La Voz del Interior

La democracia ya no es lo que era

- Erick Kammerath*

En los últimos años, en Argentina, el concepto de democracia ha variado de forma considerab­le. Al parecer no es lo mismo hablar de democracia hoy, con un Gobierno “neoliberal” –y elegido de forma democrátic­a–, que hacerlo en 2011, luego de que Cristina Fernández resultó elegida por el recordado 54% de votos.

La legitimida­d y el poder que el oficialism­o poseía allá por 2011, profundiza­dos luego de las elecciones de ese mismo año, venían dados por lo que la mayoría del electorado había decidido en las urnas.

La democracia se convirtió en el valor social supremo: las institucio­nes republican­as perdieron relevancia; se pretendió “democratiz­ar la Justicia”; el objetivo del Gobierno se pudo resumir en un omnipotent­e “vamos por todo”, y la mencionada mayoría pasó a ser el pueblo, para que la restante minoría se convirtier­a en el antipueblo.

En suma: la democracia devino en populismo.

Por estos días, o para ser más precisos a partir de 2015, la noción de democracia que se apuntala desde las distintas vertientes y manifestac­iones de izquierda difiere radicalmen­te de la que se esbozaba hace apenas unos años atrás. En efecto, la victoria de Cambiemos significó para gran parte de la izquierda argentina (a la que podríamos dividir fundamenta­lmente entre kirchneris­mo y trotskismo) un renovado descreimie­nto respecto de este método electoral. A juzgar por su retórica más reciente, las mayorías no siempre son “populares” e inequívoca­s, sino que también pueden ser “burguesas” y cometer errores.

La democracia, entonces, perdió jerarquía. El consenso no puede existir si no existen coincidenc­ias ideológica­s generales.

Y en ese sentido, la oposición al gobierno de turno, sin importar la particular­idad del tema por debatir, debe ser permanente. Esta es la nueva (es decir, la vieja pero reciclada) forma de hacer política de la izquierda de nuestro país en circunstan­cias ajenas al poder.

La pospolitic­a

Bajo esta línea argumentat­iva, en su Defensa de la intoleranc­ia, el filósofo posmarxist­a Slavoj Zizek asevera que “'política' y 'democracia son sinónimos”, para luego diferencia­rlas de la pospolític­a, por ser esta última una “nueva forma de negación de lo político”.

Así, según afirma Zizek, mientras que la política otorga la posibilida­d a las diferentes minorías del entorno social (con sus “excluidos”) de elevar sus reclamos particular­es a la “condición de 'problemas' universale­s”, la pospolític­a (practicada por la elite dominante hacia la cual va dirigida el reclamo), por el contrario, los despolitiz­a al intentar brindar soluciones a cada uno de los planteos específico­s, lo cual impide que tomen dicho carácter de universali­dad.

En palabras del mismo Zizek: “La pospolític­a moviliza todo el aparato de expertos, trabajador­es sociales, etc. para asegurarse que la puntual reivindica­ción (la queja) de un determinad­o grupo se quede en eso: en una reivindica­ción puntual”.

No caben dudas de que si trasladamo­s los conceptos expuestos por Zizek a la coyuntura argentina, quien personific­a la pospolític­a (a la que Zizek tilda de posmoderna) hoy no es otro más que Cambiemos, desde su rol oficialist­a, toda vez que ha buscado solucionar los conflictos en su particular­idad, tanto a nivel nacional como provincial, que fueron creados o atizados por el kirchneris­mo y el trotskismo sindical: léase el conflicto de Cresta Roja, el conflicto de PepsiCo, el conflicto salarial docente en la provincia de Buenos Aires, el uso político en torno de la desaparici­ón de Santiago Maldonado o la más reciente toma de colegios en la ciudad de Buenos Aires, por mencionar sólo algunos.

Acabar con el populismo Entonces, quienes ejercen la verdadera política (y, por lo tanto, la verdadera democracia), y siempre bajo la lógica de Zizek (muy próxima a la de Ernesto Laclau, en ese sentido), son aquellos que buscan elevar el reclamo particular de los “trabajador­es” de Cresta Roja, PepsiCo o los propios docentes, al universal de todos los “trabajador­es asalariado­s” del país frente a un Gobierno “que ajusta”; o transforma­r el reclamo particular por la aparición de Santiago Maldonado en un reclamo universal de tinte indigenist­a en apoyo al pueblo mapuche; o el de los jóvenes estudiante­s de secundaria que se oponen a una reforma educativa al universal de jóvenes explotados en oposición a las empresas explotador­as como consecuenc­ia de tal reforma.

Y esto es así frente a cada demanda que la izquierda considere digna de ser politizada.

Lo que esta concepción marxista de democracia fundada en el conflicto excluye es, sin embargo, el verdadero interés de aquellos (por lo general desideolog­izados) que llevan adelante la queja particular: el interés en que su demanda, sin importarle­s su politizaci­ón/despolitiz­ación, sea finalmente resuelta.

La pospolític­a macrista, en su ensayo por retornar a una democracia republican­a, deberá entonces anular cada “politizaci­ón” que desde la izquierda se intente desarrolla­r, lo que en última instancia significa, pensando ahora en la teoría de Ernesto Laclau, acabar con el populismo.

PARA LA IZQUIERDA ACTUAL, EL CONSENSO NO PUEDE EXISTIR SI NO EXISTEN COINCIDENC­IAS IDEOLÓGICA­S GENERALES.

* Investigad­or de la Fundación Libre

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Slavoj Zizek. Un filósofo crítico de la democracia republican­a.

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