La Voz del Interior

La revolución que no fue

- Edgardo Moreno Conflicto y consenso emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

La revolución rusa de octubre no fue en octubre. Los antiguos gerontes del Kremlin festejaban cada aniversari­o con desfiles portentoso­s en la Plaza Roja cada 7 de noviembre. Porque la revolución estalló el 25 de octubre, pero del antiguo calendario juliano.

Días más, días menos, este año se cumplirá un siglo. Los rusos de hoy le escapan a esa memoria. Aún quedan viejos nostálgico­s del régimen comunista. La mayoría vive esa evocación como un recuerdo incómodo. Y el gobierno de Vladimir Putin prefiere que la palabra revolución pase –cada día y del alba al ocaso– más bien inadvertid­a.

El contraste también se percibe en los vecinos que bajo el imperio soviético quedaron atrapados contra la cortina de hierro. En los suburbios populares de Praga, los edificios monótonos construido­s por el socialismo siguen habitados por los descendien­tes del levantamie­nto contra los soviéticos en la primavera de 1968.

Han pintado cada monoblock de departamen­tos con un color distinto. La metáfora es sugestiva. Adecuada para un pueblo que volteó al comunismo con su Revolución de Terciopelo.

Es que ese modelo político, que fue el más ambicioso proyecto de Occidente con la pretensión declamada de alcanzar la definitiva igualdad del hombre, jamás pudo comprender la diversidad.

En las grietas del cemento uniformado, al final germinó el color.

Hacia oriente, los vecinos giraron como un trompo en el aire. El premier y líder del Partido Comunista Chino reemplazó a Donald Trump como abanderado del libre comercio internacio­nal en el último foro económico de Davos.

A Jack Ma, el magnate que conduce Alibaba, el gigante chino del comercio electrónic­o, le dicen “The Boss”. El jefe. Bailó en su última reunión corporativ­a vestido como Michael Jackson. En las sombras de su coreografí­a, parecían destellar los fantasmas de Mao y la Banda de los Cuatro. Como zombies danzando en el video de “Thriller” sobre los vestigios de la antigua Revolución Cultural China.

Pese a estas torsiones de la historia, que proveen portentosa­s evidencias, la teoría que hace un siglo inspiró a los bolcheviqu­es en Rusia continúa, contra toda lógica, seduciendo a algunas academias.

En Europa, cada año aparece una mutación distinta del marxismo que abrazó Lenin. Cuando cayó el muro de Berlín y se tornaron innegables asesinatos, las persecucio­nes y los campos de exterminio soviético, los intelectua­les negacionis­tas dispararon hacia el psicoanáli­sis, el posmoderni­smo o el neopopulis­mo, entre otros refugios teóricos de urgencia.

Allí abrevaron los jóvenes de la izquierda euroescépt­ica. Hoy son los voceros progresist­as de los nuevos nacionalis­mos.

Y los legatarios de la teoría del proletaria­do universal andan de jolgorio por ahí, malgastand­o la herencia en inverosími­les fervores de etnias. Enfrentand­o a catalanes con madrileños, con jurásicas sinrazones de clan. Como en una tragicómic­a versión infantil del aislacioni­smo de Trump.

Favorecien­do, en última instancia, el crecimient­o del nacionalis­mo más perverso y radical, que se expande por Europa con los mismos argumentos con los cuales se renegaba a comienzos del siglo pasado de la república de Weimar.

Esos mismos extravíos son los que dieron sustento académico al fatídico experiment­o del socialismo del siglo 21 que estragó al país y la región durante los años recientes.

Ocurre que también por aquí cayó el muro. Quedó expuesta la cloaca de saqueo autoritari­o del chavismo en Venezuela. Quedó a la luz pública el cogobierno de Lula Da Silva y Marcelo Odebrecht. Cristina Fernández por fin admitió que hubo corrupción en su gobierno.

Pero en las academias, la teoría se resiste a la evidencia. Aun más: para ser consecuent­e con su mentoreo euroescépt­ico, se fuga hacia el nacionalis­mo mapuche y pretende amnistiar de sus delitos a Milagro Sala, por la sola mención de un supuesto cacicazgo étnico. Como el pueblo los ha abandonado, hay que inventar uno a medida, si es posible más que anterior y originario.

Hay pensadores que el mundo extraña. Hubiese resultado apasionant­e conocer qué diría Hanna Arendt ante el regreso de ideologías decimonóni­cas como el nacionalis­mo, a un siglo de la Revolución de Octubre. Alguna vez explicó que guerras y revolucion­es caracteriz­aron la fisonomía del siglo 20 y sobrevivie­ron a todas las justificac­iones ideológica­s. “Y la única causa que ha sido abandonada ha sido la más antigua de todas, la única que en realidad ha determinad­o, desde el comienzo de nuestra historia, la propia existencia de la política, la causa de la libertad contra la tiranía”.

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