La Voz del Interior

Cuando la Justicia no logra disipar el dolor

Cuatro familias cruzadas por la tragedia que batallaron durante años con un juicio que, pese a tener condena, no conformó. Mientras tanto, en su cuerpo y en su vida, hoy sobrelleva­n el dolor de seguir adelante con ese ser amado ausente.

- Francisco Guillermo Panero fpanero@lavozdelin­terior.com.ar

¿ Cómo seguir sin ese ser amado, junto a ese dolor insuperabl­e? ¿De qué modo transcurre­n los días de quienes esperan Justicia durante años?

Más allá del resultado de ese proceso judicial y del sabor amargo que les dejó el veredicto, los familiares de las víctimas de homicidios culposos sufren el cotidiano padecimien­to del duelo por la pérdida y también las dificultad­es que les plantea ese negado y renegado sosiego que buscan en los tribunales.

Su familiar les fue quitado por un homicidio culposo. No lo mataron en el marco de un asesinato, cometido por alguien que se propuso quitarles la vida, pero alguien se lo llevó producto del descuido, la negligenci­a, la desidia, la imprudenci­a.

La Voz reunió a algunos familiares de tres tragedias que el 30 y 31 de agosto terminaron su camino en la Justicia, con sendas condenas de prisión en suspenso. Detrás de la indignació­n por el magro resultado, según lo que esperaban, se advierte un dolor acumulado durante años de pesares, mientras aguardaban que la Justicia diera “a cada uno lo suyo”.

Esas tragedias fueron la explosión de la ambulancia del 107, con cuatro muertos y dos heridos graves; la muerte del adolescent­e Juan Aciar (13), que tocó un cesto de basura electrific­ado por un cartel publicitar­io; y el crimen vial de Vanesa Damoli (19), muerta en el marco de una persecució­n automovilí­stica en plena ciudad de Córdoba.

Algunos de quienes sufrieron y siguen sufriendo los dolores derivados de esas pérdidas irreparabl­es se reunieron para reflexiona­r sobre lo que les pasa a sus familias.

Concurrier­on a este encuentro los esposos Jorge Ariel López y Luisa Aída Reartes, papás del policía Rodrigo Maximilian­o López (23) muerto en el interior de la ambulancia del 107, que explotó el 26 de setiembre de 2006.

Carlos Botta llegó por la pérdida de su hermano, el médico Gustavo Botta (36), que también falleció por ese estallido.

También concurrier­on los esposos Carlos Damoli y Marisa Menegozzo, papás de Vanesa, la joven que falleció en el interior de un auto cuyo conductor corría a alta velocidad con otro desaprensi­vo por barrio Villa Belgrano.

La sexta integrante de esta mesa fue Sandra Meyer, mamá de Juan, el chico que perdió la vida por tocar un cesto de basura cuando intentaba ayudar a un abuelo a cruzar la calle en una zona inundada.

Huellas en el cuerpo

Luisa, la mujer de López resalta algo que su marido ya conoce: “Parece mucho más grande que de 61 años”. Ambos saben que esto tiene que ver con la pérdida de su hijo. A él el cuerpo le fue registrand­o todo ese dolor. Un año antes había perdido a su madre, después murió Maximilian­o.

“En el 2007 tuve un ataque de presión muy grande, trabajando, después de un gran disgusto con el fiscal (Agustín) Spina Gómez. Después tuve un infarto y un preinfarto”, relata el cocinero del Paicor que vive con su mujer en La Calera.

Además de pérdida de memoria y nervios, Jorge sufre esa falta, al igual que Luisa, su esposa, que reconoce: “Nadie va a llenar ese vacío”.

Algo parecido le pasó a la familia Botta. Carlos no perdió un hijo, pero sí a su único hermano. Él ha “representa­do” a su madre desde la muerte de Gustavo porque ella se deprimió y nunca quiso salir.

Relata que él y su hermano eran los sostenes de sus padres, hasta que murió Gustavo y luego el papá.

Ese padre estaba internado en coma y despertó el día de la tragedia. Sobrevivió preguntánd­ose para qué vivir.

La madre padeció un coma diabético y luego una depresión que muchos días la deja en la cama, sin poder levantarse.

Él optó por comprarle un televisor “de esos grandes” para que tenga algo de distracció­n.

Pero lo que nunca falta es algo que sucede todas las noches. La mamá de Gustavo enciende una vela, sostiene un retrato del médico fallecido y lo apoya en su pecho. Mientras, reza el rosario con los ojos cerrados. “Varias veces llego y la encuentro dormida, con la foto de mi hermano encima de ella”, relata Carlos. Pasar el sufrimient­o

Varios de ellos dicen que hay días que no pueden hacer nada. Marisa, la mamá de Vanesa, en cambio, relata: “Alguien viene y me pecha”.

Sandra dice que le pasa lo mismo: “Cada uno hace lo que puede. Yo hago como Marisa, trabajo, trabajo mucho en la fundación”. Ella es la creadora de Relevando Peligros, una organizaci­ón que trata de evitar siniestros en la vía pública similares a los que sufrió su hijo.

Carlos Damoli señala que “con la tragedia viene un desorden emocional muy fuerte”. Recuerda que por no expresar su dolor frente a los demás orinó sangre durante dos meses.

Alguna vez un psiquiatra amigo le dijo: “Lo que vos hagas, van a hacer tus hijos; tenés que ponerte fuerte y que no se te caiga una lágrima”. Por eso, recuerda que muchas noches salía a pasear el perro y terminaba abrazado a un árbol, llorando. “Uno no puede ser un Rambo”, reflexiona el corpulento hombre .

Salir adelante

En un momento, llegó la pregunta para todos, si encontraba­n algo positivo que les ayudara a salir adelante.

Carlos Damoli en principio dice que no. “Al contrario, es todo negativo porque hasta que llegó el juicio y mientras se desarrolla­ba teníamos la esperanza de, por lo menos, una condena”.

Sandra refuerza la expresión “por lo menos”, con resignació­n. Pero aporta que lo suyo es trabajar y sentirse acompañada por él. “Siempre lo sentí a Juan conmigo. Las almas y el amor atraviesan todo tipo de barrera. Toda actividad en la fundación está atravesada por él. En lo terrenal lo extrañamos un montón... él era el único que me defendía”, dice sonriendo.

En ese “estar conmigo”, Sandra siente que Juan aparece en cada decisión crucial de la fundación, para hacer un aporte que luego resultará trascenden­te.

Jorge cuenta que lo positivo de todo lo que les ocurrió es que quiso hablar con las autoridade­s y con el jefe de Policía y les pidió algo que luego se concretó: el paraje donde viven los López, en La Calera, lleva el nombre de Rodrigo Maximilian­o López. Allí se erigió un monolito con su nombre. Ahora, el domicilio de su DNI y el de las cartas lleva el nombre de su hijo.

Carlos Damoli reflexiona y recuerda algo lindo de Vanesa, la última noche, antes de que se fuera para no volver: “Esa noche antes del accidente, volví de trabajar, me acuesto al lado de ella, en su cama a ver la tele, juntos. Ambos nos quedamos dormidos. Ella (Marisa) nos avisa que la comida estaba lista. Me siento en la cama y (Vanesa) me abraza y me dice ‘te quiero, te quiero’. Se levantó. Después, me quedé en la puerta del baño, viéndola cómo se arreglaba y se pintaba”. Cuando ella se dio vuelta y lo vio, le preguntó si estaba esperando para entrar al baño.

Carlos Botta recuerda las buenas acciones que tuvo su hermano. Gustavo lo apoyó con el transplant­e hepático de su hija y era muy compañero de su otro hijo. Una vez, le dijo: “Franquito, cuando yo me vaya, todo lo mío es tuyo”.

LO LLEVO SIEMPRE CONMIGO A MAXIMILIAN­O. EN MI CASA LO VEO DESDE HACE 11 AÑOS. Jorge López, papá de Maximilian­o VARIAS VECES LLEGO Y ENCUENTRO A MI MAMÁ DORMIDA, CON LA FOTO DE MI HERMANO ENCIMA DE ELLA. Carlos Botta, hermano de Gustavo MI HIJO JUAN HOY TENDRÍA 21 AÑOS. NUNCA ME OLVIDO. SIEMPRE LO VEO EN OTROS CHICOS. Sandra Meyer, mamá de Juan Aciar HASTA QUE LLEGÓ EL JUICIO, TENÍAMOS ESPERANZAS DE, AL MENOS, UNA CONDENA. ES TODO NEGATIVO. Carlos Damoli, papá de Vanesa

 ?? (FACUNDO LUQUE) ?? Justicia a medias. En la última semana de agosto, estas cuatro familias sufrieron una gran decepción cuando los juicios terminaron, tras varios años de batallas en Tribunales.
(FACUNDO LUQUE) Justicia a medias. En la última semana de agosto, estas cuatro familias sufrieron una gran decepción cuando los juicios terminaron, tras varios años de batallas en Tribunales.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina