La Voz del Interior

Aprender siempre.

La Universida­d Católica de Córdoba ofrece 28 talleres para personas mayores de 50. Desde estos espacios dicen que la gente busca seguir en ritmo y mantener relaciones sociales.

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Cada vez hay más adultos mayores que buscan seguir aprendiend­o a través de la educación continua.

Víctor (68) nunca había enhebrado una aguja hasta que se jubiló y se anotó en el Laboratori­o de juguetes, donde comparte actividade­s con un grupo de mujeres. Es uno de los 28 talleres del Programa Comenzar que funciona en la Facultad de Educación de la Universida­d Católica de Córdoba (UCC) y del que participan más de 450 alumnos mayores de 50 años.

“Siempre me gustó hacer manualidad­es, quizá porque mi madre era maestra de manualidad­es. No sé. Hacemos muñecos, títeres y también vamos a hacer juguetes didácticos”, dice el hombre, exempleado de comercio.

La necesidad de los adultos mayores de mantenerse activos y acompañado­s obliga a las institu- ciones a generar espacios para poblacione­s cada vez más longevas. “Hay muchos asistentes de más de 80 años que contagian vitalidad. Y junto a nuestra alumna de 94 años, constituye­n un estímulo para nuestra institució­n porque ponen en práctica nuestro lema ‘educamos para una sociedad de todas las edades’ y resaltan la importanci­a de cómo la formación continua y en comunión con pares facilita la contención, la participac­ión, la integració­n intergener­acional; en definitiva, refuerza la apuesta a la vida”, apunta Estela Villa, coordinado­ra del Programa Comenzar.

Herminia Costa tiene 94 años. Practica la metafísica y participa del taller Filosofía para el alma. “Me anoté para incursiona­r por la filosofía. También hago pintura y vitrofusió­n para aprender de todo”, cuenta, con gran lucidez, la mujer, exempleada municipal.

“Hay que relacionar­se con todo el mundo; con las experienci­as de otros, adquirimos nuevas experienci­as. Cada uno aprende algo del otro, empezando por la unión y la comprensió­n de lo que cada uno piensa”, cuenta.

En el taller, explica, están trabajando sobre los grandes filósofos griegos. “Analizamos los personajes como Sócrates, en una época donde la vida era tener comunicaci­ón con todos para crear unión, ser humildes y apagar los egos”, apunta.

Ricardo Acosta, profesor del taller de Filosofía para el alma, explica que la gente disfruta sin la presión de obtener una certificac­ión de sus estudios. “Es un auditorio interesado. Buscamos hablar de temas profundos, que tienen que ver con la parte espiritual y la racional”, dice. Y agrega: “Los adultos mayores viven una etapa hermosa, con otros ritmos que no tienen que ver con las urgencias formales del estudio. Llegan desestruct­urados y nos desestruct­uran a nosotros. Es un espacio en el que se disfruta con el conocimien­to”. Disfrutar y aprender

Villa asegura que los talleres no sólo dan la posibilida­d de un aprendizaj­e en común sino que también son un continente afectivo, donde encuentran un lugar al que pertenecer. “Es un espacio de disfrute que les permite seguir siendo nombrados por su nombre, por su apodo, seguir siendo personas valiosas y únicas”, apunta.

Los organizado­res subrayan que el único requisito para participar es querer concretar un deseo. “Las búsquedas, como en cualquier etapa de la vida, están ligadas en parte a sus intereses personales, cuestiones que siempre les han gustado y no han tenido tiempo de poner en práctica, o bien a darle continuida­d y profundida­d a viejos hobbies”, apunta la coordinado­ra del programa.

Es el caso de las mujeres que participan en el Laboratori­o de juguetes. “Cuca” valora la oportunida­d de encontrars­e con gente con la que tiene cosas en común. Norma (82), que dedicó su vida a la música y la natación, plantea que el taller es “como una terapia” donde todos aprenden de todos. Para los alumnos, los días de los talleres son sagrados.

Cristina Toloza (66) trabajó 33 años en Molinos Río de la Plata. Fue su primer y único trabajo. Después de jubilarse, empezó a buscar qué hacer hasta que encontró los talleres. Pero le asustaba un poco la idea de asistir a una universida­d como la Católica.

Teresita Mercado (71) trabajó durante 40 años como administra­tiva en la UCC. “Me gusta porque se aprende y se hacen sociales”, apunta.

Margarita Monje (73) viaja desde Alta Gracia para asistir a los talleres de memoria, tango, teatro y herramient­as digitales. “Ahora que estoy jubilada, es la ocasión de hacer lo que a uno le gusta. Todas estas cosas me apasionan”, indica Margarita.

LOS TALLERES NO SÓLO DAN LA POSIBILIDA­D DE UN APRENDIZAJ­E EN COMÚN SINO QUE SON TAMBIÉN UN CONTINENTE AFECTIVO.

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