Cataluña tiene su propia grieta con el referéndum independentista
El secesionismo pone a prueba la paz familiar catalana. El Gobierno español habla de rupturas.
BARCELONA. “Si cuando nos casamos hubiera sabido que ibas a ser independentista, no me habría casado”, le dice, medio en broma medio en serio, Ana Figueras a su marido, Josep Ruiz. Ambos, junto a sus dos hijos, componen una de las tantas familias que en Cataluña mantienen posiciones enfrentadas respecto de una posible independencia de la región del resto de España.
No es un plato de buen gusto. Pero se respetan y, a la mesa, evitan a veces hablar del asunto para no provocar indigestiones.
Es algo común entre las familias catalanas de todo tipo y condición. Pocos permanecen al margen de un proceso que, en los últimos cinco años, fue cobrando fuerza hasta desembocar en el referéndum unilateral convocado por el Gobierno catalán para el domingo, a pesar de las prohibiciones del Tribunal Constitucional español.
Los sentimientos están a flor de piel y no todo el mundo consigue aceptar las diferencias y salir indemne.
“Mi marido se lo toma más a pecho y yo, para que no se altere, a veces me callo o evito el tema. Otras, hablamos de ello y no nos ponemos de acuerdo, pero la cosa no pasa de ahí”, cuenta Ana, la única componente de su grupo contraria a la independencia.
Su familia, como otras, admite disensiones e incluso tensiones, pero niega la ruptura que el Gobierno español asegura que se produjo en muchos núcleos familiares y de amigos en Cataluña por causa del referéndum.
“Yo me siento muy catalana, pero también muy española y, por eso, no quiero que nos separemos de España”, prosigue Ana, hija y nieta de catalanes, quien tiene 75 años y siempre vivió en Sant Andreu, un tradicional barrio obrero de Barcelona.
“Antes, yo no era independentista. Nací en Aragón (una región situada en el noreste de España y fronteriza con Cataluña) y me sentía también español, pero cuando me jubilé y empecé a leer la historia y a darme cuenta de lo mucho que nos habían engañado, comencé a cambiar”, se justifica su marido, Josep, cinco años mayor.
“Pero el pasado es pasado, Josep, y ahora estamos aquí y hay que mirar hacia delante. Tú eres un independentista de nuevo cuño, por interés económico”, interviene Ana.
“Soy independentista de corazón y de razón. Y lo económico me interesa, pero los españoles también piensan en la billetera, o por qué crees que nos quieren”, replica Josep, antes de resoplar: “Esta mujer me acabará pidiendo el divorcio”.
“Yo exijo un cambio. (El presidente español) Mariano Rajoy no ha gobernado a los catalanes durante años y, además, no ha querido dialogar”, prosigue en su réplica Josep.
“¡Pero cómo quieres arreglar las cosas y dialogar con quien no quiere ser español, no hay manera!”, contraataca Ana.
Este tipo de argumentos se repiten y se extienden, y ninguno convence al otro. Tampoco lo pretenden ya. Se aceptan, también con esta diferencia.
Españoles y catalanes
Algo parecido les sucede a Clara de Cominges y Marc Farré, padres de una niña de casi dos años. Él es independentista desde adolescente. Ella, partidaria de seguir formando parte de España.
“Me siento española, catalana y, principalmente, barcelonesa. Aunque estos días, con todo lo que está pasando, tuve la sensación de no sentirme de ninguna parte. No me siento representada por el Gobierno español ni por el catalán”, expone Clara con tristeza.
Es hija de catalanes y, a sus 39 años, vive con hartazgo un proceso del que intenta hablar lo menos posible. “Hay temas mucho más importantes y trascendentes”, argumenta esta mujer, que trabaja en el departamento de derechos
LOS SENTIMIENTOS ESTÁN A FLOR DE PIEL Y NO TODO EL MUNDO CONSIGUE ACEPTAR LAS DIFERENCIAS Y SALIR INDEMNE.
internacionales de una gran editorial de la capital catalana.
“Soy independentista desde pequeño. Nunca me sentí identificado con España. Luego, me reafirmé viendo el trato de colonia que nos daban”, explica Marc, que hubiese preferido un referéndum pactado con el Gobierno español, pero da por bueno este proceso si, en un futuro, Cataluña se convierte en “un país que gestiona y resuelve sus problemas”.
“Lo respeto y no intento convencerlo de nada, de la misma manera que él no me intenta convencer”, interviene Clara.
Tanto es así que del 11 al 24 de septiembre, entre la fiesta oficial de Cataluña y la festividad de la Mercé, patrona de Barcelona, Clara permite que Marc cuelgue del balcón la bandera independentista. Después la retiran y no tiene sustituta: ella no tiene apego a ninguna, dice que no las necesita para afirmar su identidad.
MUCHAS FAMILIAS ADMITEN TENSIONES, PERO NIEGAN LA RUPTURA QUE EL GOBIERNO ESPAÑOL DICE QUE SE PRODUJO.