fea, es mucha mezcla, eclecticis­mo. El mismo Buenos Aires es mucho más lindo. Córdoba es mi ciudad y la amo. Muchas veces me he preguntado por qué me quiero quedar acá y es por los vínculos, los amigos, la familia. Pero somos muy descuidado­s, hay mugre por todas partes de la ciudad, las veredas están rotas, no cuidamos la estética de las fachadas. Tenemos la suerte de tener un río que cruza la ciudad, pero hoy lo recorrés y tiene mugre de una punta a la otra, abandonado. Podría ser un paseo iluminado, lleno de gente, con tiendas, con artistas”.

Desde la bici

Rosendo tiene auto, pero elige ver la ciudad desde una bicicleta.

Todas las semanas se da un lujo: lo dejan entrar a su lugar favorito de la ciudad, el Cine Club Municipal Hugo del Carril, en el bulevar San Juan, para guardar su bici dentro del edificio.

“Después de que me robaron una, arreglé otra vieja hecha bosta que tenía, y en esa me muevo. Es complicado ser ciclista en Córdoba, pero me cuido. Ando siempre con casco. Llegás más rápido, es un auto menos que contamina y te hace bien. La ciudad debería privilegia­r las bicicletas”, dice Rosendo, que hace rato mira nervioso el reloj. Y luego se mete al cine.

es mi ciudad y la amo. Pero somos muy descuidado­s, hay mugre Por todas Partes, las veredas están rotas. el mercado me encanta. tomo café, como en Puestitos bolivianos, hay un señor que hace locro todo el año.

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(FACUNDO LUQUE) Frente al Cine Club. Rosendo va al edificio de bulevar San Juan todas las semanas. “Córdoba es mi lugar. Sinceramen­te la quiero”, dice.

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