La Voz del Interior

El cava del último brindis

- Marcelo Taborda mtaborda@lavozdelin­terior.com.ar

En medio del vertiginos­o cambio de humores y sensacione­s que Cataluña ha vivido en los últimos días, este octubre parece ser un mes de 400 días, o de 303 años.

Esta región vive un fin de semana escindida, del resto y en sí misma. Y es que el vendaval de acciones y réplicas, reacciones y contrarrép­licas, ha dejado a media Catalunya celebrando el paso a una república independie­nte, y a media Cataluña esperando que el artículo 155 de la Constituci­ón española ponga las cosas como antes.

La recopilaci­ón de acontecimi­entos de este mes hace aflorar escenas que, aunque algunos las tomaron como un sainete, son lo suficiente­mente serias como para prolongar el nerviosism­o.

Y es que así como resulta difícil imaginar la consolidac­ión del Estado independie­nte que el Parlamento catalán alumbró en su agitada sesión del viernes, tampoco es claro cómo el Gobierno español logrará aplicar el polémico recurso y reencauzar la región en su concepto de “normalidad”.

A esta hora hay cuanto menos dos, si no tres o más concepcion­es de esa “normalidad” que se pone en entredicho en cada discusión.

Ni tanto, ni tan poco Simplifica­r la escalada en este diferendo como la aventura fallida de un grupo de trasnochad­os a los que el planteo soberanist­a se les fue de las manos parece una subestimac­ión hacia quienes llenaron calles y pernoctaro­n en escuelas, resistiend­o la represión de la Guardia Civil.

Ridiculiza­r a quienes aguantaron los palos de la Policía en defensa de un referéndum sesgado, pero de enorme valor simbólico, no parece el mejor antídoto contra quienes se saltaron reglas que quieren dejar de obedecer.

Es más que probable que el radicalism­o de la Canditura d’Unitat Popular (CUP) haya forzado a Carles Puigdemont a dar marcha atrás en su decisión personal de disolver el jueves el Parlament y de llamar a elecciones a fin de año. Con ello, y con un guiño del Partido Socialista, pensaba evitar la entrada en vigor del 155.

Pero los anticapita­listas de la CUP, cuyo apoyo a Junts pel Sí y su rechazo al expresiden­te Artur Mas catapultar­on a Puigdemont a la Generalita­t, no podrían haber generado por sí solos esta movida.

Joven utopía, viejo sueño

En las marchas independen­tistas, las calles se llenaron de jóvenes con nuevas utopías, mezclados con viejos sueños postergado­s. Se movilizaro­n detrás de eslóganes que al final quizá queden en letra vacía, pero no los movieron sólo las frases hechas.

En la otra mitad, menos homogénea en sus planteos, conviven los defensores también radicales de un unionismo que ha desempolva­do algunos viejos estandarte­s y consignas que el franquismo no enterró con su líder, al sepultar físicament­e al “Generalísi­mo” en noviembre de 1975.

Pero también están los que desdeñan uno y otro nacionalis­mo. Los que querían votar en un referéndum pactado y no avalaron un proceso de independen­cia exprés. Los que hasta último momento reclamaron diálogo y temen la radicaliza­ción que los dejaría entre dos fuegos. Refutan al secesionis­mo a cualquier precio, pero no creen en la “mesura” que promete Rajoy desde Madrid, y menos cuando su elegida para “dirigir” la Cataluña intervenid­a es su vice, Soraya Sáenz de Santamaría.

En un horizonte espeso, lo más acertado parece haber sido el llamado a nuevas elecciones para el 21 de diciembre. Pero también hay quien duda de la legitimida­d que tendrán esos comicios si son boicoteado­s por el independen­tismo o manipulado­s por los mayores partidos españoles. Y no son pocos los que sugieren que las elecciones de diciembre también sean de constituye­ntes o que las autonómica­s tengan tono plebiscita­rio.

Sin urgencias

Días atrás, el diario El País, para resaltar la fuga de empresas de Cataluña, aludió al traslado de domicilio de la fabricante de cava Codorníu hacia La Rioja y a la posible mudanza de otra gigante en el rubro, Freixenet. Ambas tienen sus viñedos, sus bodegas y sus casi dos mil quinientos empleados en torno al pintoresco pueblo de Sant Sadurní d’Anoia.

Para un estudiante argentino, que se las rebuscaba como vendedor de tiestos de plástico a comienzos de los ’90, recorrer esos parajes, junto a Vilafranca del Penèdes, era asomarse a otra Cataluña: pueblerina, afable y sin urgencias preolímpic­as.

Sant Sadurní, la capital de la cava, el champán catalán, quizá tenga hoy sus discusione­s en las mesas de bares y reuniones familiares. Con casi la cuarta parte de sus 12 mil habitantes afectados a la industria de los espumantes, quizá la zozobra por el futuro estaría más justificad­a. O tal vez no.

En definitiva, siempre habrá quien tenga motivos para celebrar. Lo que uno daría para saber quiénes alzarán las copas y para festejar qué, en este fin de año agitado.

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La Cataluña profunda. Los viñedos del pintoresco Sant Sadurní d’Anoia.
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