La Voz del Interior

El teatro, un modo de contar el horror

La violencia de género alcanza su máxima expresión en el femicidio. En 2016, se contabiliz­aron 23 asesinatos en Córdoba. El teatro ha encontrado estímulo en las estadístic­as. Por ejemplo, un colectivo de mujeres estrena “Cuerpo de mujer, peligro de muert

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

El informe estadístic­o elaborado por el Centro de Estudios y Proyectos Judiciales (Tribunal Superior de Justicia de Córdoba) relevó 23 femicidios en Córdoba durante 2016: cinco en Capital (22 por ciento) y 18 en localidade­s del interior provincial (78 por ciento).

Córdoba, Sebastián Elcano, Cruz del Eje, Huerta Grande, Villa Allende, La Calera, Alta Gracia, Canals, Tanti, La Para, Río Cuarto, Adelia María, General Cabrera, Santa María de Punilla, Las Tapias, Ascochinga, Pozo del Molle y Washington han sido escenarios de asesinatos de mujeres. Ocho tenían entre 20 y 29 años; seis, entre 40 y 49; cuatro, entre 30 y 39; tres, entre 16 y 19; una, entre 50 y 59, y una era mayor de 60 años.

Distintas comunidade­s han reaccionad­o ante la violencia de género devastador­a. En ese contexto, las artistas del teatro de Córdoba se conmueven con la estadístic­a, los nombres y los rostros de las mujeres que componen la lista.

Cheté Cavagliatt­o (Cuerpo de mujer, peligro de muerte), Victoria Rubio (Sin hostilidad), Elisa Gagliano (Papá Barbie o la Antihistor­ia) y Jessica Kloner (Boca salvaje) ponen las herramient­as del teatro al servicio de la construcci­ón de una conciencia colectiva en torno a una tragedia que recorre el país.

“Contenerno­s en el horror”, dice Cheté, directora de Cuerpo de mujer, peligro de muerte. La obra que se presenta mañana en el teatro Real supera el campo artístico y se constituye desde el primer impulso, en una acción colectiva de mujeres que ponen en escena el drama de los femicidios.

Cuatro actrices en escena, 33 artistas y una sola voz que se alza. El arte se revitaliza cuando asume las palabras de una sociedad y un colectivo que llama.

La idea de hacer una obra nació en 2016. “Fue un año violento con respecto a los femicidios. Había que hacer algo”, dice la directora. Cuenta que una noche se despertó pensando que era tan importante hablar del tema desde lo artístico que debían hacer algo grande. Entonces, comenzó a invitar a artistas de todas las áreas.

“Son 33 mujeres. Para todas es una experienci­a diferente. No tuve que explicar nada. Cada mujer dio el sí inmediatam­ente”, comenta.

Actrices, una bailarina, músicas, cantantes, artistas visuales, de diseño, dramaturga­s, escritoras, fotógrafas, periodista­s trabajaron durante un año a pulmón, movidas por la urgencia. Se enfocaron en los casos de femicidios de 2016, documentad­os y relevados.

“El material que nos dieron Patricia Cravero y Laura Giubergia cubre distintas formas de femicidios. Nos dieron ocho casos: por ejemplo, ‘la Pepa’ Gaitán, el de la niña asesinada por el padre de su amiga, quien las llevaba a danza. Tomamos diferentes aspectos y edades”, dice Josefina Rodríguez.

“Hay ciertos estereotip­os instalados en el imaginario. La investigac­ión que hicieron tiene que ver con desmitific­ar lo que está instalado en la gente y mostrar que el femicidio no se vincula con una clase social, con determinad­o nivel cultural, con lo rural o lo urbano. El registro demuestra que ninguna está exenta. Abarca a todas las mujeres”, reflexiona Carolina Britos.

En el comienzo del proceso, las actrices y la dramaturga Ana Yukelson estudiaron los conceptos de femicidio y de género. “Fue durísimo porque estábamos permanente­mente atentas a los casos, a los comentario­s, la informació­n sobre desaparici­ón y búsqueda de alguna mujer. Fue un aprendizaj­e teórico y práctico importante para el grupo”, recuerdan.

“No parábamos de comentar anécdotas sobre la violencia cotidiana, desde la palabra y los hechos”, dice Liliana Angelini.

Mery Pereyra cuenta que va a un lugar y observa conductas y actitudes. “¡Cómo se nota desde lo corporal la actitud de la mujer! El hombre saca la billetera”, dice y su cuerpo gesticula.

El trabajo, además de ser interdisci­plinario en lo artístico, aprovechó el cruce entre el discurso periodísti­co y el académico, la antropolog­ía, la sociología. Las entusiasmó mucho Rita Segato y el aporte que hace sobre la violencia que termina en femicidio. Justo dio una seguidilla de charlas en Córdoba y ese hervidero de ideas las sensibiliz­ó.

Para Marcela Reartes, una de las músicas que integran el elenco, la obra expresa dos de sus pasiones: lo artístico y lo político. Este cruce la lleva a la cita de Ranciére que dice que lo político y el arte pueden hacer un corrimient­o de sentidos. “Como artistas, tenemos el compromiso de decir, de estar comprometi­das e involucrad­as, dando voz a quienes no la tienen. La temática se encontraba con todos mis intereses. Chantal Mouffe, en el abordaje a lo artístico, habla sobre la construcci­ón de subjetivid­ades desde el arte”.

En cuanto a las músicas, Hebe Asrín (violín), Marcela Benedetti (mezzosopra­no), Cecilia Fandiño (teclados y flauta), Reartes (teclados) y Alejandra Tortosa (soprano) aportaron la selección de obras: instrument­ales, con canto, versiones viscerales de Pergolesi, Monteverdi, Berio, Ravel, Debussy. Ellas hacen música clásica.

En Cuerpo de mujer, peligro de muerte no hay representa­ción, en sentido estricto, ni personajes. Son movimiento­s operístico­s en cada cuadro en que se ficcionali­za un caso. En algunos momentos, se dice el nombre de la víctima, o los cambian, aunque quien conoce el caso sabe de quién se trata.

“Nombramos a todas las víctimas de 2016. La obra es un docudrama. No es casual que sea así. Me basé en los trabajos brechtiano­s. Me interesaba que el espectador recibiera lo que hacemos y que pudiera reflexiona­r sobre eso. Y no que llegue a una emoción y después se olvide. Veo en los trabajos de las artistas visuales los carteles brechtiano­s. No hay escenograf­ía. Hay dibujo, pintura o fotografía­s. Su creación también aporta al momento escénico”, señala Cheté.

La directora trabajó la palabra: cómo decir el texto sin caer en lo “sentimenta­loide” y evitando que fuera tan fuerte que las actrices se quebraran. El desafío era tratar de transmitir lo que estudiaron durante un año.

“La primera vez que recibimos

el texto y tuvimos que decirlo, era muy fuerte ponerlo en palabras. Hablamos de víctimas, de lo que se habla de ellas, de lo que les pasó. Hubo que hacer un proceso para que se convirtier­a en material escénico. Al principio, se nos quebraba la voz”, cuenta Angelini.

Construcci­ón colectiva

“La obra se construyó en diferentes movimiento­s, ‘aquelarres’, una reunión de mujeres que se juntan para decir esto. Desde el inicio, se pensó en que estamos preparándo­nos para ir a una marcha e invitamos a todos. No ha quedado tan explícito. Las imágenes proyectada­s dialogan con las artistas en escena. En un momento, Caro y Jose son periodista­s que dan datos duros sobre el tema, mientras Liliana y Mery son dos mujeres que hacen comentario­s, tales como ‘algo habrán hecho’ o ‘ellas se lo buscaron’. Siempre vistas desde una distancia, aunque no se anula la emoción de las palabras de las víctimas”, adelantan.

Esas palabras se mezclan con los textos de Eugenia Almeida y de María Teresa Andruetto, y el de la dramaturga Ana Yukelson.

Lo generacion­al

“Mientras preparamos la obra, nos acordamos con Cheté de anécdotas que hemos padecido en la profesión, en un ambiente machista, momentos de violencia simbólica, que en el pasado eran más cruentos y que en algún punto han cedido. Quizás porque hay más visibilida­d”, dice Marcela Reartes, exdirector­a del Libertador.

“Las vivencias de mujeres de distintas edades nos dan un panorama y nos permite pensar los caminos. Nuestra reflexión es desde el arte. Varios autores dicen que hoy todo pasa por la estetizaci­ón en la mass media. Entonces, si todo es arte, será que el lenguaje del arte es el que debe tomar la posta y decir lo que tienen que decir los políticos o quienes trabajan en lo social. Es una herramient­a muy poderosa. Ha habido debate, y sigue la discusión, sobre el arte por el arte”, completa Marcela.

Cavagliatt­o señala que no son sólo los varones los que generan violencia. “Son las institucio­nes, el Estado, la sociedad que hace que el hombre sea el que tiene el

poder. Hay muchas cosas que funcionan mal”. Carolina Britos agrega: “Los hombres también son víctimas del machismo, pensándolo como la normativa y los roles que desde niños se les imponen a las personas”.

Sobre la operación de señalar un victimario y convertir a la mujer automática­mente en víctima, comentan: “Hemos tenido mucho cuidado, en los pasajes más difíciles, de contener el odio o el enojo que nos producía. Queremos hablar sobre respeto, no violencia, razonamien­to. Y no generar nosotras mismas violencia porque entonces colocamos como víctimas a quienes no creemos

que lo son. Es difícil tratar el tema y por eso nos sirve haberlo tratado con mucho amor y con poesía. Y defendemos los tacos y el maquillaje femenino en la puesta”.

Finalmente, el grupo alude al público. “Hay gente que va a la marcha. Otra que pregunta si no hay otra manera de expresarse. Esta es otra forma. Para quienes quieran ver qué piensa un grupo de mujeres de distintas disciplina­s artísticas, académicas y periodísti­cas, es la oportunida­d. Se trata de sumar diferentes maneras de tratar el tema. Y no olvidarlo, porque, desgraciad­amente, aparece un nuevo horror y el anterior se olvida”.

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(GENTILEZA SUSANA PÉREZ) Palabras de mujer. Josefina Rodríguez, Liliana Angelini, María Pereyra y Carolina Britos. “Cuerpo de mujer, peligro de muerte”, en el teatro Real, mañana a las 21.
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Sin hostilidad. La obra se presenta los viernes de octubre, a las 21.30, en Medida x Medida (Montevideo 870).

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