La Voz del Interior

Entidad, identidad y juventud

- Alejandro Mareco Albures argentinos

La juventud y los sueños están hechos de la misma materia. La reinvenció­n del mundo sucede con cada generación, como la primavera en estos días.

Pero, aunque bello, siempre ha sido difícil ser joven: hay que salir a disputar un espacio entre lo que está distribuid­o, para bien o para mal, con justicia o sin ella.

“La juventud es una enfermedad que se cura con los años”, dice la frase de George Bernard Shaw, que parece saborear la distancia con los impulsos tempranos. Pero la juventud no es sólo un estado pasajero en la vida, sino que se transformó en un estadio de conciencia de la realidad, de una fuerza portadora de transforma­ciones. Charly García decía que Los Beatles habían inventado la juventud. Quizá es una verdad simbólica: después de la tragedia de la segunda gran guerra del siglo 20, con 50 millones de muertos bajo tierra, los jóvenes ya no querían ser los hijos del rigor de sus mayores, que los enviaban a morir por sus intereses.

Entonces, la juventud se asumió como un poder posible, tanto que las canciones de paz terminaría­n acorraland­o a la guerra de Vietnam.

No es sencillo entrar en el mundo de los adultos que parecen haber venido al mundo en esa condición, la de adultos, sin recuerdos sobre lo que costó crecer.

Más aún lo es para aquellos que recién empiezan a tomar distancia de la niñez, los adolescent­es. Entre tanta cosa, pasa que si cometen delitos, los adultos piden que sean tratados penalmente como mayores; pero si se oponen con acciones a los mandatos del poder de los mayores, son demasiado inmaduros.

Más allá de la controvers­ia por la decisión de estudiante­s secundario­s porteños de tomar los colegios para expresar su rechazo a una reforma educativa, se ha cuestionad­o la entidad que tienen para realizar planteos.

Incluso, se ha sugerido que el mejor papel que pueden desempeñar es concentrar­se en sus deberes de alumnos como modo de honrar el privilegio que tienen de estudiar en escuelas a las que no acceden los hijos de la clase trabajador­a.

Pero la historia también ofrece otros espejos. Por ejemplo, el de la Reforma Universita­ria, aunque se tratara de jóvenes más grandes: la manera de honrar a los que no podían estar en su lugar fue luchar para abrirles las puertas.

El secundario, por lo demás, no es un asunto menor. Bien lo sabemos los que hace tiempo pasamos por esas aulas: de algún modo, seguimos siendo aquellos que en esos años nos abrazamos a una identidad casi definitiva.

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