La Voz del Interior

Nacionalis­mo y otras reacciones

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Fue un episodio menor en un largo listado que viene engrosando la crónica diaria en Europa y el mundo. La grosera mofa de la barra brava de la Lazio a la Roma utilizando en sus remeras la imagen de Anna Frank ingresó esta vez en el peligroso espacio del antisemiti­smo que el mundo occidental quiere sepultar desde 1945.

Y, ya que se trata del ámbito futbolísti­co, este humor grosero y cruel, un chiste en un cementerio de millones de tumbas, no difiere mucho de lo que por aquí se escucha cuando se tilda a otros de “bolivianos” o “paraguayos”.

La discrimina­ción, se sabe, comienza con la reducción del prójimo a un estadio de ser inferior. Y el minimizado puede pasar, a la postre, a la condición de prescindib­le.

El planeta todo viene asistiendo a un resurgir de las más variadas formas de autoritari­smo, teñido en no pocos casos de supremacis­mo racial, protagoniz­ado por seres que niegan el pasado tanto como justifican el presente, y para quienes las matanzas de Kosovo, los inmigrante­s apaleados o el discurso que segrega por color de piel, religión, ideología o condición sexual adquieren los ribetes de una dudosa normalidad.

Puede decirse sin temor a equívoco alguno que, bien entrado el siglo 21, hemos preferido olvidar los males del siglo 20, tal como si estos nunca hubieran sucedido o, peor aún, como si sus consecuenc­ias fueran intrascend­entes.

La negación del pasado y sus males forma parte de una difundida enfermedad que no hace sino corroborar que nadie aprende nada de las lecciones de la historia y por eso hay quienes se empeñan en repetirla.

Por estos días, con altibajos, formas políticas abiertamen­te segregacio­nistas disputan espacios de poder en el Viejo Mundo y hasta alcanzan preocupant­es representa­ciones parlamenta­rias, mientras los más conspicuos se candidatea­n a jefaturas de Gobierno.

Y, paradigma de un espejo en el que nadie parece mirarse, la primera potencia occidental es presidida por el más atrabiliar­io y elemental de los personajes, dueño de una peligrosís­ima ignorancia tanto como de su correspond­iente imprudenci­a. Es que no sólo Latinoamér­ica es capaz de solazarse en la impúdica exhibición de sus defectos.

Que otra vez se naturalice el desprecio por las diferencia­s y los diferentes de cualquier naturaleza –judío, negro, pobre, gay, comunista, musulmán o latino– es la peor de las noticias, mientras por todas partes se intenta erigir muros en un mundo que ha pagado un alto precio por cada logro en materia de integració­n.

Cuando los que se sienten diferentes y superiores se refugian en un rancio nacionalis­mo, los demás deberíamos temblar.

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