Ejercicio placentero
Lo nuevo de Foo Fighters no es una obra que salvará al rock & roll, aunque tampoco algo despachado con desdén creativo. Produjo Greg Kurstin, un nombre impensado para el mundo altisonante de Dave Grohl y los suyos. El año que viene, la banda toca en el p
El éxito da algo de impunidad. Dave Grohl lo ha demostrado en la previa de Concrete and Gold ,el nuevo disco de Foo Fighters, la banda que fundó desde la desolación de Nirvana.
Palabras más, palabras menos, Grohl expresó que con sus compañeros e invitados de lujo habían trabajado en “la versión de Sgt. Pepper hecha por Motörhead”. Aunque los antecedentes de Grohl revelan a un tipo divertido y con capacidades de reírse de sí mismo, el textual no puede desprenderse de cierto aire de superioridad que lleva consigo.
¿No encuentra respaldo la obra a ese gesto altanero? Lo encuentra, aunque no en los términos en los que Grohl se expresó. Porque el nivel de experimentación no es tan radical como el de la cumbre de The Beatles, ni la matriz troglodita de Lemmy Kilmister es la que se impone en los temas más al palo.
Eso no inhibe que Concrete and Gold sea un buen disco de una banda ya encorsetada por expresarse habitualmente en la escala “estadio” y sin conflictos en asumirse parte del entretenimiento. Porque si bien la obra cumple con la cuota de grandilocuencia furiosa en temas como el corte Run, y con una letra que insta a escapar de un contexto de “ratas” desatadas, también ofrece perlas de producción en un registro más aterciopelado y en temáticas menos obvias.
En este punto, el de la producción, quizás haya tenido que ver la elección de Greg Kurstin, una de las mitades del dúo indie The Bird and The Bee que llevó a Foo Fighters a tener más brillo en los remansos.
Uno de esos momentos es Dirty Water, donde Grohl canta en falsete susurrado y se pliegan coros y más coros hasta invitar a un apacible escape psicodélico.
Esa propensión a la experimentación coral se mantiene en Happy Ever After (Zero Hour), con el anabólico que se suma a un tema acústico del canon (esta vez sí, aunque no necesariamente de Sgt. Pepper) Beatle.
De todos modos, el mejor rédito de extrañeza y desplazamiento de zona confortable se da al cierre y con el tema que da nombre al disco. Se trata de una pieza lánguida, de raíz floydiana, en la que Grohl reivindica raíces fuertes para imponerse a la desesperación. Al comienzo de esa interpretación, incluso, se aparea con el agobio existencial que padecía su amigo Kurt Cobain.
Nadie tenía a Kurstin ordenando este tipo de astros. O llevando a Foo Fighters a un registro clasicista como el de Sunday Rain, una referencia al desconcierto de un adicto cantada por el baterista