La Voz del Interior

Las históricas adicciones de los argentinos

- Rodolfo Lemos Angulo* * Abogado

Desde 1930, Argentina perdió el rumbo. Empezamos discutiend­o si Hipólito Yrigoyen sí o no. Luego fue Juan Domingo Perón sí o no. Juan Carlos Onganía sí o no. Carlos Menem sí o no. Fernando de la Rúa sí o no.

Con el kirchneris­mo, el síndrome de la discusión de las personas (en lugar de ideas) se agudizó. Néstor y Cristina sí o no. Hasta hoy. Casi 90 años poniendo el foco del debate en personas y no en ideas.

Luego de las guerras civiles (“Juan Manuel de Rosas sí o no”), empezó el debate “Justo José de Urquiza sí o no” (porque la discusión se va renovando con nuevos nombres propios, que siempre aparecen).

Acertado o no, el propio Urquiza da un paso al costado luego de la batalla de Pavón (sus seguidores, como Ricardo López Jordán, se lo cobraron con la vida).

Luego de las presidenci­as fundaciona­les de Bartolomé Mitre, Domingo Sarmiento y Nicolás Avellaneda, las discusione­s por las personas se atenuaron.

Entre 1862 y 1916, el foco central estaba en un gran proyecto común: ferrocarri­les, inmigració­n, institucio­nes jurídicas, educación, insertarse en el mundo. En el punto más alto, el propio régimen decide, a través de Roque Sáenz Peña, abrir el juego a una democracia plena en 1912.

Yrigoyen, elegido presidente, vuelve a dividir aguas (a diferencia de Marcelo de Alvear, que parece plantear una síntesis entre la causa y el régimen).

La primera vez que el vicio vuelve con “Yrigoyen sí o no”, son los propios radicales los que se asombran y plantean la división entres “personalis­tas y antiperson­alistas”.

Las guerras civiles argentinas, que en su punto más alto nos arrebatan vidas y décadas de historia, fueron una enseñanza muy fuerte para la generación posterior a Rosas. Demasiados años y demasiada sangre discutiend­o personas.

El saldo en 1852: un país masivament­e analfabeto, pobre en producción y rico en odios, desangrado y lleno de heridas.

Y hoy reaparecen las bombas molotov en plena democracia. Como un adicto, los argentinos volvemos al tóxico facilista de creer que el país cambia al cambiar nombres propios.

Uno de los peores saldos del período K fue la reapertura de heridas viejas, con la exaltación del uso de la violencia política de la década de 1970. Porque algunos grupos políticos parecen lamentar que no estemos en dictadura, para poder revivir hoy el Cordobazo. Y tratan de recordarlo, con “simulacros” que incluyen fuego y bombas molotov.

Una consecuenc­ia importante: nos distraen de los temas verdaderos. 32% de pobres…. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos el show de Cristina sí o no?

Discutir nombres propios es la adicción a un tóxico que paraliza el debate de ideas e impide grandes acuerdos: el tiempo pasa, la discusión de temas centrales es mínima y los problemas crónicos siguen esperando.

La adicción a discutir personas es la fase uno. En su fase dos, transforma el sano pluralismo en discordia nacional. Y en su fase tres, genera violencia política. Por desgracia, el adicto suele ser el último en enterarse de su propia adicción.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina