El sueño no termina y la lucha recién empieza
Llegamos aEstados Unidos en agosto de 1997. Mientras peleaba con mi h ermano en el aeropuerto de Miami, mi madre temblabade los nervios. Pasamos por detectores de metal y navegamos por Aduanacon las libretas de la escuelapegadas con cintadebajo de los pantalones.
En ese momento no sabíamos lo que significaríaser ilegal: sólo importabapasar por inmigración sin levantar sospech as de que nos pensábamos quedar.
Unasemanadespués de llegar a Atlanta, mi h ermano cumplió 12 años. A los dos meses, yo cumplí 9. Cuando soplé las velitas, pedí poder volver acasa.
Lo recuerdo porque por casi unadécaday mediatuve una variación del mismo sueño. Antes eraregresar alaArgentina, ami familia, ami cuadray ami vieja escuela. Cuando crecí y entendí lo que significabaser indocumentado, empecé asoñar más en grande: con unareformamigratoria. Me di cuentade que h abíamuch a gente como yo, soplando sus propias velitas y soñando con lo inalcanzable.
Si las ganas no alcanzan
Cuando sos ch ico te dicen que sólo tenés que trabajar duro y poner much as ganas paralograr todos tus sueños. En Estados Unidos aprendí que esto no se aplicaatodas las personas.
Todami vidafui buena estudiante. Queríaser periodista. Vivir en un país y ser parte de una comunidad sin representación me enseñó lo importante que es tener unaplataformay usarlapara darles voz alos que están oprimidos.
En mi último año de secundaria, trabajé en dos periódicos. Me aceptaron alaUniversidad de Georgia, unaescuelaestatal con un prestigioso programade periodismo. Dos semanas después recibí otracarta. Lo lamentamos, decía, pero nos h emos enterado de que no eres residente legal.
En 2006 no h abíamuch as opciones. Éramos menos o, alo mejor, teníamos más miedo. Busqué otras opciones pero no las encontré. Mi novio me propuso matrimonio: yo tenía17 años y h acíacuatro que estábamos juntos. El proceso tardó media década. Tuve much os trabajos en ese tiempo, algunos en mi campo, otros no tanto. Escribí artículos pararevistas y limpié baños.
Cuando por fin conseguí la residencia, me anoté en laescuela. Eramuch o más grande que mis compañeros, pero nuncatuve vergüenza. En mayo me recibí de periodista. Por fin, alos 28 años. Y h ace un mes me convertí en ciudadanaestadounidense.
Ellos no lo eligieron
Lapeleaque los dreamers están dando en este momento me es conocida. Erami viday fácilmente podríaserlo todavía. Estos jóvenes no fueron parte de la decisión de emigrar aEstados Unidos.
Much os de nosotros no conocemos nuestros países natales más que por fotos o memorias que nos cuentan nuestros viejos cuando sienten esaincansable nostalgiade estar lejos de casa. Lo que no te dicen de convertirte en un ciudadano estadounidense es que todo cambiay alamismavez nada.
No se h eredaunanueva bandera. Ser inmigrante es una cargaque se llevade por vida. Yo me salvé, pero ah orame toca salvar ami familia. Me tocapelear por mi comunidad. Me tocadarles voz alos que siguen en laluch a.
En octubre cumplo años una vez más. Seráel primero como ciudadana. Pero voy asoplar las velitas y seguir pidiendo el sueño de siempre. Porque los jóvenes que viven en las sombras merecen unaoportunidad. Porque nadaen lavidaes blanco o negro. Porque laluch arecién empieza.
LA PELEA QUE LOS “DREAMERS” ESTÁN DANDO AHORA ME ES CONOCIDA. ERA MI VIDA Y FÁCILMENTE PODRÍA SERLO TODAVÍA.