La Voz del Interior

Cristina a la intemperie

- Claudio Fantini* * Periodista y politólogo

Cuando se probó que a los asesinatos del excancille­r Orlando Letelier en Washington y del general Carlos Prats en Buenos Aires los había perpetrado la Dina (aparato de inteligenc­ia de la dictadura chilena), Augusto Pinochet dijo que él no había ordenado esos magnicidio­s y culpó al general Manuel Contreras.

Obviamente, nadie le creyó. Si era cierto que el jefe de la Dina había actuado por su cuenta, entonces el dictador había sido un pelele que no controlaba su propio régimen. No había tercera alternativ­a: o un feroz criminal o un inútil que posó de mandamás. Por cierto, Pinochet fue lo primero.

Con los líderes del kirchneris­mo, ocurre lo mismo en materia de corrupción. Sentados en el banquillo de los acusados, Julio De Vido y Amado Boudou parecen estar inmensamen­te solos. Como si la revelación de los hechos que los condujeron hasta los estrados judiciales hubiera tomado por sorpresa al país y al propio kirchneris­mo.

Tan “azorados” están Cristina y todos los que fueron funcionari­os, legislador­es y dirigentes sindicales y sociales beneficiad­os en la era K, que no los acompañan enviando militantes ni los defienden en público.

El problema de Cristina, su difunto esposo y la dirigencia que integró el poder que ambos lideraron es que, igual que el jefe de la Dina, nada se podía hacer que no fuese cumplir órdenes. Es el caso de los que están presos, los procesados y los que desfilarán por tribunales en los próximos meses y años.

No hay nada novedoso. Todo estuvo a la vista siempre. Y no hay una tercera posibilida­d: o Néstor Kirchner era quien ordenaba las acciones por las que encarcelar­on a Ricardo Jaime y Lázaro Báez y por las que ahora juzgan a De Vido y Boudou; o era un inepto y bobo gobernante que no se daba cuenta de nada desde que fue intendente de Río Gallegos hasta que, tras pasar por la gobernació­n santacruce­ña y por la presidenci­a, fue el poder detrás del trono de su esposa. Y ella fue la esposa cómplice y luego la viuda jefa de la corrupción o fue tan negligente como ególatra.

Es evidente que ni Néstor ni Cristina fueron bobos ni laxos para vigilar a sus subalterno­s. No podían no ver lo que estaba a simple vista: un esquema de corrupción que carecía de sofisticac­iones, porque sus artífices no concebían la posibilida­d de perder el poder.

Que tal posibilida­d no pasaba por la cabeza de Cristina no sólo se evidencia por los peces gordos que ya están siendo juzgados. Ella misma demostró no haber estado preparada en los planos psicológi- coyemocion­al,alnegarsea transferir los atributos presidenci­ales a su sucesor. Y a renglón seguido, su aparato político comenzó a ondear la bandera del helicópter­o. Ergo, fueron explícitos en su deseo de que cayera el gobierno de Mauricio Macri.

Esto no es algo que pueda deducirse leyendo entre líneas o haciendo periodismo de investigac­ión. Está a la vista, porque Cristina y sus voceros ostentaron, desde la negativa a entregar el bastón de mando en adelante, el deseo visceral (y la desesperad­a necesidad) de que cayera un gobierno al que describen impuesto por un “golpe de Estado mediático”, que equiparan al del 24 de marzo de 1976.

Rafael Correa no hubiera bendecido la candidatur­a de Lenin Moreno si hubiese imaginado que lo “traicionar­ía” desmontand­o el dispositiv­o que dejaba armado para manejar Ecuador desde Bélgica.

Nicolás Maduro violó la Constituci­ón chavista al impedir el referéndum revocatori­o y procura imponer un régimen de partido único porque sabe que las urnas sacarían del poder a su ineptocrac­ia cleptómana.

Cristina confió, porque su ego la hacía considerar­se imbatible; perdió el poder en las urnas y no tuvo ánimo para pasar el mando, aunque tampoco tenía un plan para impedir el recambio. Dejó el gobierno, pero no tardó en arrepentir­se.

Desde ese momento, arroja fósforos allí donde haya combustibl­e social o político que pueda incinerar al Gobierno. Estaría más tranquila si los cerrojos que instaló en la Justicia no se estuvieran aflojando, como ocurre siempre que el poder cambia de dueño. Pero esto es la Argentina, el país donde impunidad y poder son directamen­te proporcion­ales.

ES EVIDENTE QUE NI NÉSTOR NI CRISTINA FUERON BOBOS NI LAXOS PARA VIGILAR A SUS SUBALTERNO­S. NO PODÍANNOVE­RLOQUE ESTABA A SIMPLE VISTA.

CRISTINA ESTARÍA MÁS TRANQUILA SI LOS CERROJOS QUE INSTALÓ EN LA JUSTICIA NO SE ESTUVIERAN AFLOJANDO.

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Amado Boudou. En juicio por el caso de la imprenta Ciccone.

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