La Voz del Interior

En las cuevas financiera­s cobran hasta 300% anual de interés

Los préstamos usurarios afectan en especial a los trabajador­es de la economía informal. A esos sectores no llegan los créditos bancarios. También padecen la escasa protección estatal.

- Laura González lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

En la zona comercial del Centro de la ciudad, se ofrecen, mediante folletos, créditos a sola firma por montos de 500 a 3.000 pesos, por devolver en cuotas diarias.

El interés es del 26 por ciento mensual. Como si en cada mes impactara toda la inflación del año.

Son préstamos informales, que no pagan impuestos ni tienen costos fijos.

Acuden a ellos trabajador­es de la economía en negro, sin recibos de sueldo y con escasos recursos.

Allí no llegan los planes de los bancos, y la protección de la regulación estatal o de las asociacion­es de consumidor­es brillan por su ausencia.

La ampliación desde julio de 2017 de la cobertura de la tarjeta Argenta, que financia la Anses a los beneficiar­ios de la Asignación Universal por Hijo, menguó un poco el impacto de la usura. Pero las cuevas financiera­s continúan tomando recursos de los sectores más desprotegi­dos.

Verónica recorre los negocios del Centro. Sabe exactament­e dónde pueden necesitarl­a: deja folletos en los que promete ayuda inmediata, desde 500 hasta 3.000 pesos, por devolver en cuotas diarias. Sin fiador, sin garantía, eso sí: con un interés del 26 por ciento mensual, que anualizado se va al... ¡312 por ciento! Ella asegura que nadie se lo cuestiona porque, en definitiva, saben que es su “último cartucho”. Presta tres mil pesos que pasa a cobrar diariament­e durante 21 días hábiles, en cuotas de 180 pesos. Si son puntuales, les hace un descuento del 20 por ciento en los intereses en la segunda cuota. No paga impuestos ni tiene costos fijos.

Forma parte de la enorme rueda que financia la economía informal, donde no están los bancos, ni el Estado como regulador, ni asociación alguna que advierta sobre semejantes tasas.

Es la economía de la usura, la de la cueva financiera, la que se apalanca en los desahuciad­os que no tienen adónde ir.

Estas cuevas usurarias son las que cobran tasas astronómic­as, que funcionan en las narices de quienes debieran regular y que viven a costas del otro país que convive en la Argentina, el de la informalid­ad.

Esta economía de la usura es la que huele la desesperac­ión de quien tiene que cubrir un cheque, la que especula con una enfermedad, con la máquina que se rompió y cortó la changa, la que usufructúa el estigma de estar en el Veraz y la que sabe que es eso o nada.

Es la economía que vive de la informalid­ad: del 33 por ciento que trabaja en negro, del 40 por ciento de las operacione­s comerciale­s que no se registran, del que tiene ingresos que no declara y que hace rendir al máximo.

Están las cuevas informales, que funcionan en departamen­tos o que usan negocios como fachada; están las mutuales, asociacion­es gremiales y civiles variopinta­s y hasta algunos clubes.

No todos cobran esas tasas altísimas y, si prestan capital propio sin tomar depósitos de terceros, no necesariam­ente están en la ilegalidad. Pero sí todos viven de la enorme cantidad de excluidos del sistema bancario formal.

Las razones

“Hasta no hace demasiado tiempo, el sistema bancario argentino estaba concentrad­o en la clase alta, y a partir de la tarjeta de débito, de la búsqueda de ampliar el mercado, de recuperar el vínculo con la gente luego de lo que fue el trauma de 2001 y del desarrollo de nuevos sistemas tecnológic­os que permitiero­n mejorar el scoring de sus clientes, los bancos llegan hasta la clase media típica, el nivel socioeconó­mico C-3”, explica Guillermo Oliveto, especialis­ta en consumo y titular de la consultora W. “Pero del D-1 para abajo, el banco no llega”, agrega.

Resulta que la clase baja superior (D-1) y la clase baja (D-2), todo el segmento que no accede a servicios bancarios, alcanzan al 50 por ciento de la población. El primer grupo tiene ingresos promedio por 14 mil pesos y los segundos, por siete mil.

“Ahí hay un problema estructura­l, son niveles socioeconó­micos que no están bancarizad­os, de modo que el consumo en cuotas queda fuera”, dice Facundo Aragón, líder de industria de la consultora Nielsen.

Intermedia­ción de locos

“La intermedia­ción financiera es de locos en la Argentina. ¡Los bancos le cobran al consumidor un costo financiero total del 60 por ciento! Es un usuario que está manifestan­do ingresos y al que le cobrás sin riesgo”, cuestiona el economista Damián Di Pace, titular de la consultora Focus Market, en referencia a la mitad de los tra- bajadores que sí usa el banco.

Pero atención: una gran mayoría de ese grupo sí está bancarizad­a, porque cobra su jubilación, pensión o asignación universal. Son 14 millones de personas que sí tienen banco, pero son invisibles para la entidad. Por sus bajos ingresos, no acceden a ningún servicio.

¿Adónde va esa mitad que no es atendida por el banco? Algunos tienen una tarjeta de crédito, porque en algún momento tuvieron un empleo formal y lograron conservar el plástico.

Buena parte usa los servicios financiero­s de las cadenas de electrodom­ésticos, que en su mayoría no exigen acreditaci­ón de ingresos. Y los que están desahuciad­os van a las mutuales, financiera­s o cuevas, pidiendo plata por WhatsApp.

Para este segmento hay un instrument­o revolucion­ario: los préstamos Argenta. Son fondos que presta Anses a tasas del 24 por ciento promedio, entre un ter- cio y la mitad de lo que cobran los bancos privados o las tarjetas de crédito tradiciona­les.

La Argenta nació en julio de 2012 como una tarjeta de consumo para jubilados y pensionado­s: el préstamo debía gastarse en los comercios adheridos.

Luego, se dispuso que hasta el 50 por ciento se podía retirar en efectivo; y con la nueva administra­ción, se convirtió directamen­te en un préstamo que se acredita en la cuenta del jubilado. Extensión Desde julio de 2017, Argenta se amplió a todos los beneficiar­ios de la Asignación Universal por Hijo (AUH), con un máximo de tres mil pesos por asignación. “Esperábamo­s mucho menos interés; entre los jubilados, el 25 por ciento lo está tomando; y entre los beneficiar­ios de la AUH, el 80 por ciento. Hay mucho apetito”, describe Miguel White, director general de Argenta.

Según una encuesta del organismo, el 73 por ciento de los beneficiar­ios de AUH que tomaron préstamos Argenta fue la primera vez que recibieron plata, por devolver en cuotas razonables.

El 55 por ciento pidió este dinero para arreglar la vivienda; y el 18 por ciento, para saldar deudas viejas y mucho más caras.

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