La Voz del Interior

Sindicalis­mo extorsivo

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Senasa y la Aduana. La corruptela va mucho más allá de un gobierno en particular, aun cuando alguno la haya facilitado más que otro.

No estamos ante un fenómeno nuevo, pero sí ante un estado de cosas que se fue sistematiz­ando, al amparo de la idea de que la exacción es inherente a la política y que el enriquecim­iento ilícito va con el poder y nada puede hacerse para evitarlo.

No es menos cierto que en el caso de algunos poderosos sindicatos, la distorsión del rol de las organizaci­ones tiene mucho que ver con lo que sucede en todos los ordenes: la ausencia de prácticas democrátic­as, de alternanci­a en las conduccion­es y de una eficiente fiscalizac­ión por parte de los órganos de control.

El desmadre del poder gremial argentino reconoce buena parte de sus causas en las necesidade­s de la política, que por años consideró que los sindicatos eran aliados imprescind­ibles, al punto de que hasta las dictaduras negociaron con los gremios más poderosos acuerdos pagados con impunidad y lucrativos negocios.

Gestiones que se extienden por 30 o más años tienen que ver con legislacio­nes laxas –cuando no cómplices–, elecciones amañadas y controles inexistent­es.

Los argentinos tenemos un aparato digestivo envidiable si consideram­os nuestra capacidad para digerir escándalos de magnitudes sísmicas mientras esperamos la aparición del próximo.

Sin embargo, debe señalarse que ha comenzado a evidenciar­se un sano hastío por parte de un importante segmento de la sociedad, como si ya hubiéramos colmado nuestra capacidad de tolerancia. Es sano: las cosas dejan de suceder cuando unos cuantos ciudadanos dignos deciden que no deben ocurrir más.

Con todo, y para que los árboles no nos impidan ver el bosque, debe recordarse que es tarea de la Justicia tolerar menos que el resto de la sociedad y comenzar a saldar las deudas que tiene con todos, llevando ante los estrados a quienes correspond­a. Y son nuestros legislador­es quienes tienen que diseñar el marco legal que acote el accionar de quienes a diario minan nuestra confianza. En resumen, que cada uno debe hacer lo suyo.

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