Los fuegos de antes y los de ahora
Siempre hubo fuego en Córdoba. Por razones climáticas y de tipo de vegetación, las llamas acompañaron a esta provincia –y sobre todo a sus sierras– desde que los comechingones y los sanavirones eran sus dueños.
Hasta hace apenas algunas décadas, cuando empezaron a estimarse las superficies quemadas, era habitual que se sucedieran años en que sumaban entre 100 mil y 200 mil las hectáreas afectadas. En los últimos 15 años, sólo en tres (2003, 2009 y 2013) se llegó a esos niveles.
Lo que ha cambiado con el tiempo es que el fuego genera más alarma y urgencias porque ahora las urbanizaciones llegaron hasta zonas donde, décadas atrás, sólo dominaban el monte y los pastizales. Es lo que los bomberos llaman “incendios de interfase”: las llamas en torno a viviendas y poblaciones.
Una investigación de Pablo Argañaraz (para Conicet y para la UNC), que este diario publicó días atrás, le puso números a esa impresión: hay al menos 144 mil edificaciones en áreas vulnerables al fuego, en toda la zona serrana (desde Alpa Corral al sur, hasta Ischilín al norte), y sin contar las Sierras Grandes. Cada vez más, cada incendio forestal supone compromisos para gente. Cada vez más, requiere mejor prevención y mayor movilización para controlarlo.
La necesidad de evitar que Córdoba se haga humo, de todos modos, no es sólo para impedir que las llamas afecten a personas o propiedades. Hay otra alarma encendida, que genera quizá menos sensación de emergencia, pero que ya es igualmente vital para el futuro de los cordobeses: la sustentabilidad ambiental de una provincia que ya no se puede seguir dando el lujo de perder más bosques y degradando los suelos de sus Sierras.
Tanto es así que al debate de cómo prevenir y controlar los incendios debiera sumarse ya el de cómo remediar sus daños.