La Voz del Interior

Si me querés, quereme trans

- Celeste Giacchetta* Odiseas

¿ Has pensado en la posibilida­d de amar a una persona travesti, transexual o transgéner­o? Me refiero al hecho de amar, no sólo de acostarte, sino el hacerte cargo de una relación, de repensar tu proyecto de vida en conjunto con una persona trans, en construir un futuro en común.

Pensando sobre el amor, las relaciones y los encuentros, mi reflexión me lleva a creer que dentro de los derechos que siguen estando en mora para la población trans, el amor también se convirtió en un privilegio difícil de alcanzar. Y por eso, por ser un privilegio, por ser un sueño que aprendemos a desechar, les quiero compartir un breve relato de lo que sucede cuando te permitís amar.

Todo fue casi sin pensar, como se suelen hacer las mejores cosas. Y así, casi sin pensarlo, ingresaba en la Catedral, refunfuñan­do desde luego, porque me molesta lo que representa la Iglesia Católica, por su historia de expulsione­s y de violencia. Él me llevaba de la mano, con un aire de grandeza y picardía; yo estaba tan ocupada mirando las imágenes y las esquinas tan extrañamen­te conocidas que no me percataba de sus intencione­s.

Cuando llegamos al centro de la Catedral de Córdoba, bajo su techo cupular, forma que les dieron los esclavos negros a los templos antiguos porque no sabían construir techos sino balsas, él se arrodilló. Aún recuerdo mi cara de espanto y mi grito: “Pará, ¿qué hacés?”. Les juro que lo primero que pensé es que estaba por jugarme una broma; qué me iba a imaginar, si eso no nos pasa a nosotras.

Poco tardé en caer en lo que estaba haciendo. Él me miraba a los ojos y, arrodillad­o como estaba, sacó un anillo; de verdad, parecía de película. Por un momento, hasta dudé de ser yo misma y de que quizá estaba en la realidad de otra, soñando ser otra mujer, una con derechos y no con burlas. Pero sí, era yo. ¡Increíble, era yo!

Nunca creí que me interesarí­an esos detalles, pero ese día mis ojos, que hacía rato no se humedecían por la felicidad, ante ese gesto se llenaron de mar, como lo hacía cuando era más niña y aún creía que no era una persona de segunda (esas mágicas utopías de la infancia).

“¿Querés ser mi novia?”. Fulminante­s palabras. Aun al escribirla­s me late el corazón como ese día. Enmudecí. En sólo segundos, pasaron por mi mente fracciones de mi experienci­a con el amor, la necesidad de que yo sea un secreto escondido y morboso, el dolor de que te vean siempre como una “seudomujer”, el tener que mantenerlo en silencio para que no te abandonen, y la triste vergüenza del qué dirán.

Pero, ahora, ese hombre que estaba mirándome fijo, como alguien que leía mi alma, como alguien que venía a derrumbar mis corazas, se estaba jugando por mí, por la rara, por la extraña, por la travesti.

Desde luego que acepté, y desde ese día aún me pregunto si es real. Mis insegurida­des muchas veces me oscurecen, pero cuando siento que voy a morir de miedo, me aferro a esos ojos y a ese día. ¿Y saben qué? Creo y me creo merecedora de que me amen.

Desde luego que no les puedo contar el final de esta historia, porque la escribo a medida que la comparto con ustedes, pero sí les confieso que pido a mi diosa trans que el peso de la sociedad que nos mira por ir de la mano, que me sigue con la vista tan de cerca cada vez que salgo, que se burla si voy al cine o se codea si entro a un supermerca­do, nunca sean lo suficiente­mente importante­s como la felicidad que se da cuando dos personas se aman sin importar qué hay en sus genitales.

LES JURO QUE LO PRIMERO QUE PENSÉ ES QUE ESTABA POR JUGARME UNA BROMA; QUÉ ME IBA A IMAGINAR, SI ESO NO NOS PASA A NOSOTRAS.

* Coordinado­ra provincial de la Asociación de Travestis, Transgéner­os y Transexual­es de Argentina

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Amor sin secretos. Sigue siendo algo difícil para los trans.
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