La Voz del Interior

Matar en el trabajo

Los casos criminales de personas que asesinaron a compañeros de empleo. En Córdoba hay distintos antecedent­es, la mayoría de los cuales recibieron duras condenas.

- Claudio Gleser clgeser@lavozdelin­terior.com.ar

La masacre del último lunes en la fábrica de hielo de barrio San Vicente no es un episodio tan aislado. La historia criminal cordobesa tiene casos de simples personas que un día estallaron y terminaron cometiendo un brutal acto contra compañeros, socios o jefes.

En la mayoría de estos casos, los homicidas fueron condenados a severas penas por jueces que desecharon estados de emoción violenta o de alteracion­es de las facultades mentales.

El crimen del carnicero

“Me cagaste la vida”, gritó Pedro Domínguez aquella mañana del 22 de enero de 2001, cuando entró en la carnicería de su exsocio, Gustavo Ferrer. Sacó un revólver y, en medio de la clientela, abrió fuego. Todo ocurrió sobre La Cañada, a metros de Pueyrredón, en Güemes, de la ciudad de Córdoba.

El asesino, quien llevaba su delantal de carnicero, guardó el arma, salió tranquilo del local, paró un taxi y se marchó.

Domínguez y Ferrer habían sido socios, pero principalm­ente amigos. Sin embargo, la vida los terminó separando.

Ferrer decidió abrir su local propio a menos de una cuadra del anterior. Domínguez perdió gran parte de la clientela y entró en bancarrota. Aquella mañana, Domínguez pidió al canillita que le llevara el diario a su exsocio con el siguiente mensaje: “Vas a ser noticia”. A los minutos, entró en el local de Ferrer y lo fusiló. El homicida, exmilitar, estuvo cuatro años prófugo. En 2005, fue condenado a 11 años.

Venganza mortal

Miguel Acevedo (30) venía mal. Su desempeño en la fábrica de go- losinas de Bell Ville era cada vez peor y había llegado a un punto sin retorno. Un guardia lo sorprendió robando un celular y Acevedo quedó en la calle.

El 30 de octubre de 2012, Acevedo llegó a la casa del guardia Diego Palacios (34), a quien responsabi­lizaba por su despido. Apenas le abrió, lo apuñaló en el vientre. Luego, lo arrastró a la cama y lo maniató. El forense contaría 16 puñaladas. En 2014, Acevedo admitió el crimen: 11 años de cárcel.

De mecánicos y sicarios

El año 1992 llegaba a su fin y las cosas entre Benigno Ceballos y Julio Torres habían dejado de ser como antes. Amigos desde jóvenes, habían decidido asociarse y poner un taller mecánico en Villa Azalais. Ese año, tras unas diferencia­s, Torres decidió separarse y poner un taller propio. Se llevó casi toda la clientela y Ceballos se fue a pique. Enceguecid­o, el hombre contrató a dos sicarios que acribillar­on a Torres. Los asesinos cayeron y fueron condenados. Ceballos dejó una carta y se mató.

Masacre en el estudio

El espanto sacudió a Córdoba aquel 5 de agosto de 1993. El estudio contable de Arturo M. Bas, a metros de Tribunales I, había quedado convertido en un baño de sangre. En el piso fueron hallados los cuerpos de la contadora Leonor Mac Harg (43) y de su empleada Cristina Abrate (23). Entre las dos sumaban 22 puñaladas.

“¿Y dónde estaba Sergio?”, preguntó un familiar, refiriéndo­se a Sergio Alejandro Mac Harg, de entonces 19 años, sobrino de la dueña y empleado del lugar.

Tras ubicarlo, los policías comenzaron a interrogar­lo. El muchacho dijo que había faltado a trabajar por una descompost­ura. No le creyeron. La investigac­ión se centró en él, y cuando la pesquisa comenzó a hundirlo, admitió todo.

Los estudios psiquiátri­cos determinar­on que sufría serios trastornos mentales. En 1995, fue condenado a prisión perpetua. Antes de asesinar, el muchacho fue al cineaver Tango feroz. Quería ver cómo era la cárcel.

Balas al comisario

Hastiado de las recargas de trabajo, el oficial Del Prado abandonó su puesto de guardia en el Comando Radioeléct­rico de la Policía, en Mariano Moreno y Duarte Quirós. Corría 1980. Entró en la oficina del comisario Malé y pidió días de descanso. Bastó que escuchara la negativa para que disparara contra la humanidad de Malé.

El abogado Carlos Hairabedia­n recuerda cómo su defendido llegó a juicio acusado con el peor de los pronóstico­s. Sin embargo, los jueces entendiero­n que había tenido un trastorno mental pasajero y lo absolviero­n.

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(LA VOZ / ARCHIVO) Carnicería. Lugar de una disputa mortal entre exsocios.

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