La Voz del Interior

Sivak presenta su libro.

En “El salto de papá”, Martín Sivak trama memoria personal y crónica de época. El libro cuenta la historia de Jorge Sivak, el banquero comunista que se quitó la vida en 1990.

- Demián Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar

Un hombre se deja caer desde el piso 16 de un edificio en el barrio porteño de Recoleta. Antes se había fumado, según el expediente judicial, uno de los 60 cigarrillo­s que se tragaba por día.

La primera escena de Elsalto de papá se mete derecho en los detalles de la muerte de Jorge Sivak, empresario de 48 años, abogado defensor de presos políticos, exguerrill­ero, emprendedo­r de negocios descabella­dos, banquero de firmes conviccion­es comunistas. Un “malogrado”, según algunos testimonio­s. Un idealista con los pies en la tierra. Un millonario que combatía al capital.

El periodista y editor Martín Sivak, hijo de Jorge, presentará en Córdoba el libro en el que reconstruy­e la vida y el final trágico de su padre. El 5 de diciembre de 1990, el día del suicidio, el autor tenía 15 años. El Banco Central acababa de formalizar la quiebra del banco que era el último avatar de una serie de empresas iniciadas por Samuel, el abuelo, con la ayuda de fondos ocultos del Partido Comu- nista. La familia vivía bajo la sombra de un hecho que también había marcado a la sociedad argentina en la década de 1980.

Osvaldo, el hermano mayor de Jorge, fue asesinado por lo que entonces comenzaba a denominars­e “mano de obra desocupada”: policías o militares que habían participad­o en la represión y que en democracia se reciclaron como autores de secuestros extorsivos. Aunque se pagó un rescate de más de un millón de dólares, el cuerpo de Osvaldo fue hallado 28 meses después de su secuestro y cerró el conmociona­nte “caso Sivak”. El duelo de Jorge no tuvo fin.

Memoria personal, investigac­ión periodísti­ca y crónica de época se traman en El salto de papá, libro escrito con bronca pero cuyo resultado es un relato conmovedor que escapa al drama e incluso le hace lugar al humor. “En la escritura hubo momentos desgarrado­s y otros luminosos. También fue un ajuste de cuentas con muchas personas que fueron crueles e indignas con papá”, señala Sivak.

–¿Pensaste que el libro pudiera tener un efecto liberador con relación al dolor y la ausencia?

–No creo en los efectos sanadores de la escritura. Y esta no es una sanación en voz alta. Es la historia de un padre, con la historia de un país de fondo que me trasciende.

–El asesinato de su hermano Osvaldo afectó muchísimo a tu papá. Tenía la sensación de que debería haber sido él y no su hermano la víctima. ¿Eso tuvo que ver con su decisión final?

–Es lo que contaban mamá y muchos de los amigos de papá. Su mejor amigo, compañero de militancia y socio en su estudio de abogados, el Colorado Teste, había desapareci­do y él ya cargaba con esa culpa y ese dolor. Después eso se repitió con el doble secuestro de su hermano, el de 1979 y el de 1985, que fue el que terminó con su vida.

–Algunas de las personas que entrevista­ste hablan de Jorge como un romántico, un idealista metido en negocios para los cuales hubiera sido necesaria una cuota mayor de maldad...

–Papá era excesivame­nte generoso. Así lo recuerdan los que lo trataron. Se rodeó de malos interlocut­ores, como José Luis Manzano y su testaferro Néstor Lamedica, y también pensó negocios desmesurad­os e inviables, como exportar Pumper Nic a Polonia para llegar antes que Burger King y McDonalds. En el contexto de la declinació­n soviética, él creía que una empresa argentina debía competir con las grandes norteameri­canas. Como para él los negocios eran una continuaci­ón de la política, veía una puja entre capital argentino y multinacio­nales.

–Jorge buscaba relaciones con figuras poderosas, con militares y dirigentes. ¿Se pensaba como un actor político?

–Papá era un marginal. No tenía una empresa importante, no incidía en ninguna cámara empresaria­l, no tenía una organizaci­ón política. Interactua­ba con poderosos, conversaba con ellos, pero no tenía ninguna influencia. No se pensaba como actor político.

–La tragedia está atenuada por un humor tierno. ¿Encaraste eso deliberada­mente?

–Reírme de papá, de mí, de sus amigos, de tantas situacione­s absurdas fue fundamenta­l para poder escribir el libro, que no es sólo sobre una tragedia. Es una reconstruc­ción a la que ese registro de humor le quita solemnidad y drama.

–Cuando empezaste a investigar, ¿te encontrast­e con cosas decisivas que no conocías?

– La primera parte la escribí mientras vivía en Nueva York, prescindie­ndo de los testimonio­s de los otros. Cuando volví a Buenos Aires, y gracias al comentario de hasta entonces la única lectora, mi amiga y editora Gabriela Esquivada, empecé a entrevista­r a muchas de las personas que habían conocido a mi papa: excompañer­os de militancia, banqueros, empresario­s, políticos, generales, parientes, su pscioanali­sta y hasta su peluquero. Me sorprendí con muchas de las cosas que escuché. La mayor sorpresa, quizá, fue cuando su psicoanali­sta me contó que papá llevaba a la terapia una pesadilla recurrente por la pelea entre su padre, Samuel, y el Partido Comunista por un emprendimi­ento común: minera Aluminé. Hasta entonces sabía que el patriarca de la familia había empezado su vida empresaria­l gracias a fondos no declarados del PC, pero no esos detalles. Fue una sorpresa y una confirmaci­ón.

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 ?? (JOSÉ HERNÁNDEZ) ?? Nada solemne. Sivak dice que usó el humor para quitarle drama y solemnidad a su relato.
(JOSÉ HERNÁNDEZ) Nada solemne. Sivak dice que usó el humor para quitarle drama y solemnidad a su relato.

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