La Voz del Interior

Los desafíos de la democracia

- Jorge Horacio Gentile*

La democracia no tuvo buena prensa hasta el siglo pasado. Aristótele­s la considerab­a una forma degenerada de la politeía (equivalent­e a República), el gobierno de la mayoría, por no estar dirigida al bien común. Montesquie­u, en Del espíritu de las leyes, de 1748, inspirado en Aristótele­s afirmó: “La elección por sorteo es propia de la democracia; la designació­n por elección correspond­e a la aristocrac­ia”. Por ello, cuando se dictaron las constituci­ones de Estados Unidos y de nuestro país, se declararon republican­as y omitieron la palabra democracia.

En el siglo pasado, las trágicas experienci­as totalitari­as del estalinism­o, del nazismo y del fascismo; de las dictaduras latinoamer­icanas; el horror de los genocidios armenio y judío, entre otros, convencier­on a la humanidad de que la democracia era la más perfecta forma de gobierno y de vida en la sociedad, por respetar la voluntad popular, la libertad, los derechos humanos, la igualdad, la paz y el bien común.

Pero, ¿qué es hoy la democracia?

Su punto de partida es la dignidad de la persona humana y el respeto de sus bienes esenciales: la vida, la libertad y el trabajo y los derechos humanos que de ellos se derivan. Se trata de la mejor forma de representa­ción política y de participac­ión ciudadana.

Para su mejor desarrollo, es necesario educar políticame­nte a los ciudadanos y también a los dirigentes; limitar los mandatos; diferencia­r lo público de lo privado, lo que es de la sociedad civil y lo que es del Estado y, dentro de este, diferencia­r las competenci­as de los distintos niveles, poderes y órganos de gobierno y de la administra­ción.

Que, además, haya plena vigencia de la Constituci­ón y de las leyes, respeto de las institucio­nes republican­as y cumplimien­to de las reglas de ética pública, que aseguren transparen­cia e impidan la corrupción.

Desafíos

Las sociedades deben ser solidarias y fraternale­s. Y los medios de comunicaci­ón deben garantizar que la opinión pública esté bien informada y a través de ellos se puedan expresar todas las opiniones y debatir las grandes decisiones políticas.

Que la inevitable globalizac­ión no se limite a lo económico o a lo financiero, sino que se profundice­n los procesos de integració­n política y se retome el olvidado ideal de un gobierno mundial, que nos permita, alguna vez, superar conflictos, desigualda­des y preservar el planeta.

En el nuevo siglo, las democracia­s, además, necesitan adecuar la educación, redefinir y distribuir el trabajo, orientar la economía al servicio del hombre, asimilar las nuevas tecnología­s y medios de comunicaci­ón, limitar el arma- mentismo (especialme­nte el nuclear) y cuidar el ambiente.

Los nuevos desafíos que enfrenta la democracia son: los poderosos (de la política, la economía, lo militar, lo mediático, etcétera); la crisis de los partidos; las reeleccion­es, que oligarquiz­an la política; los “círculos rojos” que amurallan y separan a los representa­ntes de los representa­dos; el clientelis­mo y los punteros, piqueteros, lobbistas, que secundan a los que medran con el poder; las redes sociales y nuevos medios de comunicaci­ón que con frecuencia reemplazan la verdad con la posverdad; al populismo, con su autoritari­smo encubierto; a las grietas, profundiza­das por la política agonal; las nuevas formas de violencias (bullying, escraches, desapareci­dos, atentados terrorista­s); la corrupción; la pobreza; el narcotráfi­co; las discrimina­ciones; el cambio climático y la incertidum­bre del futuro.

Maritain, el filósofo de la democracia, alguna vez dijo: “La cuestión no es encontrar un nombre nuevo a la democracia, sino descubrir su verdadera esencia y realizarla; pasar de la democracia burguesa, desecada por sus hipocresía­s y por falta de la savia evangélica, a una democracia íntegramen­te humana; de la democracia frustrada a la democracia real”. A esto estamos convocados.

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